Los propios legisladores tránsfugas son evidencia de que ni los mismos políticos entienden la militancia partidista como un bien preciado.

La aparición de parlamentarios tránsfugas constituye una amenaza a la gobernabilidad democrática. Si al momento de escogerlos no sabemos el color de la camiseta que tendrán los candidatos después de electos, difícilmente podemos decir que nuestra democracia funciona bien. Si bien no debieran ser ejércitos disciplinados con liderazgos leninistas, en tanto los partidos políticos devengan en convenientes y fluidas alianzas electorales de caciques individualistas, nuestra democracia habrá entrado en la senda del irresponsable populismo latinoamericano. Será cuestión de tiempo hasta que aparezcan candidatos presidenciales que prometan una cosa para luego implementar algo totalmente distinto una vez en el poder. En semanas recientes, parlamentarios de la Concertación y de la Alianza han renunciado a sus partidos declarándose independientes. Literalmente, estos parlamentarios son tránsfugas.
Al anunciar que ponen sus votos a la venta del mejor postor, estos políticos reconocen lo que las encuestas gritan a viva voz, que la estructura del sistema de partidos políticos chilenos amenaza con derrumbarse. Pero en vez de arremangarse las mangas para intentar salvar la legitimidad del sistema democrático, se apuran en ser los primeros en abandonar el barco.
El caso de Fernando Flores es especialmente insólito. El senador, que se hizo conocido por su interés en la tecnología y su capacidad para “abrir nuevos mundos” y pensar en el futuro más que en el pasado, ha justificado sus accionar a partir del innegable –pero irrelevante– hecho de haber estado en La Moneda con Allende para el golpe. Como si un evento fortuito constituyera un salvoconducto para la irresponsabilidad posterior, Flores renunció al PPD –partido por el que hizo campaña como candidato en 2001– para formar un improbable nuevo partido. Aliándose con Jorge Schaulsohn, cuya trayectoria política y de lobbysta deja en claro su incapacidad para separar la política de los negocios, Flores ha fundado Chile Primero. Aunque no cuesta anticipar que el movimiento eventualmente devendrá en un conflicto personal entre ambos líderes (Schaulsohn o Flores primero), su aparición ha desnudado la falta de cohesión ideológica en un PPD que hace rato no tiene sentido en un Chile donde ya no existe riesgo de regresión autoritaria. Si en algo, por el culto al pragmatismo mediático, se ha convertido el PPD es el mejor espacio para cultivar candidaturas populistas.
El caso de Adolfo Zaldívar y los colorines díscolos de la DC es el más complejo. Ni Zaldívar ni la presidente PDC Alvear aceptaron negociar ni quisieron una tregua. El partido se hizo demasiado pequeño para las odiosidades mutuas. Y si bien ninguno quería irse, mientras los dos bandos se arrancaban los ojos, el otrora partido pilar de la estabilidad democrática de los 90 siguió en franca autodestrucción. Pero Zaldívar, cuya oposición al modelo económico y cuyas promesas de un Estado intervencionista al mejor estilo de la década de los 60 no parecen tener más apoyo que entre un considerable número de nostálgicos militantes de la vieja patria joven, parece poseedor de la misma convicción de otros líderes populistas latinoamericanos. Su discurso mesiánico se diferencia del de Chávez sólo en el tipo de intervencionismo estatal que ambos promueven.
Pero ambos comparten la falsa idealización de un paraíso perdido (Patria Joven o Simón Bolívar). Desafortunadamente para Zaldívar, el venezolano ha demostrado ser más popular.
Lo de Carlos Cantero no debiera sorprender. El senador de RN ya fue jefe de campaña de Arturo Frei Bolívar en las presidenciales de 1999 (menos del 1% de los votos). Pero su renuncia nos advierte que a las ya conocidas diferencias –si no abierto desprecio– entre la UDI y RN debemos sumar ahora conflictos al interior de cada colectividad de derecha. En la UDI, aunque todavía nadie lo ha invitado a renunciar, las virulentas frases descalificatorias contra Lavín que han venido desde sus correligionarios hacen pensar que el ex candidato presidencial es persona non grata en el sector más duro del gremialismo.
No debiera sorprender que la opinión pública cada vez preste menos atención a los conflictos internos de los partidos y se sienta menos representada por ellos. Los propios legisladores tránsfugas son evidencia de que ni los mismos políticos entienden la militancia partidista como un bien preciado. Pero al huir de los partidos y privilegiar liderazgos personales, los tránsfugas sólo contribuyen a debilitar un poco más la democracia. Peor aún, con sus actos pavimentan el camino para que en Chile asole el mismo populismo que tanto daño le ha hecho a América latina en el último siglo.
Patricio Navia es académico del Centro de Estudios Latinoamericanos de New York University y de la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad Diego Portales.

0 0 votes
Article Rating