Doctor en Ciencia Política.
Director ejecutivo de plural.

Si bien muchos esperaban o incluso exigían un cambio de gabinete, la forma en que Michelle Bachelet lo anunció –en una entrevista con Mario Kreutzberger, y sin entregar mayores detalles– nos tomó por sorpresa. Esta manera refleja una tendencia tanto de la presidenta como de su gobierno. Cabe recordar cómo anunció que volvía desde Nueva York: un día allá, el día siguiente haciendo campaña en la comuna de El Bosque. Si la presidenta está sola, como comentó Roberto Méndez, es porque funciona y toma decisiones de forma bastante independiente –de los partidos que la apoyan y, ahora que ellos son implicados en las mismas decisiones, de sus colaboradores más cercanos–. Es una buena forma de marcar autoridad, pero una mala forma de armar gabinetes.

El lado B de este fenómeno es que las decisiones tomadas, muchas veces han abierto cajas de Pandora cuyos efectos no han sido suficientemente analizados en el momento. No es una tarea fácil, dado el estado alterado e impredecible de la opinión pública (más difícil aún si se comienza desde un análisis equívoco de lo que ella quiere). Pero también refleja la poca visión estratégica de la presente administración. Algunos ejemplos:

La Nueva Mayoría miró con dientes largos la posibilidad de que el Servicio de Impuestos Internos comenzará a investigar las formas en que el sector privado financiaba las campañas de la UDI, sabiendo que el sistema era transversal y que incluía tanto a sus candidatos como a los de la oposición. Insistía en la independencia de la fiscalía cuando ésta allanaba oficinas de opositores, mientras que altas figuras del oficialismo, incluyendo el director del SII, tenían sus propias historias con SQM vía Giorgio Martelli. Una caja de Pandora cuyos contenidos aún no se esclarecen.

Luego, en cadena nacional para anunciar cuáles serían las medidas que implementaría como reacción a las recomendaciones de la Comisión Engel, la presidenta se largó con un gran epílogo: informó el inicio de un proceso constituyente, abriendo otra caja de Pandora. No sabemos qué es, cuánto durará, ni quiénes participarán. Los sospechosos de siempre, convencidos de la superioridad moral de su causa, interpretaron que esto significaba una Asamblea Constituyente. Los opositores a ésta entendieron que si la presidenta hubiera querido ir por ese camino, lo hubiera dicho. A la incertidumbre que significa emprender un nuevo documento fundamental, la presidenta abrió una caja de Pandora en que no existe certeza sobre el mecanismo que será utilizado, iniciando un período durante el cual todos los bandos fortalecerán sus campañas comunicacionales y políticas.

Y así sucesivamente. El giro hacia América Latina que anunció hace meses el ministro de Relaciones Exteriores, la reforma tributaria, la reforma laboral, todos abren cajas de Pandora cuyos efectos no han sido suficientemente evaluados. Pero pareciera que, frente a lo anterior, el Gobierno ha asumido una actitud de indiferencia. Convencidos del mérito de sus decisiones y la mayor altura ética de su causa, estiman que cualquier resistencia a su programa es producto de una prensa reaccionaria o de la influencia de una minoría poderosa. Si la encuesta CEP dice que un 65% piensa que las reformas han sido improvisadas, habrá que venderlas mejor, no cambiarlas. Si columnistas advierten contra la ausencia de previsión, es porque son conservadores y miedosos de los cambios que “la gente” desea, y no por la evidente falta de evaluación de posibles consecuencias políticas y efectividad técnica de lo propuesto (ni hablar de los efectos en cuanto a inversión y confianza, palabras que delatarían un inaceptable sesgo “economicista”). Al final del día, las críticas reflejarían poco más que las últimas pataletas de una minoría reaccionaria que habla desde –como dijo Trotsky– el basurero de la historia.

¿Cómo evitar las cajas de Pandora? La presidenta debe rodearse de políticos y no operadores. Los políticos deben escuchar a técnicos y no ideólogos. Los ideólogos no deben confundir conceptos vagos y populistas como “la gente” para justificar ideas. Las ideas deben respaldar objetivos de largo plazo. Los objetivos deben equilibrar justicia e igualdad con realidades de más corto aliento. Las realidades no deben ser descartadas como complots reaccionarios. Y, finalmente, los reaccionarios deben reconocer que oponerse a todo, simplemente les deja la cancha abierta a los que empujan sus ideas, objetivos o políticas. •••

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