Escritor

Es patético el espectáculo político que están dando los candidatos presidenciales con movidas de ingeniería electoral. Es un aliciente para no ir a votar. Ni Piñera ni Guillier, que corren con ventaja, tienen propuestas emanadas de estudios, para no pedir ideas de cierta densidad intelectual, que sería mucho. Pienso en propuestas que inspiren, que enfoquen nuevos aspectos del país y que sintonicen con lo que necesitan y desean las personas. Esta falta de contenido, que algunos miran con naturalidad y otros con resignación, es un peligro a mediano plazo. Desconocer la urgencia de las ideas es posible que ayude a ganar una elección, pero a la hora de gobernar puede convertirse en un vacío de profundas repercusiones. Un gobierno sin ideas se dedica a administrar conflictos y a responder a la contingencia. Por lo mismo, nunca será capaz de imponer una agenda y menos de sacarla adelante con buenos resultados.

Las convicciones y las ideas sirven cuando hay que elegir cuestiones valóricas, determinar políticas públicas que influyen en la vida de muchos y, sobre todo, para entender los cambios culturales que se desarrollan desde una perspectiva histórica. Sólo así se puede enfrentarlos y obtener resultados. Puesto que las ideas unen, dan templanza y espesor cultural ante temas cruciales, en los que se juega algo más que la popularidad. Estamos hablando de los cimientos, las primeras piedras, sobre las que se construye el día a día de un gobierno. Si no están las ideas, es posible que sean automáticamente reemplazadas por el fragor de la contingencia y que la confusión reine con cada cortocircuito.

Los conceptos nacen de pulsiones y necesidades, de preguntas que requieren respuestas vitales, de ahí su trascendencia. Es decir, las ideas contienen emociones, las conducen y las ponen bajo la lupa de la razón. Dejarlas de lado, es darles poder a grupos de presión, es dejar la cancha entregada a la política fáctica y a los que gozan del privilegio de hacerse notar. No tener ideas implica confiar demasiado en las encuestas y la popularidad, lo que no es suficiente para dirigir a un país complejo. No tener ideas es creer que los incentivos al crecimiento económico y los énfasis en temas como salud y delincuencia son suficientes para gobernar una sociedad dividida, en la que las contradicciones, las desconfianzas, el resentimiento y las cuentas por pagar son demasiados.

Piñera y Guillier siguen una estrategia que consiste en criticar a sus adversarios con dureza y en eludir las definiciones. Hasta el momento no tienen discurso. Y es verosímil pensar que no creen en la necesidad de tener bases conceptuales, puesto que les quitan libertad para decir lo que los electores quieren escuchar. Ambos son populistas light y les hablan en exclusiva a sus adherentes. Lagos, que viene bastante peor en las mediciones, es el único de los candidatos al que se le han escuchado planteamientos y que se ha jugado por ciertos enunciados. Pero es tan fuerte el rechazo que genera, que no se escuchan sus propuestas por muy atinadas que sean. Quizá Lagos es el único de los que compite que sabe el peso que tienen los principios. Aunque no sean del gusto masivo, Lagos no teme a decir lo que piensa. Es una persona que tiene aprecio por la cultura y sabe que el futuro de las naciones no depende de cuán obsecuente se es con las tendencias de moda, con las pasiones que encienden un momento. Tal vez su edad le da un escepticismo que irrita a los furiosos, una experiencia que ansían borrar.

A esta altura es pertinente preguntarse qué son las ideas. Las definiciones abundan en la historia de la filosofía. Lo que tienen en común todas las definiciones es en que las ideas se forjan con la razón y las emociones, que son construcciones sofisticadas. Las ideas no son las opiniones, ni las respuestas ingeniosas, ni las creencias morales. Las ideas son más frías que éstas, son más elaboradas y difíciles de desarticular. No dependen de la eventualidad, sino de la historia. Hace décadas que Chile no tiene un gobierno al que se le escuchen ideas. Llevamos varias administraciones aferradas a titulares, consignas y dogmas. El resultado está a la vista: un país cada vez más violento, menos tolerante a las diferencias. Las pasiones están ganado un protagonismo en nuestro devenir que no conduce a otra cosa que a la frustración.

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