Escribo esta columna a mediados de marzo, cuando todavía no sabemos si la ex presidenta Michelle Bachelet retorna a Chile para asumir la candidatura que sus adherentes le imploran. Lo que sí sabemos es que sus perspectivas son extraordinariamente auspiciosas para ganar la primaria concertacionista fijada para fines del mes de junio. Aunque Bachelet no ha confirmado su participación en dicha cita, sí lo han hecho el independiente Andrés Velasco, el radical José Antonio Gómez y el democratacristiano Claudio Orrego.

Velasco, Gómez y Orrego son buenos exponentes de la diversidad ideológica de la Concertación. Con ellos tres en la papeleta se cubre un arco político que, al menos desde una mirada programática, hace innecesario el retorno de Bachelet. El Chile que sueña Velasco es distinto del Chile que anhela Gómez y a su vez ambos son diferentes del proyecto país de Orrego.

Velasco y Gómez representan una posición fuertemente laica y progresista en asuntos morales. Orrego en cambio transmite una visión conservadora desde su adscripción católica. Pero Velasco y Orrego coinciden en cuestiones políticas: ambos consideran que una asamblea constituyente, por citar un ejemplo resonante, está lejos de ser prioridad. En esto se distancian del senador radical que aboga abiertamente por una nueva Constitución para Chile. Respecto de la demanda de educación superior gratuita –central para el movimiento estudiantil- también existen marcados matices. Orrego y Velasco no acceden a ella, Gómez sí. Variadas posiciones también encontramos frente a la eventual renacionalización de recursos naturales. El estatismo de Gómez se enfrenta al liberalismo de Velasco, pero se acerca al comunitarismo de Orrego.

Si lo importante es el programa –como tanto se sostiene últimamente- basta con estos tres nombres que representan proyectos políticos distintos. La Concertación puede tomar el rumbo que estime conveniente jerarquizando esta oferta. Bachelet no agrega un ápice de contenido a la ecuación. No sólo porque nadie sabe lo que piensa en estas espinudas materias, sino porque además es probable que sus asesores que le recomienden no definirse frente a ellas para no perder el capital acumulado, ese que sólo se conserva navegando en la ambigüedad.

Pero es demasiado evidente que lo importante no es el programa. Lo importante es recuperar el poder. Luego, la carga se arregla en el camino. Bachelet tiene algo que sus tres retadores no tienen: los chilenos la adoran. Ella es la llave maestra para repoblar La Moneda, el pegamento que aglutina todas las facciones bajo la promesa de la victoria. Desde que el día en que comunique su regreso, su nombre será territorio en disputa. Varios grupos aspiran a su control. Entre ellos, el viejo partido transversal mapu-martínez y la llamada nueva izquierda del escalonismo.

En la derecha el escenario es el opuesto. El diputado Hasbún ha señalado que no es necesario hacer debates entre dos personas que piensan prácticamente lo mismo. En efecto, el programa de gobierno de la Alianza no sufre alteraciones sustantivas si el candidato final es Laurence Golborne o Andrés Allamand. Salvo voces marginales, está bastante claro al interior del sector lo que se debe hacer. O continuar. Ambos precandidatos se sienten cómodos en el eje político, económico y valórico que ha definido el gobierno de Piñera.

Si Michelle Bachelet finalmente decide no someterse al escrutinio popular y enlodarse en el fango de la política, la Concertación llorará como una magdalena. Pero aunque sus líderes no quieran verlo, tienen en Velasco, Gómez y Orrego un caleidoscopio decente de proyectos diversos y con identidad. •••

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