Temporada a río revuelto. Y con las redes rotas en el caso de varios actores sociales.

 

Una palabra parece definir mejor que cualquier otra el panorama nacional: desarticulación. Cualquier tironcito, por leve que sea, produce desgarros en las tramas que debieran constituir nuestro tejido social, debilitado al máximo, a pesar de nuestros casi 200 años de autonomía.

Las redes gubernamentales son las que muestran el mayor número de hilachas y forados. La coordinación entre el gabinete y la Concertación está en crisis terminal; el Fosis fracasa en sus proyectos Puente; la lepra de Chiledeportes es mirada con legítimo recelo; a ver quién se inscribe en los planes de empleo, si ya se sabe que hay que realizar prohibidas tareas electorales; a Educación, al MOP, a Transportes, apenas les creen sus funcionarios. En todo caso, que nadie se llame a engaño: los operadores gubernamentales en la base social siguen siendo miles y cuentan con el instrumento más peligroso: platita a raudales.

Pero, ¿lo hacen mejor las restantes redes sociales? Hay de todo, ciertamente.

Los partidos políticos, especialmente los de la Alianza, parecen ir reconstruyendo contactos y adhesiones. Las encuestas no les dan una radiografía positiva, pero los comicios próximos los obligan a reparar sus fibras, hacer nudos y extenderse por todo Chile. Siempre los partidos han gozado de una ventaja exclusiva respecto de todas las otras organizaciones sociales: el desafío electoral, que los obliga a moverse dentro de plazo fijo. Y las colectividades de la Concertación cuentan, además, con el imán irresistible del poder que acaparan hace 17 años. Por su parte, al PC le alcanza solo para anunciar que moverá masas en Santiago, pero aparece mendigando uno que otro diputadito y aprovechando una que otra jugosa indemnización.

El empresariado tiene sus redes en plena forma. Pero sus legítimas aspiraciones de lucro son frecuentemente percibidas como pesca depredadora e inconsciente; su trama organizacional no parece gozar de prestigio social, a pesar de su eficacia interna y de sus fluidas relaciones con el gobierno. O quizás por eso mismo… En paralelo, la red sindical se vuelve a debatir en su dilema histórico: o mantiene su diversidad o busca el gigantismo, y ofrece así sus argollas a los partidos para que la enganchen y la arrastren a donde ellos quieran; por su parte, a nivel vecinal solo hay una que otra iniciativa menor y una que otra mafia mayor.

A su vez, los consumidores apenas saben organizarse (mejor acudir a un servicio estatal, piensan), los deudores habitacionales estrilan hasta en la procesión del Corpus y desprestigian su causa; los ecologistas, indigenistas y animalistas juntan 50 tipos (20 son pagados) para defender a las ballenas, a los monos y a los cisnes, a los quillayes, alerces y peumos, a las tres comunidades ésas que pretenden mantener en la extrema pobreza, pero olvidan que la inmensa mayoría de la población nacional es urbana, incluyendo a casi todos nuestros indígenas. Apenas influyen.

Solo dos colegios profesionales marcan presencia: profesores y médicos. Los primeros se invalidan al defender la mediocridad de sus peores colegas; los segundos basculan entre la ideologización y la promoción de cuanta locura se le ocurre a la ministra. Tienen sus minutos en la tele, pero están desprestigiados. ¿Y los demás? Casi sin novedad en el frente.

Las redes estudiantiles funcionan más comunicando que no hay clases por la toma, que planteando educada y racionalmente sus puntos de vista (¿es mucho pedir a los educandos que razonen?). Voceros que amparan a pedreros no recogen sino expulsiones y detenciones. Los centros de padres se activan cuando el hijito aquél –idealista de armas tomar– fue mechoneado por los verdes, pero apenas musitan preocupación por los nuevos proyectos legislativos.

Los intelectuales ni sospechan que hay que funcionar en red: cada uno con su hachita; los artistas y actores culturales, tan libres ellos, peleándose por el bocado estatal; y los científi cos, cultivando legítimamente sus redes con el mundo entero, citándose y reuniéndose, pero apenas perceptibles como ejemplo de trabajo común y eficaz.

¿Y ninguna red emergente? Sí, varias: la familia militar, reaccionando como nunca antes; los descolgados del PPD, tejiendo sus candidaturas tramo a tramo; independientes en red, armando su tercera vía; cristianos vitales, acudiendo a tribunales para enervar políticas antivida; un Techo para Chile, declarando sus aspiraciones más allá de la simple solidaridad (mientras el Hogar de Cristo, Las Rosas, María Ayuda, se conforman con la eficacia en ese plano).

Pero, por sobre todas, la red de redes: los medios masivos de comunicación, con casi tantos peces capturados y agónicos, como chilenos habitan el país.

El panorama está claro y no es alentador. Pero, al mismo tiempo, plantea un desafío. Una especial temporada de pesca ha comenzado: arreglen y lancen sus redes.

 

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