Director Ejecutivo de Feedback

La última vez que alguien alumbró el camino hacia una transformación de la política fue la primerísima versión de Bachelet. Como recordarán, a inicios del año 2000, Lagos le había ganado apenas a Lavín, la gente estaba cabreada del período dorado  de Frei y sus jaguarescas estadísticas.  La gente pedía “cosas concretas”.

Marcado por ese inconformismo (que con los años pasaría a malestar y luego a rabia), Lagos mandó a Bachelet a hacerse cargo de las colas de los hospitales. Y la ministra no tuvo mejor idea que instalarse tempranito con la gente en las colas. Su éxito estuvo en transmitir que hizo todo lo posible, que tuvo voluntad política, que trabajó para la gente. Y así creció como espuma hasta llegar a la presidencia, y la fe en sí misma la llevó a hablar de gobierno ciudadano.

Pero la renovación de los dirigentes no llegó. Su gobierno no chorreó a la Concertación, y tampoco surgió una nueva relación entre política y ciudadanía. Hasta allí llegó el envión.

Los peregrinos que siguieron a Piñera no le tenían mucha fe a la transformación de la política. Apenas pidieron que el GFobierno se arropara de las virtudes del éxito empresarial. La petición fue coherente con la introducción de una camada de nuevos tecnócratas, siempre listos para actuar en terreno. El peak estuvo con Golborne y los 33,  pero después de eso no volvimos a ver brillar tan fuerte las casacas rojas.

Entremedio, emergieron varios intentos de dejar atrás a la anquilosada clase política, cuando se hacía cada vez más evidente que ésta trabajaba para defender lo suyo o parapetarse de sus conflictos de interés. Parisi fue el mayor fiasco; pero otros –como Velasco–que también fueron muy lejos en su condena a la vieja política, cayeron justamente porque se creían a salvo de las prácticas de esa vil política. Hoy, ME-O está a punto de caer.

Bachelet II se la jugó por una transformación política que terminó neutralizada por los conflictos de interés entre política y negocios. En adelante, ella ha hecho un esfuerzo personal y emocional para restablecer el carácter de su propósito político. Pero la tarea es ardua.

En la encuesta Adimark, la presidenta había logrado dar señales de recuperación desde septiembre, pero con evidentes altibajos. En la Cadem de noviembre, volvió a caer y su atributo más bajo fue: “Cumple con lo que promete”. Es decir, no se percibe su capacidad de transformación de la política, ni del país.

Los esfuerzos pueden ser infructuosos porque la condena está hecha: ella es parte de la actual política. Lo cierto es que la confianza en la clase dirigente está en el suelo y nada bueno puede resultar de eso. Así, las personas que confían mucho o bastante en los partidos son apenas 2,7% (4,4%, en 2014).
En la encuesta UDP, en la pregunta abierta sobre “quién cree que será el próximo presidente”, los resultados no muestran precisamente una renovación. El primero es Piñera, con 18,4%; seguido de Lagos, con 7,4%, y recién en tercer lugar, ME-O con 6,2%. Dato curioso, en quinto lugar aparece Farkas, con 1,5%.

Una primera lectura es que si los dos primeros son Piñera y Lagos, no es que la sociedad chilena esté precisamente esperando cambios. Pero ello podría deberse a la animadversión a las reformas en materia económica, como la tributaria, laboral y financiamiento educacional.

Pero en la esfera política pareciera que sí se esperan cambios. La adhesión a la reforma constitucional es una señal. Según la encuesta UDP, un 34% considera que “se debe reformar la actual Constitución” y un 45% considera que “se debe hacer una nueva constitución”. Sólo un 7% considera que “se debe mantener la actual Constitución” y un 50% cree en una asamblea constituyente. Un 75% considera que “debe haber un plebiscito para ratificar cambios en la constitución”. Los estudios de opinión indican que la gente aún no entiende a firme el sentido de estas reformas, sin embargo, la acotan a un modo de quitarles poder a los que hasta ahora lo han ostentado.

Las expectativas de transformación política están no tanto en la autoridad o liderazgo político, como en la capacidad de abrir el juego y repartir poder en la sociedad chilena. La gente reclama que le devuelvan buena parte del poder prestado. Y lo que hemos visto es un progresivo proceso de redistribución de poder entre la gente, sus organizaciones y movimientos sociales, las empresas y los gremios, los técnicos, las ONG y otros grupos.

Así, lo que está por irrumpir definitivamente es un  lento proceso de adaptación de la elite a una sociedad con más poder. •••

0 0 votes
Article Rating