La pregunta del millón no tiene que ver con una crítica hacia Michelle Bachelet, sino que hacia la ONU. Cabe preguntarse si ella es la persona más adecuada para liderar esta importante entidad, y la respuesta se encuentra en Nueva York y Ginebra, no en La Reina.

Existen dos puntos de vista cuando hablamos de Michelle Bachelet. Desde el ámbito nacional, su carisma y simpatía se han visto opacados por las sombras de su larga trayectoria política: el caso SQM que salpicó a personajes de su gobierno como Peñailillo, el caso Caval que tuvo a su hijo como uno de los principales involucrados, un reformismo desatado con resultados mixtos.

Sin embargo, desde afuera son otros los elementos que se tienen en cuenta. La expresidenta está investida de un potente simbolismo, como la primera presidenta de Chile, como exiliada y como hija de un general que se opuso a la dictadura. Algo que sin duda ha inspirado su nombramiento para encabezar la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Aunque eso tampoco ha estado exento de críticas. Desde el oficialismo surgieron comentarios que solo se pueden entender desde la “mala leche”. Después de todo, pareciera innecesario exigirle explicaciones a la ONU, cuando estamos hablando de una mujer que ha sido presidenta electa dos veces y que ya cuenta con experiencia en altos cargos del organismo internacional. Con esto, lo anterior bordea lo ridículo.

Pese a esto, los políticos oficialistas se perdieron una oportunidad. Porque la pregunta del millón no tiene que ver con una crítica hacia Bachelet, sino que hacia la ONU. Cabe preguntarse si Michelle Bachelet es la persona más adecuada para liderar esta importante entidad, y la respuesta se encuentra en Nueva York y Ginebra, no en La Reina.

Hace unas semanas estuve en una pequeña reunión con Zeid Raad Al Hussein, actual Alto Comisionado para los DD.HH. de la ONU, un príncipe jordano con décadas de experiencia en la diplomacia internacional, como cuando tuvo que lidiar con el conflicto en Medio Oriente y la guerra de los Balcanes a comienzos de los 90. En privado dijo lo mismo que ha dicho públicamente: optó por no renovar su período. El ambiente internacional no le permite desempeñar sus labores. 

Su responsabilidad es promover los valores contenidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, buscar cómo darle forma institucional, apoyar a los grupos que luchan por los DD.HH. en contextos complejos, criticar las violaciones de los DD.HH. y proveer asistencia técnica y profesional en lugares donde muchas veces no se respetan.

Él es responsable, además, del Consejo de Derechos Humanos, un cuerpo de 47 países electos por períodos de tres años con escaños reservados por región. Como las regiones como África y Asia en general incluyen a países no democráticos, cuyos récords en cuanto al respeto por los DD.HH. no son de lo más notable, la Oficina del Alto Comisionado termina criticando a sus propios miembros, que tienen el interés de asegurar que el enfoque esté en otro lado y no en ellos. 

El resultado es que desde la creación del Consejo, hace doce años, Irán –que oprime mujeres y minorías sexuales y apenas permite partidos políticos de oposición– ha sido criticado ocho veces, y Siria –cuya guerra civil ha matado medio millón de personas, algunas con armas químicas– ha sido criticado 27 veces, mientras que Israel lo ha sido 76 veces. Solo este último representa casi un cuarto de todas las resoluciones de este tipo que el Consejo ha votado. El ex secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, tildó esta obsesión con Israel como “desproporcionada”. 

Cuando Zeid ha criticado a algún país, evidentemente atrae críticas desde sus propios miembros. Cuando declaró que “los xenófobos y racistas en Europa se están deshaciendo de cualquier sentimiento de vergüenza, como Viktor Orbán de Hungría… ¿no saben qué le ocurre a las minorías en las sociedades donde los líderes buscan la puridad étnica, nacional o racial?”, Hungría pidió su renuncia. 

El embajador ruso ante la ONU también ha protestado por comentarios que ha hecho Zeid, aunque curiosamente no respecto a Rusia, sino que sobre Trump.

Desde luego, Zeid ha criticado a los sospechosos de siempre –Rusia, Siria, Corea del Norte–, pero también Yemen, Birmania y, sí, Venezuela. Ha expresado tanto en privado como en público su tristeza por cómo Donald Trump ha optado por abandonar los principios de la ONU e incluso retirarse del Consejo mismo. En cada uno de esos casos, los países respondieron con críticas propias, al punto de que el diplomático jordano finalmente optó por dejar el cargo.

Ese es el mundo y la organización que hereda Michelle Bachelet. ¿Es entonces la persona más adecuada para el cargo? Por un lado, hemos visto en Chile una presidenta cuya piel ha sido endurecida por críticas constantes y dificultades personales que la podrían haber quebrado. Una Bachelet comprometida con los derechos humanos y que tiene una sensibilidad particular por el tema. 

Pero como ya han observado otros, también sabemos que sus posturas políticas responden a una particular ideología, una a la que le cuesta reconocer los horrores de gobiernos que son ideológicamente afines. Los crímenes de los Castro, la corrupción de Lula, los horrores de la RDA o la dictadura venezolana son vistos a través de un lente distinto. 

Si la meta es tener éxito en Ginebra, es posible que la crítica selectiva le sirva a la ex presidenta. Ha sido la tónica en la ONU hasta la fecha. Pero si Bachelet realmente quiere luchar por los DD.HH. y hacer un impacto en una organización cuestionada, tendrá que cambiar esos lentes y, junto a ellos, las lealtades de toda la vida.