Para algunos la visita del presidente Piñera a Cúcuta fortalece el rol de Chile como un poder regional. Para otros, fue un show político diseñado para satisfacer a un sector del electorado doméstico, incluyendo los miles de exiliados venezolanos que estarán habilitados para votar en las próximas elecciones. Aparte del hecho de que ambas cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo, el debate acerca del viaje de Sebastián Piñera a Colombia ha opacado cuestiones más profundas y geopolíticas. Llama la atención especialmente el rol de Donald Trump. Si bien la izquierda latinoamericana ha reaccionado con predecibles y anticuadas acusaciones –de imperialismo norteamericano, de que a EE.UU. solo le interesa saquear el petróleo venezolano, etc.–, lo cierto es que la política que ha adoptado el presidente de Estados Unidos hacia Venezuela ha sido muy poco trumpista en todo sentido, menos uno.

Trump llegó al poder prometiendo dos cosas: que su país, queriendo dedicarse a sí mismo más que a resolver los problemas de otros, se retiraría progresivamente de sus compromisos globales, y que a la vez, que les daría la espalda a los organismos multilaterales y la diplomacia. El candidato le hablaba a un electorado agotado de la guerra más larga de su historia, la que comenzó en 2001 y que ha durado tres veces más que la Segunda Guerra Mundial. Una porción no menor de votantes estadounidenses estuvo a favor de la política de “America First”.

Pero la política hacia Venezuela ha roto esos parámetros. Estados Unidos, a través del secretario de Estado, Mike Pompeo, usó la diplomacia para construir una alianza de países dispuestos a reconocer a Juan Guaidó como el líder legítimo de Venezuela. El régimen de Maduro, lejos de quedar aislado, sin embargo, tiene el dudoso honor de contar con una lista de aliados que incluye a algunos de los principales violadores de derechos humanos (Irán, Rusia, Turquía, Cuba, China, Siria y Corea del Norte).   

Además de utilizar con bastante éxito la diplomacia, Trump ha sugerido que en el caso venezolano, Estados Unidos podría estar dispuesto a hacer dos cosas adicionales que él anteriormente había rechazado: cambiar el régimen y usar la fuerza militar. Varias veces el presidente ha insistido que “todas las opciones están en la mesa”, incluyendo, uno podría suponer, la opción militar.

Lo más probable es que todo sea un discurso para presionar a Maduro. Como Trump se cree un negociador de primera, usa un lenguaje extremo para luego llegar a un objetivo más moderado. Es una táctica básica, y como cualquier jugador de póker amateur aprende tarde o temprano que, después del bluf llega el momento de mostrar las cartas.

Si bien las tácticas de Trump han sido poco características, la estrategia es, sin embargo, fiel a sus valores. ¿Qué inspira el giro que ha tomado el Presidente? ¿Un repentino interés por los derechos humanos? ¿El deseo de volver a la Doctrina Monroe, en que Estados Unidos se auto-otorga influencia y tutelaje en todo el hemisferio?

Las motivaciones del presidente quedaron en evidencia cuando interrumpió sus vacaciones en Mar-A-Lago para viajar a Miami a hablar sobre la crisis venezolana. El discurso presidencial pareció diseñado a medida para un público compuesto en parte por exiliados venezolanos y cubanos. “Ha llegado el crepúsculo del socialismo en nuestro hemisferio y en muchos lugares del mundo”, anunció Trump (olvidándose, tal vez, que en unos días más viajaría a la República Socialista de Vietnam para reunirse con el líder comunista de la República Democrática Popular de Corea).

En el estado de Florida viven unos 36.000 votantes nacidos en Venezuela y 350.000 nacidos en Cuba. Trump sabe que Florida es políticamente importante, tal vez crucial (recordemos la elección del año 2000). El discurso, la visita y la política de Trump hacia Venezuela, entonces, no forman parte de una gran visión geopolítica sino de cálculo electoral. Su embestida en contra del socialismo va destinada tanto hacia Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez y los otros demócratas que se las dan de socialistas, como hacia Maduro. Trump en Miami, en un discurso que tenía toda la óptica de un rally electoral, estableció lo que sería su relato de campaña: para que Estados Unidos nunca sea un país socialista como Venezuela, hay que votar por él.

La lucha por la democracia en Venezuela tendrá muchas batallas. En esta vuelta, ya han pasado dos hitos importantes; el reconocimiento internacional de Guaidó y el fallido intento de obligar el ingreso de ayuda humanitaria. En la medida que pasan las semanas, Guaidó parece un presidente con prestigio pero sin poder. Las fuerzas armadas no se han dividido y Maduro, que mantiene por ahora el control sobre las principales instituciones del Estado, parece más fortalecido hoy que hace un mes.

Las transiciones democráticas ocurren cuando los regímenes están debilitados. Por ahora, hay poca evidencia de aquello. Trump, mientras tanto, sigue con su bluf. El peligro vendrá cuando su público doméstico le pida que muestre las cartas.

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