En una reciente intervención, Sebastián Piñera reflexionó si acaso la discusión actual “tiene que ver con fomentar y fortalecer los pilares que van a hacer la diferencia en favor del crecimiento, o si bien estamos cayendo en un debate ideológico trasnochado, obsoleto… que a la larga sabemos que no nos va a conducir a ninguna parte”. Es decir, Piñera cree que la clave está en dejar la masturbación mental para conducir de una buena vez el buque hacia el crecimiento económico.

No es raro que Piñera le haga el quite a la conversación teórica que funda la política pública. Su trayectoria da testimonio de una predilección por los argumentos numéricos antes que por los filosóficos. Por eso, su presidencia anduvo a los tumbos cuando el movimiento estudiantil le planteó un desafío en el plano estrictamente normativo. Mientras los líderes universitarios hablaban de derechos sociales, el Gobierno respondía anunciando más becas. Costó un mundo que las frecuencias discursivas se encontraran en un mismo plano. En este sentido, Piñera fue un discípulo de la escuela lavinista de la desideologización del debate. Su archiconocida desconfianza a la idea de un relato o narrativa esencialmente político tuvo mucho que ver con su convicción de que lo importante es mejorar la eficiencia del Estado para incrementar la calidad de vida material de las personas.

Piñera dice que el debate ideológico actual es trasnochado, obsoleto e inconducente. En efecto, los argumentos que hoy atraviesan la conversación en educación, salud o seguridad social son viejos. Por ejemplo, libertad e igualdad son dos valores que vienen enfrentándose desde hace mucho tiempo. Pero ello no es sinónimo de obsolescencia, sino de vigencia. Son banderas que transmiten la manera en que los actores políticos ven el mundo y expresan la forma en la que les gustaría organizar la sociedad. Cuando la izquierda propone terminar con el financiamiento compartido para disminuir los grados de segregación social, está levantando una aspiración legítima que debe ser evaluada en la misma frecuencia normativa. Del mismo modo, cuando la UDI o RN defienden la libertad de los padres de aportar una suma de dinero para obsequiarles a sus hijos una educación de mayor calidad, están esgrimiendo un argumento válidamente ideológico. No tiene sentido negarlo.

Entiendo que el concepto de ideología haya caído en desgracia en el Chile despolitizado. Pero no estamos obligados a pensar que todas las construcciones ideológicas son necesariamente totalitarias o absolutistas. Todas las discusiones importantes revelan ciertas posiciones ideológicas. Hay algunos que prefieren que el Estado decida por nosotros lo que nos conviene, mientras otros consideran que el individuo debe ser libre para equivocarse cuantas veces quiera. A los primeros se les llama paternalistas, a los segundos libertarios. Hay algunos que piensan que los buenos alumnos deben abandonar su lugar de origen para explotar al máximo sus capacidades en entornos más exigentes, mientras otros promueven sistemas donde todos los alumnos progresen en conjunto. El valor rector de los primeros es la meritocracia y el de los segundos es la inclusión. Clivajes como éstos hay decenas y sencillamente no es cierto, como manifestó Piñera, que no conduzcan a ninguna parte. Son útiles, porque ayudan a mapear la estructura ideológica de la sociedad y a identificar los principios que estructuran la convivencia. No es intelectualmente honesto pensar que sólo el adversario ocupa una posición en este mapa.

Cuestión distinta es el dogmatismo, que básicamente implica aferrarse a una creencia con independencia de la evidencia o de buenas razones que la sostengan. Todas las posiciones ideológicas tienen algo de dogmáticas. Para pulir ese elemento indeseable, las democracias perfeccionan reglas de deliberación y razón pública, donde el consenso y el acuerdo son herramientas siempre disponibles.

Es cierto que a Sebastián Piñera y a la derecha, en general, les conviene que el debate vuelva a centrarse en el crecimiento económico. Es una cancha en la que suelen exhibir buenos rendimientos. Tras conocerse los magros resultados del último IMACEC, el cientista político Patricio Navia ironizó con que el lema aliancista ya estaba listo, pensando en 2017: “Para volver a crecer”. Tiene razón: una eventual mala performance de Bachelet en áreas sensibles como empleo puede gatillar en parte importante de la población el deseo del retorno de Piñera. Pero el hecho de que a la derecha y a su principal figura les favorezca la instalación de dicho eje semántico en la discusión pública, no implica que los temas que actualmente copan la agenda sean irrelevantes, trasnochados u obsoletos. Muy por el contrario. Quizás sólo revelan que a él no le acomodan. •••

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