La trama

Bachelet se la jugó entera por ganar de una vez, y puso todas las fichas en esa opción, generó expectativas y no lo logró. Le fue muy bien en el Congreso, pero no tanto como para no tener que sentarse a negociar la guinda de la torta que es el cambio de constitución. El desánimo se notó, más allá de las sonrisas externas del triunfo.

No sólo eso. En esta primera elección, la mayoría de los chilenos simplemente no fue a votar y eso le dio, a pesar de su victoria, una votación menor a la de la Concertación en 2009. Tuvo menos votos que Pinochet el 88, y eso sí que es doloroso. El 75% de popularidad que dice tener simplemente no apareció, no la acompañó a las urnas. De los más de 13 millones de votantes habilitados, Bachelet apenas logró 3 millones, es decir, un magro 25%. Con esos números, a mi juicio, no se puede aspirar a proponer cambios radicales para el país, le falta legitimidad.

Por el otro lado, la Alianza tuvo una derrota francamente estrepitosa no superando el 25% de los votos, lo que equivale a un magro 12.5% en relación a los votos posibles. Los líderes del sector hicieron un papelón de aquéllos y el Gobierno estuvo muy poco feliz en sus actuaciones durante la campaña, por decir lo menos. Sin embargo, la derrota fue acompañada de un pequeño aire de victoria, ya que para muchos no iba siquiera a ser capaz de pasar a la segunda vuelta. El error garrafal e inentendible del CEP fue demoledor para Matthei. Pero ella ganó tiempo, que es lo que no había tenido, y desde esa perspectiva fue una pequeña victoria. Más allá de las cifras entonces, la realidad humana es simbólica y eso no lo podemos olvidar; ganó y perdió, perdió y ganó. Esto será la clave de la segunda vuelta.

En otro plano, los candidatos disonantes resultaron puro aire, sus ideas literalmente atraen a pocos o nadie, no lograron conmover a la población ni trajeron nuevos votos al ruedo. Y la clase política en general mostró que entiende poco o nada a su país y se equivocó una vez más de manera rotunda con el voto voluntario.

En fin, ahora estamos en segunda vuelta y aunque la inercia es enorme y Bachelet tiene la pole position, las cosas pueden cambiar como lo han hecho tantas veces en la volatibilidad intrínseca del hacer humano simbólico.

El guión

Para Bachelet, que va navegando con claro viento de popa, el escenario de todos modos tiene algunas adversidades en función de sus propias debilidades. Ya no se podrá esconder detrás de 9 candidatos muy diversos y deberá enfrentarse cara a cara con Matthei. En este ámbito es difícil seguir pasando y evadiendo los medios sin pagar algún costo político, que puede ser fatal.

También se debe hacer cargo de los derrotados y de las pugnas internas de su coalición, que a pesar de no ser públicas como en la Alianza, son enormes. El PC, con un pobre 4% de votos, que es la mitad de eso en población, tiene más influencia que la DC con un 15% y eso no permite estabilidad. Igual ocurre con el PPD y el PS que con 11% cada uno pesan e influencian mucho más que la DC, que ha perdido un millón de votos en su romance con la izquierda. La DC en el inicio de los 90 tenía un 27% de fuerza electoral, lejos el partido más importante del país; ahora va hacia abajo, históricamente, por el error de elección de coalición.

Pasada entonces la primera vuelta, que fue de confusión y vaguedades, debates que no lo fueron entre 9 candidatos, más el ruido de cientos de postulantes a diputado, senador, y Core, es tiempo de entrar a los cómo. Bachelet está en un claro y perceptible movimiento a la izquierda y hace gestos abiertos al PC. Eso la aleja del centro, que es el sector que probablemente no fue a votar por no sentirse representado por los candidatos.

En el otro lado, Matthei no estuvo en su plenitud en la primera vuelta; se la veía muy amarrada por la UDI, olvidada por RN, y maltratada por el Gobierno. Su programa no es realmente muy atractivo ni menos novedoso. Sin embargo, ella sí sabe liderar y entiende bien los temas del cómo. Y en lo personal es de las personas más liberales de la derecha, lo que le abre un espacio en el centro abandonado.

El desenlace

Como toda elección, el resultado es incierto, a pesar de que las apuestas están cargadas al lado de Bachelet. Es fundamental para ella lograr que más gente llegue a votar, de otro modo su legitimidad estará seriamente dañada para proponer cambios radicales al país. Con 3 millones de votos su apoyo es muy relativo. Por cierto tratará de evitar a todo evento cualquier enfrentamiento directo con Matthei. Esta última debe tratar de acorralar a Bachelet, a como dé lugar, para un debate en serio. Matthei debe obligar a Bachelet a hablar, y en especial sobre la implementación de sus propuestas. Ésa es su enorme debilidad. Cuando Bachelet habla sin pauteo o protección se equivoca, y ése es el camino de Matthei.

También hay que ir a buscar el voto del centro liberal que ha quedado desamparado en este tiempo. La Concertación se ha izquierdizado sin ambages, y la Alianza perdió a Chile Primero y a la idea de una Coalición por el Cambio, refugiándose de esa forma en la derecha. Ésa fue una gran falta de visión de Piñera, a mi juicio. Para Matthei es más fácil acercarse al centro vía Evópoli y la Red Liberal. Para ello, debe ser liberada por la UDI en los temas valóricos.

Al inicio de la segunda vuelta, pensando que gran parte de los votos de Parisi y de ME-O van a la Nueva Mayoría, pero también que muchos de éstos no van a votar, yo diría que la contienda parte más o menos con 58% para Bachelet y 42% para Matthei. La clave central para Matthei es traer nuevos votantes a las urnas en forma masiva. Para ello debe hacer un juego con total riesgo, o muy audaz, similar a lo que hizo con Parisi al denunciar sus irregularidades. Nada estándar la puede llevar al poder, debe cambiar el escenario, y no entrar a los pantanos populistas de Bachelet. Debe traer caras nuevas, ideas nuevas, enfrentar decididamente a Bachelet y sacarla a la cancha todas las veces que pueda.

La historia hablará una vez más. •••

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