Académico de la Escuela de Gobierno UAI

La presente edición trata de las encrucijadas que depara el futuro. Parte de ellas están vinculadas a la emergencia de nuevas tecnologías, que plantean preguntas en términos éticos y otros tantos desafíos políticos y económicos. Esta columna fija mirada en aquellos factores que no cambian –o que cambian menos–. Uno de ellos es la geografía, que a su vez determina el interés nacional de los estados.

La geografía es, según el analista internacional Tim Marshall, una variable comúnmente subvalorada. La gente suele asignar más importancia a factores ideológicos, culturales o religiosos para explicar por qué las naciones se comportan de determinada manera. Sin embargo, cree Marshall, los datos duros que representan las montañas, los ríos y los desiertos son los que constriñen y en gran medida orientan las decisiones de sus líderes.

Es la tesis de su último libro Prisoners of Geography. El autor recorre panorámicamente la topografía, demografía y geoestrategia de todas las regiones del planeta: Rusia, China, Estados Unidos, Europa Occidental, África, el Oriente Medio, India & Paquistán, Corea & Japón, Latinoamérica y finalmente el Ártico.

El enfoque es principalmente realista. En relaciones internacionales, esto significa que autoridades de un país se guían por criterios de estricto interés nacional. En la vereda contraria, las teorías liberales sostienen que ciertos valores y principios –como la paz, la autodeterminación o la democracia– priman por sobre las consideraciones egoístas de cada estado. Estos nobles ideales no juegan un rol preponderante en el libro de Marshall.

Por el contrario, después de leerlo uno queda con la sensación de que Vladimir Putin no tenía otra alternativa que invadir Crimea tras la revolución del “Euromaidán” en Ucrania. Los rusos, explica el autor, tienen un (justificado) trauma con la extensa planicie abierta que pone a Moscú a merced de una incursión enemiga. Por ende, necesitan controlarla y jamás permitirán que su patio trasero pase a enlistarse en el equipo OTAN/Unión Europea. Ya lo aceptaron a regañadientes con los países bálticos. Por lo demás, piensa Marshall, el control de Sebastopol les entrega la única alternativa de un puerto que no se congela en invierno.

Los partidarios de la independencia del Tíbet también quedan descorazonados: los intereses geopolíticos de China y la India son incompatibles con los anhelos del Dalai Lama. El analista se pregunta por qué estos dos gigantes asiáticos no viven de las mechas, tomando en cuenta que comparten una interminable frontera terrestre y un puñado de conflictos fronterizos. Fácil: ningún ejército convencional cruza el Himalaya como Pedro por su casa.

El control de los recursos, principalmente hídricos, es parte de la ecuación geopolítica. China necesita las aguas que nacen del Tíbet. Egipto no puede permitir que Etiopía construya represas que interrumpan el caudal del Nilo. Turquía tiene similares intereses respecto de las aguas que nacen en Siria e Irak. Las guerras hídricas, según su tesis, están en el menú del siglo XXI. No habrá inteligencia artificial capaz de alterar aquello en el corto plazo.

La importancia del diseño geográfico es tal, piensa Marshall, que los europeos deben su avanzado desarrollo industrial a la benevolencia de sus ríos navegables y no –como pensaba Max Weber– a la ética protestante como inspiradora del capitalismo. La falta de ríos navegables es, entre otras cosas, el problema de África. Es difícil abrir rutas comerciales cuando las aguas caen en picada cada tantos kilómetros. La infraestructura africana, en todo caso, está mejorando gracias a la inversión china. Los chinos no preguntan por el ranking de libertades políticas ni por el compromiso con los derechos humanos a la hora de poner plata. Están comprando influencia y debutando en la generación de poder blando. Incluso en Latinoamérica, lo que pone a Estados Unidos en una situación crecientemente incómoda. Ironías del desarrollo tecnológico: la generación de nuevas alternativas energéticas podría emancipar al gigante norteamericano de la dependencia del petróleo árabe. Sin esa dependencia, disminuye el interés político. Ese vacío será ocupado por… China.

Marshall no desestima el impacto de las nuevas tecnologías. Hay formas, reconoce, de doblarle la mano a la geografía. Pero incluso los drones necesitan despegar desde una locación física. Los portaaviones siguen siendo piezas fundamentales del mapa del poder naval. El país que quiere penetrar en las riquezas escondidas del Ártico necesita buques rompehielos.

El libro que comentamos se parece, en un particular sentido, al celebrado trabajo de Jared Diamond en Guns, Germs and Steel. Según este último, lo que explica la desigualdad de poder político, económico y militar entre las naciones contemporáneas no es la diversidad de capacidad intelectual o cultural innata de los pueblos, sino ciertas consideraciones arbitrarias o casuales. Diamond responsabiliza a la introducción de las armas de fuego, el efecto destructivo de los gérmenes y la aparición primitiva del hierro. Marshall sindica a las condiciones geográficas de los países, condiciones que ellos no eligieron pero que limitan en forma trascendental sus posibilidades y estrategias.

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