Cuba es el símbolo del fracaso de una política norteamericana aplicada a través de la OEA. Por eso que su reincorporación debe analizarse como un nuevo capítulo en la decadencia del imperio americano.

La decisión de suspender la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos, es nuevo síntoma de la creciente debilidad de Estados Unidos en la política mundial.

En su libro Viaje al futuro del imperio (1998), el cronista militar Robert D. Kaplan, haciendo un símil con el fin del imperio romano, describe las causas que debilitarán la fuerza imperial de Estados Unidos: la excesiva extensión territorial de sus dominios y la pérdida de cohesión y fundamentos nacionales.

Un país cuyas fuerzas armadas tienen presencia en más de cien países a través de tropas desplegadas en combate, bases militares, convenios de cooperación y entrenamiento, asistencia técnica y operaciones humanitarias llevadas por uniformados, enfrenta todos los días los riesgos de esa gendarmería mundial. No sólo cuestiones ideológicas desafían ese rol y lo disputan, también, asuntos económicos, religiosos y geopolíticos.

La poderosa retórica del presidente Obama ha expresando la voluntad de un nuevo trato entre Estados Unidos y el mundo. Hillary Clinton es un formidable instrumento para materializar esa política, pero es evidente que la crisis económica, cuya responsabilidad la comunidad internacional identificó con Wall Street, situó a la nación del norte un peldaño más abajo en su liderazgo y poderío.

Y los hechos hablan por sí mismos. Asia, Africa y Europa oriental se llenan de conflictos con escasa o nula capacidad de intervención norteamericana. Suman y siguen los países que desafían a Estados Unidos sin temer a represalias. El poderío chino se acrecienta. Sin un solo soldado fuera de su territorio, su diplomacia activa y su fortaleza comercial transforman a China en una potencia formidable e influyente. La actual realidad de México, que lucha para no transformarse en un narco estado, con una brutal caída de su PIB, estimada para este año en torno al 5%, se ha transformado en un problema interno para Estados Unidos. La cuestión mexicana determina totalmente la visión norteamericana del sur del continente.

Es en ese contexto que deben evaluarse los acontecimientos de la última reunión de cancilleres de la OEA.

Participé en la transmisión del mando en la República del Salvador, que se efectuó el día previo a la reunión de San Pedro Sula en Honduras, y el ambiente entre los representantes de los gobiernos era de total incertidumbre respecto del futuro del organismo panamericano.

En América latina, el ciclo democrático trajo como consecuencia el arribo de gobiernos de izquierda y centro izquierda en muchos países. En la región, la última década ha sido positiva en materia económica, con crecimiento, creación de empleos, estabilidad de precios y reducción de la pobreza. La vieja maldición de la dependencia de los recursos naturales se transformó de repente en una bendición y la escalada de los precios de los commodities, generó ingresos y autonomía para muchos países.

La OEA, cuyo presupuesto es sustentado mayoritariamente (60%) por Estados Unidos y cuya sede se encuentra apenas a unos centenares de metros de la Casa Blanca, tiene poco que ver en esa nueva realidad continental. Y Cuba, independientemente de su propia contingencia, de sus dramáticas restricciones y limitaciones, es un símbolo del fracaso de una política norteamericana aplicada a través de esa institución. Porque la isla fue excluida de la OEA en 1962, según la resolución número 6, por seguir los dictados del marxismo-leninismo. Y que se sepa los Castro, que gobernaban hace 47 años y siguen gobernado hoy, no solo no han cambiando de paradigma, sino que además hoy repudian a la institución que los invita a volver.

Y aquel diálogo democrático, que se entiende como requisito para su retorno, es apenas una justificación del equipo de Hillary Clinton para dar unanimidad a la decisión. Obviamente lo principal fue impedir la renuncia al organismo de países que, liderados por Venezuela, ponían la condición del retorno cubano como requisito para su permanencia. En el nuevo cuadro de poder regional y mundial, o Cuba era invitada a la OEA o un número de integrantes cesaban su participación en el organismo interamericano. Así pasaron las cosas.

Por eso, a propósito de los últimos acontecimientos de la OEA, más que hablar de Cuba, debemos compartir un nuevo capítulo de la decadencia del imperio americano. Y la saga continuará.

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