Ella comprendió de modo extraordinario que la vida humana adquiere sentido pleno en la entrega a los demás, y que su vocación no es vivir junto a los demás, sino para los demás.

A pesar de haber fallecido hace ya varios años su sonrisa me sigue cautivando. La Madre Teresa de Calcuta representó el antónimo de lo que Occidente cataloga como belleza: un cuerpo disminuido y encorvado, una piel arrugada y una cara y un cuerpo lleno de desproporciones. Sin embargo su rostro irradió alegría y paz.
Su trabajo era también contrario a lo que un occidental espera. Desarrolló su vida en medio de los más pobres, los moribundos en las calles, los enfermos de SIDA y los tuberculosos.
Desarrolló su acción sin recursos, en un país lejano, con un idioma distinto y en el más absoluto anonimato. Sin embargo, su transparente sonrisa cautivó a todos quienes miró.
¿De dónde surgió este rostro tan grato a la vista, tan interpelador, que suscitó tanta adhesión y simpatía y que hizo que tantas personas alrededor del mundo continuaran su obra? Cautivada por la enseñanza del Maestro, Jesucristo, ella lo dejó todo para seguirlo y realizar en su vida el anhelo más profundo que anida en todo ser humano: amar. Ella se atrevió, dio el paso que siempre separa lo que queremos hacer y lo que hacemos. Fue auténticamente libre al punto que nada la separó de ese llamado maravilloso y profundo que está en el fondo de todo hombre, el que incita a hacer el bien y evitar el mal.
Teresa de Calcuta comprendió de modo extraordinario que la vida humana adquiere sentido pleno en la entrega a los demás, y que su vocación no es vivir junto a los demás, sino que compartir y vivir para los demás. Descubrió de una manera prístina que la razón de ser de su vida era que los otros la tuvieran, y la tuvieran con dignidad. Recorrió las calles y abrazó a los moribundos para que no murieran solos. Comprendió que la dimensión espiritual del hombre adquiere plenitud cuando se encarna en el amor al prójimo. Su obra, repartida por todo el mundo, es fruto del profundo amor a Dios que la movió.
Pero hay algo más. Con su sonrisa nos transmitió que la vida interior, la vida humana centrada en los valores espirituales, es el camino adecuado para lograr la felicidad que tanto buscamos. Camino a veces arduo, pero que siempre llega a buen puerto cuando está iluminado por la fe.
Hemos sido testigos del intento fallido de tantas personas que buscan plenitud humana y felicidad en el aspecto externo de sus personas y han terminado solos y tristes. Teresa de Calcuta adquirió, a la luz de su vivencia espiritual y su vida de oración, la más absoluta claridad de que las cosas materiales son sólo un instrumento y no un fi n último y que éstas adquieren relevancia sólo cuando son compartidas. Lo mismo vale con los talentos y todos los dones que tenemos.
Cuando caigamos en la tentación de creer que seremos felices cuando cambiemos tal o cual aspecto de nuestro físico, cuando vivamos en tal o cual barrio o cuando alcancemos tal o cual puesto de trabajo, les recomiendo que miren el rostro de Teresa de Calcuta y el lugar donde desarrollaba su actividad. Se llevarán muchas sorpresas.
Por último, como regalo de Navidad les dejo estos pensamientos que encontré en www.iabd.org/etica, los que pueden ser de mucha utilidad, sobre todo a la hora de emprender la agotadora tarea de comprar regalos: “Con el dinero se puede comprar: la cama, pero no el sueño; la comida, pero no el apetito; el libro, pero no la inteligencia; el lujo, pero no la belleza; una casa, pero no el hogar; el remedio, pero no la salud; la convivencia, pero no el amor; la diversión, pero no la felicidad; el crucifijo, pero no la fe; un lugar en el cementerio, pero no un lugar en el cielo”. Feliz Navidad.
Monseñor Fernando Chomali es obispo auxiliar de Santiago.

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