The end
Esta es mi última Calling from London. La razón es sencilla: ya no vivo en la capital británica. Ya estoy de regreso, instalado en Santiago. Escribo esta columna frente a la cordillera –qué tremenda que es, qué referencia majestuosa que es- y con la vista limitada al poniente por una cortina horizontal de humo gris. Estuve fuera de Chile exactamente un año y un día. Una dulce condena, como dirían Los Rodríguez. Pero todo lo bueno dura poco. Acá ofrezco un par de reflexiones para cerrar el ciclo. Cuando me preguntan qué fue lo mejor del viaje, mi respuesta parece poco atractiva: lo que aprendí en el Master. Nunca había disfrutado tanto leyendo y estudiando. Cuando estaba en la Universidad –varios años atrás- jamás leí un texto antes de llegar a clases. Como gran parte de los que hoy rasgan vestiduras por mejor calidad en la educación, yo era de aquellos que –salvo excepciones– aplicaban la ley del mínimo esfuerzo. Es probable que haya obtenido mi título de abogado con un promedio de asistencia inferior al 10%. Con varios años de más y la responsabilidad de hacer rendir una oportunidad única, esta vez me tomé en serio clases, seminarios, lecturas y ensayos. Muy en serio. No falté a ninguna sesión, leí todo el material asignado. Bueno, cuando se oscurece a las 3 y media de la tarde en invierno los incentivos para ser ratón de biblioteca aumentan. Sobre el nivel académico, es evidente que están muy por sobre nosotros, tanto en metodología –imposible no sentir que uno perdió olímpicamente el tiempo en una carrera de cinco o seis años- como en la calidad de la discusión entre los estudiantes. Ignoro si en el pregrado la desidia de los universitarios chilenos tenga un correlato en la versión inglesa, pero al menos en el postgrado la realidad es muy distinta. Claro está, la diferencia de recursos materiales y la variedad de estímulos intelectuales crean condiciones particulares. Al menos en el ámbito de la filosofía política, la mayor parte de las discusiones que pude absorber en mi etapa universitaria en Chile llegaban hasta el pensamiento del teórico americano John Rawls y su monumental Teoría de la Justicia, que justamente este año cumple 40 primaveras desde su publicación. En las universidades británicas, por el contrario, los debates comienzan con Rawls y se extienden hasta las últimas contribuciones académicas del profesor que acabas de ver pasar en el pasillo. Tuve la oportunidad de conocer a Ronald Dworkin, Quentin Skinner, Phillipe Van Parijs, Chandran Kukathas, Ann Phillips, Jonathan Wolff, John Finnis, Richard Bellamy, entre otros, cuyos equivalentes en el fútbol podrían ser Cristiano Ronaldo, Zlatan Ibrahimovic o Cesc Fábregas, o en el mundo del cine George Clooney, Nicole Kidman o Kevin Spacey. Y si bien en Chile la universidad más popular de Londres –por muy buenas razones- sigue siendo The London School of Economics (LSE), mi experiencia en University College London (UCL) –que hoy vive su mejor momento histórico al meterse por segundo año consecutivo entre las mejores 5 del planeta según el ranking Times– fue tan gratificante que puedo sin vacilaciones recomendarla para casi todas las áreas del conocimiento, particularmente en derecho, arquitectura y ciencias aplicadas. ¿Otro deleite para la mente? Los chilenos en Reino Unido. Para aquellos que a estas alturas nos volvemos monotemáticos con los asuntos públicos, encontrarse con un batallón de compatriotas en la misma frecuencia es impagable. Echaré de menos las conversaciones con ellos a calor de una pint, en los techos de Camden o en las terrazas de Angel, en los bares de Bloomsbury o en los callejones de Hackney. A través de esta columna les envío a todos ellos mi agradecimiento por lo aprendido a su lado. Ojalá que las ganas de cambiar el mundo –partiendo por Chile- no se apaguen con los años. Sobre Londres, la ciudad, nada de lo que escriba acá será suficiente. Si bien monstruosa e inabordable como Ciudad de México o Bangkok, es también sofisticada como Nueva York e inteligente como Berlín. Es imposible domar a Londres. Es imposible ganarle. Fueron y volvieron diez veces. Va demasiado rápido y no se detiene a recoger a los caídos. Las alternativas son ponerse las zapatillas de clavo para seguirle la pista o mejor no salir de la casa. Dan ganas de tener cien ojos para fotografiarlo todo. De hablar mil lenguas para entenderlo todo. De ser multimillonario para acceder a todo. Gasté varias zapatillas en sus cuadras interminables, visité los baños de todos los locales nocturnos del norte y el este de la ciudad, comí todas las variedades de curry imaginables, fumé rapidísimos puchos congelándome los huesos, hice incontables peregrinajes a Heathrow, me reencontré con el deporte rey en los pastos de Regent’s Park, taché de la lista todos los mercados que había que patiperrear, trabé amistades de los cinco continentes, me sentí más latino que nunca, cumplí uno de los sueños de mi vida. A través de 22 columnas, incluida esta, intenté transmitir algo de lo que iba absorbiendo para los lectores de Capital. Espero que haya sido de su agrado.
- 7 Octubre, 2011
Esta es mi última Calling from London. La razón es sencilla: ya no vivo en la capital británica. Ya estoy de regreso, instalado en Santiago. Escribo esta columna frente a la cordillera –qué tremenda que es, qué referencia majestuosa que es- y con la vista limitada al poniente por una cortina horizontal de humo gris. Estuve fuera de Chile exactamente un año y un día. Una dulce condena, como dirían Los Rodríguez. Pero todo lo bueno dura poco. Acá ofrezco un par de reflexiones para cerrar el ciclo. Cuando me preguntan qué fue lo mejor del viaje, mi respuesta parece poco atractiva: lo que aprendí en el Master. Nunca había disfrutado tanto leyendo y estudiando. Cuando estaba en la Universidad –varios años atrás- jamás leí un texto antes de llegar a clases. Como gran parte de los que hoy rasgan vestiduras por mejor calidad en la educación, yo era de aquellos que –salvo excepciones– aplicaban la ley del mínimo esfuerzo. Es probable que haya obtenido mi título de abogado con un promedio de asistencia inferior al 10%. Con varios años de más y la responsabilidad de hacer rendir una oportunidad única, esta vez me tomé en serio clases, seminarios, lecturas y ensayos. Muy en serio. No falté a ninguna sesión, leí todo el material asignado. Bueno, cuando se oscurece a las 3 y media de la tarde en invierno los incentivos para ser ratón de biblioteca aumentan. Sobre el nivel académico, es evidente que están muy por sobre nosotros, tanto en metodología –imposible no sentir que uno perdió olímpicamente el tiempo en una carrera de cinco o seis años- como en la calidad de la discusión entre los estudiantes. Ignoro si en el pregrado la desidia de los universitarios chilenos tenga un correlato en la versión inglesa, pero al menos en el postgrado la realidad es muy distinta. Claro está, la diferencia de recursos materiales y la variedad de estímulos intelectuales crean condiciones particulares. Al menos en el ámbito de la filosofía política, la mayor parte de las discusiones que pude absorber en mi etapa universitaria en Chile llegaban hasta el pensamiento del teórico americano John Rawls y su monumental Teoría de la Justicia, que justamente este año cumple 40 primaveras desde su publicación. En las universidades británicas, por el contrario, los debates comienzan con Rawls y se extienden hasta las últimas contribuciones académicas del profesor que acabas de ver pasar en el pasillo. Tuve la oportunidad de conocer a Ronald Dworkin, Quentin Skinner, Phillipe Van Parijs, Chandran Kukathas, Ann Phillips, Jonathan Wolff, John Finnis, Richard Bellamy, entre otros, cuyos equivalentes en el fútbol podrían ser Cristiano Ronaldo, Zlatan Ibrahimovic o Cesc Fábregas, o en el mundo del cine George Clooney, Nicole Kidman o Kevin Spacey. Y si bien en Chile la universidad más popular de Londres –por muy buenas razones- sigue siendo The London School of Economics (LSE), mi experiencia en University College London (UCL) –que hoy vive su mejor momento histórico al meterse por segundo año consecutivo entre las mejores 5 del planeta según el ranking Times– fue tan gratificante que puedo sin vacilaciones recomendarla para casi todas las áreas del conocimiento, particularmente en derecho, arquitectura y ciencias aplicadas. ¿Otro deleite para la mente? Los chilenos en Reino Unido. Para aquellos que a estas alturas nos volvemos monotemáticos con los asuntos públicos, encontrarse con un batallón de compatriotas en la misma frecuencia es impagable. Echaré de menos las conversaciones con ellos a calor de una pint, en los techos de Camden o en las terrazas de Angel, en los bares de Bloomsbury o en los callejones de Hackney. A través de esta columna les envío a todos ellos mi agradecimiento por lo aprendido a su lado. Ojalá que las ganas de cambiar el mundo –partiendo por Chile- no se apaguen con los años. Sobre Londres, la ciudad, nada de lo que escriba acá será suficiente. Si bien monstruosa e inabordable como Ciudad de México o Bangkok, es también sofisticada como Nueva York e inteligente como Berlín. Es imposible domar a Londres. Es imposible ganarle. Fueron y volvieron diez veces. Va demasiado rápido y no se detiene a recoger a los caídos. Las alternativas son ponerse las zapatillas de clavo para seguirle la pista o mejor no salir de la casa. Dan ganas de tener cien ojos para fotografiarlo todo. De hablar mil lenguas para entenderlo todo. De ser multimillonario para acceder a todo. Gasté varias zapatillas en sus cuadras interminables, visité los baños de todos los locales nocturnos del norte y el este de la ciudad, comí todas las variedades de curry imaginables, fumé rapidísimos puchos congelándome los huesos, hice incontables peregrinajes a Heathrow, me reencontré con el deporte rey en los pastos de Regent’s Park, taché de la lista todos los mercados que había que patiperrear, trabé amistades de los cinco continentes, me sentí más latino que nunca, cumplí uno de los sueños de mi vida. A través de 22 columnas, incluida esta, intenté transmitir algo de lo que iba absorbiendo para los lectores de Capital. Espero que haya sido de su agrado.