Candidatos, muchos. Programas, pocos. Con una anticipación inusitada y una desinhibición inédita, surgen “figuras” y no se aprecia “fondo”.

POR ROBERTO SAPAG

Se podrá decir que es una dinámica natural muy propia de la actividad política. O que es el típico jueguito de los globos sonda o, por qué no, el de mover fichas primero en el tablero para luego negociar. Se podrá decir que es la hoguera de las vanidades o que responde a la infinita incapacidad de conocer los propios límites. Como sea, no ha pasado inadvertido que siendo recién marzo de 2012 y faltando poco menos de dos años para las próximas elecciones, estén anotándose en el tarjetón de baile de los candidatos a presidente tantos y tantos prohombres (y mujeres).
Sin entrar en el ejercicio de la enumeración (de hecho, intentarlo nos dejaría cortos de espacio), el fenómeno no ha pasado inadvertido. Y no ha pasado inadvertido, tanto por lo prematuro del fenómeno como porque se da en un ambiente político en donde pareciera que pocos están sabiendo leer hacia dónde progresan los acontecimientos.
El 2011 (y, todo indica, también este 2012) desordenó las piezas. Sin que nadie lo advirtiera con claridad, el devenir político terminó fuertemente marcado por grupos sociales. Y lo decimos no sólo por el puntapié que dieron a la mesa los estudiantes organizados, sino porque en paralelo han emergido otras expresiones que no dejan de llamar la atención. Se dirá que detrás de todo aquello hay una agenda hábilmente digitada, y puede ser, pero nadie discutirá que eso no es el 100% de la explicación.
Falta descifrar lo que ha estado pasando. Falta que las cosas decanten.
De esta forma, y usando una muy certera y directa frase del ex ministro y actual secretario general de la OEA en Diario Financiero, José Miguel Insulza, hemos llegado a un cuadro en el cual “hay un montón de personas que aspiran a ser presidentes, pero nadie sabe exactamente para qué”. Y tiene razón.
De lado y lado asoman figuras que con más o menos desinhibiciones coquetean con la papeleta electoral de fines del próximo año. Sin embargo, en ningún lugar se insinúan programas. ¿Candidatos para qué?, se pregunta Insulza. Misma pregunta que tendrían que hacerse las grandes coaliciones que han gobernado y aspiran a seguir gobernando el país y que son a las que pertenecen dichos candidatos.
Los analistas políticos han advertido en más de una oportunidad que los países no están exentos de ver emerger liderazgos con sesgo populista. Evidencia hay… y no poca. Por lo mismo, se echa de menos que no haya (o no se aprecie dónde está) un trabajo riguroso de lectura de la sociedad chilena y de construcción de propuestas para el momento actual, para lo que algunos han denominado la nueva realidad del país.
Se trata de un trabajo necesario, aunque no se trate de algo que permita dar total certeza. La ausencia de dicho sustento podría tener alcances insospechados sobre el día a día de un gobierno enfrentado a imprevistos y brotes sociales.
Harina de otro costal se refiere a quiénes pondrán en movimiento esas propuestas, pregunta válida que tendrían que estar haciéndose también los partidos políticos que, guste o no, juegan un rol esencial en el sistema.

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