La nostálgica película NO invita, inevitablemente, a realizar un ejercicio revisionista, es decir, a tratar de reinterpretar o manipular lo sucedido a la luz de la realidad actual. Así, para muchos, la apropiación de los códigos publicitarios en la franja sería la evidencia irrebatible de que en los próceres de la Concertación siempre hubo una natural sensibilidad por la reglas del mercado. En el mismo origen de la coalición habría estado su sentencia final, de modo que su actual desmadre y fatalismo no sería más que el lamento por haber claudicado ante la magia del mercado y no haber metido más Estado, más impuestos, más políticas sociales, menos lucro… De no haber sido así, piensan muchos, no habrían perdido el poder, ni la identificación con el electorado, ni menos el contacto con las nuevas generaciones, a propósito de las movilizaciones estudiantiles.

En este sentido, la campaña del NO tiene muchos padres, pero pocos hijos y, como veremos, quizás la campaña del Sí carezca de padres, pero sí tiene más hijos.

No hay duda de que la franja del NO es enaltecida y conocida como una genuina obra épica, al punto que son varios los que hasta del día hoy se pelean por su autoría. En cambio, la campaña del SÍ es una obra huacha, desconocida y vista hoy parece una parodia sobre el gobierno militar; perfectamente podría haber sido hecha en estos días para burlarse de las autoridades de la época.

Sin embargo, la franja del SÍ, o sea la franja de la derecha, fue evolucionando hasta apoderarse de todos los códigos de la franja de la Concertación y de esa manera logró triunfar en la última elección. En cambio, la franja de la Concertación evolucionó de manera irregular, y terminó desconectándose de las personas, perdiendo capacidad de asombrar, a pesar de contar con los históricos cracks de las comunicaciones (aunque esta vez sus autores desconocieron su obra).  De hecho en la última franja de la Alianza hubo frescura (y apropiación) y en la de la Concertación, desgaste (y renegación).

Visto así, la histórica franja del No simboliza una promesa incumplida para los jóvenes actuales, una alegría que no llegó y una gestión del poder vista como traición. La franja del SÍ, en cambio, para algunos sectores jóvenes puede llegar a representar una promesa truncada, una historia mal contada, contradictoria en su libertad individual y control social, e insensible en su emprendimiento y desigual desarrollo. Para los primeros, surge la necesidad de contar otra historia; para los segundos, contarla mejor.

Los hijos de las franjas del SÍ y del NO –todos aquellos que no alcanzaron a votar en el plebiscito, y que hoy tienen entre 25 y 40 años- que están buscando su espacio propio en la política, han tenido una evolución a la par de las franjas de sus padres respectivos. Los jóvenes del mundo de la Concertación partieron  altamente movilizados y entusiasmados, y paulatinamente se fueron “desenchufando” (concepto político de los 90), hasta terminar en una posición cínica, anti-institucional, alejada de los partidos, criticando el sistema desde fuera, como modo de cuestionar el ejercicio del poder de la clase política.

Esta situación ha motivado nuevos modos de organización política; están aquellas con vocación de denuncia, vigilancia y supervisión. El mejor ejemplo de este énfasis en la transparencia, como respuesta a la desconfianza, es la Fundación Ciudadano Inteligente (con profesionales como Felipe Hausser y Manuel Aris), que ha levantado iniciativas como el Inspector de Intereses, para exponer posibles conflictos de interés de los parlamentarios; o Acceso Inteligente, que mediatiza las solicitudes de información de las personas, facilitando el uso de la Ley de Transparencia.

Pero hay otros hijos de la franja del NO. Son aquellos que ante la desconfianza se han propuesto reconstruirla en el margen del sistema político. Estas organizaciones se han centrado en lo local, en las bases, y han mantenido distancia de sus parientes políticos más próximos: no tanto por desacuerdos ideológicos, sino por cuestionamientos a su forma de hacer las cosas. Revolución Democrática (integrada por Miguel Crispi y Giorgio Jackson) -que enfatiza el trabajo de base- o Frecuencia Pública (Ignacio Corcuera y Danilo Herrera) -que repolitiza el espacio doméstico-, son buenos ejemplos de esta opción.

Por el lado de los hijos de la franja del SÍ, lo que se percibe es el propósito de resignificar la promesa truncada de la libertad. Ellos vuelven a la política pidiendo más tolerancia, más apertura y modernidad, y más derechos individuales. Menos dogmáticos y más chasconeados, los hijos libertarios de la franja del SÍ se sacudieron el pudor y se declararon más liberales, o al menos más tolerantes. Es posible destacar al grupo de adultos jóvenes de Red Liberal (Cristóbal Bellolio y Davor Mimica) y su estilo desprejuiciado y a veces irónico (apoyan la devolución del Huáscar para que, entre otras cosas, las empresas chilenas en Perú tengan menos problemas).

Otro grupo independiente de jóvenes de centroderecha es Horizontal (Luis Felipe Merino y Felipe Kast), que tiene como guía una sociedad de oportunidades y se considera una plataforma de debate por “las causas progresistas, y las ideas de centroderecha”. Es decir, sin miedos a cruzar fronteras y ampliar los horizontes de la derecha.

Incluso el ala más conservadora de los hijos del Sí hace esfuerzos para desprenderse del componente autoritario que caracteriza a su sector. Es el caso de Idea País (Diego Schalper y Claudio Alvarado), cuyos miembros evolucionaron en su discurso hacia el bien común y la unidad nacional, en una lógica de fortalecer la convivencia y no la imposición.

En los casos de los hijos del Sí vemos más apertura, tolerancia y un norte que busca la inclusividad desde el interior del sistema.
En cambio, a los hijos del NO, los vemos en una pelea por la inclusividad, pero desde fuera del sistema. Los grupos mencionados más arriba no logran constituir el puente con sus padres; todo su esfuerzo está dinamitado por tipos como MEO y dirigentes estudiantiles como Gabriel Boric. Pero ellos ya no suman a la Concertación: la dividen y la golpean en el suelo. En ellos prima la intolerancia, la asamblea constituyente y la desfachatez contra lo institucionalizado. Paradojalmente este síntoma ya ha percolado en la Concertación, donde ya no hay innovación en las ideas, no caben los agentes tecnocráticos y lo que reina es el espíritu pro Estado, y todo lo que suene a distinto, debe ser erradicado. Es el germen de la intolerancia.

El problema para la Concertación es que, probablemente, la mayoría de los que adhiere a ese discurso no vote en la próximas contiendas electorales (como así lo indican todas las encuestas, y en particular la reciente del INJUV). Es ese el problema de tratar de crecer desde fuera del sistema.

Por el contrario, los hijos del SÍ están concentrados en correr el cerco, en ampliar a punta de mayor tolerancia su espectro de ideas y mapa electoral. Van hacia el centro. Los otros sufren el efecto centrífugo. Los padres del SÍ van a tener que ver si pierden el miedo a este viaje al centro; y los padres del No van a tener que evaluar si salen todos volando o encuentran una hebra que los lleve a recuperar el sentido del centro.

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