Escritor

Recuerdo perfecto la tarde en que escuché a Héctor Soto decir por la radio que los viajes habían reemplazado al sexo. La observación apuntaba a un desplazamiento de las aspiraciones sociales: el deseo por recorrer es más fuerte que el de intimar. Hoy se prefiere conocer parajes exóticos más que incursionar en los placeres que otorga el cuerpo. Constatarlo no es demasiado difícil. Basta preguntar por los sueños para que aparezca el tema del viaje. Dejar Chile para vivir una serie de experiencias es un anhelo que se hace realidad a diario. Los viajes son económicamente accesibles. Viajar no es una cuestión de solitarios o de parejas. Hoy viaja la familia, los amigos y la oficina. El aeropuerto no da abasto.

Viajar para descubrir y expandir la mente son motivos antiguos. Los actuales son numerosos y diversos. Si se trata de viajes largos, en general, tienen que ver con nuevas identidades. Ya sea modificar la condición social, borrar el origen o camuflarlo. O inventarse una historia y relatar con la autoridad que da la costumbre. Los viajes voluntarios, en cambio, suelen ser por diversión, con el fin de cambiar la rutina, dejar una posición aburrida y obtener una configuración más pasiva y cómoda de los hechos. Viajar siempre ha sido una forma de atenuar responsabilidades, de evadir, de correr hacia adelante y de suspender el miedo a las variables ocultas que esconde el devenir.

Al mismo tiempo, viajar se ha convertido en un signo social positivo, que significa avanzar, no quedarse pegado, tener capacidad de plegarse a situaciones diferentes. Se estima como una marca de civilización y de estilo hacerlo casualmente, sin maletas. Solo haber vivido en Berlín, Londres o Nueva York durante años es más prestigioso.

Quizá no sería osado pensar que viajar dejó de ser un lujo para convertirse en una condición de la felicidad. Es una forma expedita de exhibir superación y estatus. Se pueden mostrar los lugares que se recorren en las redes sociales en el instante. La aprobación llega de inmediato con un like. Celebrar las peripecias de los que están movidos por el deseo de viajar es de personas educadas. La situación de acudir a zonas remotas se elogia. Por supuesto que no se trata de una cuestión intelectual, sino de emociones. La envidia suele intervenir en los juicios sobre los viajes ajenos. Y competir por quién conoce mejor los recovecos de Ámsterdam, o el mejor bar de Madrid son guiones que se escuchan a diario. Otro problema que se reconoce en muchos padres y madres es la necesidad inventada de que sus hijos de chicos se transformen en sujetos cosmopolitas.

No deja de darme curiosidad lo poco que importan las comodidades con tal de subirse a un avión. En los aeropuertos no existe el concepto de dignidad. Son edificios diseñados para controlar a miles. Al entrar a ellos se pierden los derechos individuales. Son cada día más insoportables debido a esperas eternas; no obstante, están repletos.

Sin duda hay histeria en la cultura de los viajes, puesto que nunca son suficientes. También hay un afán pueblerino por frecuentar las capitales e impregnarse de una sofisticación que se supone escasea en la provincia. Otros buscan climas cálidos, exotismo, naturaleza y rusticidad. Y están los que ansían perderse en la multitud anónima y liberarse de culpas.

Manifestar distancia con los viajes es mal visto. Solo un enfermo (fóbico, antisocial) puede rechazar el gusto de embarcarse camino a un destino seductor. Es difícil disentir de esta cultura del pasarlo bien, donde la felicidad es un estereotipo. ¿Quién no codiciaría ir a Tokio, Moscú o Las Vegas? ¿Acaso hay algo mejor que despertar en una ciudad desconocida con ímpetu de recorrerla? ¿Existe una fantasía más recurrente que dar la vuelta al mundo?

Lo sintomático de estos irresistibles viajes actuales es su carácter externo, donde los panoramas no dejan un minuto de ocio. Ocupar el tiempo transitando o con actividades es lo que corresponde. Es difícil negarse a tanta oferta de paraísos a crédito. No hay excusas válidas. Inclinarse por el sexo en vez de los viajes es un disparate. Algunos sostienen que un safari es lejos más excitante.

0 0 votes
Article Rating