La catedral de San Patricio, de Nueva York, colabora para levantar la parroquia de Cerro Navia. ¿Cómo no dar gracias por todo aquello?


Miles de iniciativas han surgido para mitigar los efectos del terremoto. La solidaridad se ha expresado de muchas y variadas formas. Pareciera que el dolor nos hace más creativos. Desde acoger a un pariente en la casa, pasando por hacer algún sacrificio para aliviar el dolor del que sufre, hasta contribuir con grandes sumas de dinero para reconstruir zonas completamente devastadas.

Los chilenos en el extranjero no han estado ausentes en esta corriente de solidaridad. Un grupo de ellos, liderado por Valentina Garcia Mekis y la Fundación Gabriela Mistral, organizó un concierto en beneficio de la parroquia Maria Reina de la Paz, de la comuna de Cerro Navia, en la catedral San Patricio en pleno Nueva York.

Movieron cielo, mar y tierra para que nuestra famosa cantante lírica Verónica Villarroel pusiera su talento en dicho hermoso y solemne lugar. Notable fue su entusiasmo cuando le hablaron de esta posibilidad concreta de ayudar. A Jorge Tacla, un compatriota reconocido mundialmente por su talento como pintor, le pidieron un hermoso retrato de la artista para convertirlo en un póster promocional del concierto. Como si fuera poco, comprometieron al consulado de Chile en Nueva York, y a muchos chilenos de buen corazón residentes en la ciudad y sus alrededores, que no quedaron indiferentes frente al sismo que tan fuerte nos sacudió y que todavía sangra en miles y miles de familias. Tampoco quedaron indiferentes frente al entusiasmo de los organizadores. Fui testigo de su empuje y entrega. Junto al cardenal Francisco Javier Errázuriz gestionamos con el deán de la catedral y el arzobispo de Nueva York que nos dieran todas las facilidades para sacar adelante esta inédita experiencia. No se restaron frente a lo que significaba mostrar la unidad de la Iglesia, tanto en la fe profesada como en la premura por ayudar al necesitado. La catedral de San Patricio de Nueva York colabora para levantar la parroquia de Cerro Navia.¿Cómo no dar gracias por todo aquello?

Trabajaron intensamente durante tres meses. No hubo diligencia sin hacer para convocar al mayor número de asistentes. La causa era noble y valía la pena el sacrificio. El día y la hora del concierto llegaron y cuál sería mi sorpresa al ver a unos veinte voluntarios, chilenos e hijos de chilenos, muy sonrientes y vistiendo una camiseta con el retrato de Verónica Villarroel para recibir los aportes de los concurrentes y ubicándolos en tan hermoso templo. No cabíamos de alegría. ¡Esto es obra de Dios! pensaba. Cada uno era importante. Llegaron los embajadores ante las Naciones Unidas –Errázuriz y Gálvez– y el cónsul Dahm. Estaban también la prensa chilena y más de mil personas de todos los sectores de la sociedad. Notable era la alegría que se respiraba al estar juntos por una causa común. Había esperanza, había humanidad en todo
aquello. Se confirmaba una vez más que el amor y el trabajo, unidos, son aliados invencibles y fuente de grandes logros.

El concierto duro más de una hora y cuarto. Se lució nuestra soprano junto a un barítono ruso mundialmente conocido y un pianista norteamericano de gran talento. Hubo de todo: melodías chilenas, españolas, algunas oberturas y, sobre todo, mucha pasión. Muchos aplausos, muchos, y regalos de agradecimiento, pero sobre todo un hermoso espíritu de auténtico amor a Chile. Había más. La fiesta no terminaba ahí sino en el restaurante Pomaire, de propiedad de un matrimonio de chilenos, situado en pleno Broadway. Lo que era una comida para dieciocho personas, para clausurar y evaluar este trabajo, terminó con más de sesenta comensales a quienes les habían “pasado el dato”. El dueño del restaurante estaba feliz con tantos chilenos, y tan diversos. Repetía una otra vez: “hay de todo, no se preocupen”. Una maravilla el lugar, la gente, el ambiente.

En lo que a mí respecta, comprendí una vez más que el dolor y la desgracia nos unen, nos hacen ser más hermanos. Por el contrario, la superficialidad nos separa, nos disgrega, nos pone individualistas. Todos estábamos allí para contribuir con nuestro grano de arena para sacar adelante la obra de reconstrucción de la parroquia que quedó en el suelo y que la comunidad tanto llora. Allí entendí que quienes por diez, veinte o treinta años han estado radicados lejos de su tierra, son y se sienten chilenos.

Emocionado, les dije que me sentía orgulloso de ser chileno, de ser obispo en medio de ellos, y orgulloso por cada uno. Prometí que les enviaría fotos una vez que la parroquia esté terminada. De toda está iniciativa que llegó a buen término han surgido muchas otras de chilenos que han emigrado y que estamos canalizando a través de Caritas Santiago. Y así se confirma una vez más que el mal no es la última palabra, sino que la vida y que el corazón del hombre están orientados de suyo al bien. Y así, doy fe de que
no hay comunidad parroquial o escolar, por muy pobre que sea, que no haya hecho algo o dado de su propia pobreza para mitigar el dolor del otro. Nadie es tan pobre que no pueda dar algo de sí. Verónica hizo de su voz hermosa un canto a la solidaridad y nos dijo, junto a tantos chilenos que trabajaron para sacar adelante este proyecto, que vale la pena salir de la comodidad y emprender proyectos pensando en los demás y que el darse es la razón de ser del hombre y el sentido más profundo de su vida. ¡Viva Chile!

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