La cercanía de una reforma tributaria despierta el entusiasmo de muchos que publican, a través de los medios de comunicación, sus innovadoras proposiciones. En ocasiones anteriores he comentado algunas de ellas, concluyendo en que en estos temas es preferible ser cautos y no audaces. Los errores se pueden pagar caros y, en un arrebato de entusiasmo legislativo, no cuesta mucho cambiar las leyes tributarias. Es cuestión de pluma y papel. Por lo que la dificultad está en cambiarlas cuando producen efectos negativos. A diferencia de otras políticas públicas, los cambios en los impuestos tienen un andar lento y el revertirlos también es trabajoso.

  • 13 Abril, 2012

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