Escritor

Las primeras señales que envía Sebastián Piñera como candidato a la presidencia son inequívocas: él representa a un sector político, la derecha, y pretende hacer un gobierno de esa línea. Ya no es el hombre de centro, ex DC, que condenó a los “cómplices pasivos” e hizo serios esfuerzos por crear una derecha liberal que se entendiera con amplios sectores del espectro político.

Su próximo desafío es fácil: vencer en una primaria que ya tiene ganada. Entonces no se comprende su férrea y estratégica adhesión a las posiciones duras de la derecha. Salvo que su estrategia esté basada en un par de premisas: van a ir a votar los mismo de siempre; y la Nueva Mayoría no tiene alternativas potentes, menos ahora con la aparición del Frente Amplio que le restará votos. Si estos cálculos no fallan, Piñera triunfaría por falta de adversarios. En ese sentido, no tiene para qué ganarse los votos de centro, es suficiente con los de su sector.

Pero si varía el escenario, por ejemplo, si se complica uno de los procesos judiciales en los que están involucrado él y su familia, o si su idea de eliminar la gratuidad empieza a erosionarlo en los sectores populares beneficiados por esta política, estará en serios problemas para encontrar nuevos aliados y seducir los votos liberales.

Los gritos a favor de Pinochet que se escucharon en el lanzamiento de su campaña no fueron suficientemente fustigados por Piñera y los suyos. No los encuentran tan graves. Tampoco consideran impresentables los dichos homofóbicos y aberrantes de Alejandra Bravo y de Jacqueline van Rysselberghe. Los conflictos de interés son otro flanco que parece tener al piñerismo sin inquietudes. No los turban los procesos judiciales que implican a ex funcionarios de su anterior gobierno, como Longueira y Wagner. Es tanta la confianza en el desorden que se ve en la competencia que la tranquilidad los invade. Parodiando una máxima de Maquivelo, el círculo de Piñera dice en privado: no interrumpamos a los enemigos mientras se destruyen.

Esta actitud ganadora, fundada en la ingeniería electoral y asentada en números y encuestas, puede terminar complicando las aspiraciones de Piñera. Le ha quitado plasticidad a la hora de moverse en el ámbito político. Está arrinconado con la UDI. Y, lo que es peor, ha destruido sus atributos de tipo moderado. Con el discurso actual, Piñera elimina la posibilidad de diálogo con sectores que, si llega a ser gobierno, le van a plantear una oposición feroz. Sus consejeros lo han convencido de la peregrina idea de que es positivo destruir lo que este gobierno ha realizado. En vez de intentar rescatar lo bueno que Bachelet va a legar, no ha hecho distinciones y se ha dedicado a condenar las reformas.

También está el flanco de los temas valóricos que podrían aparecer y obligarlo a definirse en cuestiones que influyen en la popularidad. Los aliados de Piñera están en estos asuntos a la derecha. Y él con ellos ya no tiene espacio para tomar distancia. La UDI y RN no aceptan el aborto en ningún caso, incluso cuando las mujeres del país están masivamente de acuerdo con él. Tampoco están a favor de revisar la fracasada ley de drogas, que ha logrado encarcelar a más consumidores que narcotraficantes. La represión no resuelve temas que tienen que ver con la salud y la educación. Piñera y los suyos se niegan a ver esta realidad, sin embargo, prometen bajar los índices de delincuencia sin explicar cómo sacarán la droga dura de las poblaciones.

En el nuevo Piñera derechizado vemos una pátina noventera. Un anhelo por volver atrás, al antiguo orden. Es raro que alguien que promete futuro desee el pasado. Noto que no está en sintonía con las personas. Se le ve más ideologizado que cercano. Le falta piedad para comprender a los que no triunfan que son la mayoría. Al lado del Luksic tuitero, su performance es mala, propia de un tecnócrata sin empatía con los que piensan distinto a él.

Piñera corre ventaja en la carrera presidencial. De eso no caben dudas. Falta, eso sí, suficiente tiempo para que las votaciones lleguen. Su jugada a favor de los partidos y políticos de derecha ha sido tan radical, que es posible que, si un tropiezo se le aparece, no haya vuelta atrás. Quien mejor lo sabes es Carolina Goic.

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