Economista

No es posible hacer una generalización sobre la “clase política”, ya que hay muchas y muy buenas excepciones personales. Sin embargo, hay ciertos resultados agregados de su gestión, que valen la pena comentar. Es lo que hacen como colectivo lo que preocupa.

En términos gruesos, la función general de la política es dar gobernabilidad y liderar a sus países, particularmente en los tiempos más difíciles y durante las vacas flacas. Para gobernar en un buen sistema democrático, es fundamental lograr grandes acuerdos en los temas estructurales. Esos acuerdos son los que construyen legitimidad.

Nadie es dueño de la verdad y por ello todos los líderes deben ceder un poco sus posiciones para encontrarse en caminos intermedios. La doctrina de avanzar sin transar, o la ideología de las retroexcavadoras, anticipan el deterioro de la democracia, como ya ocurrió en el pasado y está volviendo a ocurrir en nuestro país. Nuestra clase política (como tal) literalmente está fallando y de seguir así el pronóstico no es muy auspiciador, ya que se ha generado una enorme incertidumbre; las odiosidades empiezan a campear; todo eso deteriora la economía, eso a su vez el empleo, el bienestar y futuro de las personas.

Quienes nos gobiernan y lideran hicieron un trabajo ejemplar durante 30 años y, literalmente, pasamos a ser el país estrella de la región. Algo de lo que debiéramos estar orgullosos. Pero algo extraño pasó. Aparecieron nuevos actores que aborrecieron nuestro pasado y empezaron a tratar de destruir todo lo logrado. Entró así una increíble entropía al sistema. Veamos los resultados.

Lo primero es el rechazo casi absoluto a la gestión de la política. El Parlamento tiene 85% de desaprobación, las coaliciones políticas lo mismo. El Gobierno, un 75%, el gabinete un 80%; el Poder Judicial también. Es decir, los tres grandes poderes del Estado están desacreditados al mismo tiempo.
Algo malo está ocurriendo. La consecuencia es que nadie le cree a nadie. Las dos grandes coaliciones se desgastan en rencillas internas y sus peleas o desacuerdos llegan diariamente a los medios, todo lo cual genera enorme incertidumbre. Sufrimos hoy una aguda crisis de liderazgo, que parte desde La Moneda, pero se extiende transversalmente. No es baladí que la mandataria aparezca tratando de desmentir rumores de sus problemas personales, dándoles así más cabida a las preguntas sobre el tema y abriendo de esa manera aún más las dudas, al asegurar que no va a renunciar.

En el caso Caval, que se agrava día a día, un 75% de la población dice no creerle a Bachelet. Eso es demasiado grave desde el punto de vista republicano. Si piensan que ha mentido una vez, por qué no lo haría nuevamente. ¿Cómo y cuándo creerle? Lo mismo ocurre con el vocero que sale dando opiniones para decir después que no tenía la información. ¿Cómo saber ahora cuándo la tiene?

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En general, nuestros políticos parecen legislar para ellos más que para el país. Se equivocaron con acortar el peíodo presidencial. Se equivocaron con el voto voluntario. Ocurrió exactamente lo opuesto a lo que dijeron que ocurriría. Se equivocan sistemáticamente con sus predicciones sobre la economía, porque quieren manejar las expectativas en vez de decir la verdad. Se equivocaron dramáticamente con la aprobación exprés de las reformas totalmente improvisadas, técnicamente desprolijas y además rechazadas por la mayoría de la población. Se equivocaron con la reciente aprobación de una ley que permite crear partidos con muy pocas firmas. Se equivocaron aumentando innecesariamente el número de parlamentarios, sólo para acomodarse a ellos mismos como incumbentes. Se han pagado viáticos inexplicables y así tantos otros errores elocuentes.

Su mala gestión es tan severa, que aún no se ha implementado la ley de reforma tributaria y ellos mismos reconocen que estuvo mal hecha y deberán modificarla. Se culpan unos a otros, pero no resuelven los problemas. En educación cambian de opinión cada 24 horas, y aunque parezca insólito, harán por la vía presupuestaria algo que debe hacerse por ley. Todo esto es de no creer, es obvio que se van a equivocar otra vez.

Los últimos tres episodios que han llamado la atención pública son notables. El primero es haber constatado que algunos parlamentarios, es decir, nuestros líderes, confunden los feriados –definidos para ritos y celebraciones republicanas– con vacaciones. Qué ejemplo. Qué vergüenza tan grande. Si los líderes no aparecen en estas fechas, qué queda para el resto. Cómo construir historia. ¿Puede, por ejemplo, un almirante salir de vacaciones para el 21 de Mayo?

El segundo episodio inexplicable ha sido el generoso bono pagado por BancoEstado, y que recientemente fue capitalizado. El directorio, por unanimidad, aprobó un bono que equivale nada menos que al total de las utilidades del primer semestre de la empresa. Eso no tiene sentido técnico alguno ni aquí ni en ninguna parte. No hay que ser muy iluminado para entender que ello respondió a una decisión política y que el directorio responde a dichos predicamentos, es decir, que no tiene ninguna autonomía, ni menos cautela los intereses de la empresa.

El tercer evento ocurrió cuando tuvimos el fallo de La Haya. Catorce contra dos, un fallo más que contundente. Nuestra Cancillería, al parecer se equivocó de juego. Siempre sostuvo que Bolivia no tenía un caso con Chile, pero la evidencia dice exactamente lo contrario; hoy lo tiene, los tribunales lo han acogido y lo estudiarán. Cuando el Gobierno dice que Bolivia no ha ganado nada, está negando lo evidente, no quiere ver la realidad, y difícilmente la podrá enfrentar. Si no reconocemos la derrota, y seguimos diciendo que todo fue bien hecho, difícilmente haremos algo diferente, y volveremos a perder. Es más, se escuchó a algunos políticos sostener delirantemente que el fallo era bueno para nuestro país. Nos metieron seis goles en el primer tiempo, y el entrenador dice que vamos ganando.
El escenario del siglo XXI es muy diferente al del siglo pasado, donde al parecer seguimos pegados dando la pelea. Los tribunales tratan de ser salomónicos, y eso tiene que ver con las percepciones, es decir, las comunicaciones. Fue justamente ahí donde trabajó Bolivia. Nosotros seguimos hablando del Tratado de 1904, que nunca fue imputado por el país altiplánico.

En fin, nuestra clase política está en jaque y es urgente una renovación de liderazgos, o al menos de ideas y de colaboración. La dirigencia no está cumpliendo adecuadamente su función. El país necesita la política, es fundamental para la gobernabilidad. Necesitamos que despierten, dejen de mirarse el ombligo, empiecen a trabajar para el país, no para sus egos, y sobre todo que colaboren, transen, cedan y avancen.

No podemos seguir mirando el futuro por el retrovisor. •••

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