En un foro al que asistí hace un par de semanas, la audiencia -compuesta en su mayoría por estudiantes universitarios- estalló en una forzada carcajada cuando el panelista que representaba a los conservadores quiso referirse a las virtudes de la denominada Big Society, eslogan de campaña con el cual David Cameron llegó al poder en Gran Bretaña. La burla se entiende con sólo mirar los números. La oposición laborista se acerca al 40% de aprobación y supera a los tories en todas las encuestas desde hace algunos meses. La sensación de que los recortes en el gasto público están poniendo en jaque la continuidad del gobierno de coalición de conservadores y liberal-demócratas hizo que hace pocos días el mismo Cameron reconociera que algunas medidas tendrían que ser reevaluadas. Al hacerlo, sin embargo, ratificó su compromiso –lo llamó “su misión”- de transformar a Gran Bretaña en la Big Society de sus sueños. Los invito entonces a preguntarse qué diablos es la Big Society. En corto, digamos que es un proyecto que cambia la forma de administrar el Estado, su poder y sus recursos. En parte, se construye sobre la senda de modernización que ya había trazado Tony Blair, al externalizar varios servicios que hasta entonces eran desempeñados por una extensa burocracia. Pero Cameron va más allá y le incorpora dos elementos distintivos. El primero es la noción de localismo, que podemos definir como la filosofía de acercar la toma de decisiones a quienes realmente van a ser afectados por ella. En otras palabras, promueve el fortalecimiento del poder local restándole atribuciones al gobierno central. El segundo es la curiosa solicitud de un voluntariado activo. O sea, que sean los propios ciudadanos los que se involucren en la provisión de ciertos servicios comunitarios que no

  • 7 Abril, 2011

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