Los países de la región no fomentan la libre competencia y tampoco tienen instituciones que protejan la propiedad y favorezcan la innovación. Por eso no han aprobado el test histórico del desarrollo. Y hay razones para temer que lo seguirán reprobando.

 

Robert Fogel, el premio Nobel de Economía de 1993, es el prototipo del académico. Distraído, de apariencia descuidada, con los bolsillos repletos de papeles y lápices, y un maletín rebosante de libretas, apuntes, libros, y artículos a medio leer. Además –y por eso ganó el Nobel– es un hombre erudito, agudo y tremendamente creativo. Aunque no es muy conocido en el mundo de las empresas, Fogel ha sido enormemente influyente en círculos intelectuales. Es el fundador de la importante escuela de historia económica cliometrics, la que utiliza técnicas estadísticas y matemáticas avanzadas para analizar aspectos económicos del pasado. Muchos de los estudiantes que formó –primero en Harvard y luego en la Universidad de Chicago– son en la actualidad figuras señeras en los campos de la historia y la economía.

Hace unos meses, Fogel decidió hacer algo audaz y osado. Sobre las bases de su conocimiento de historia económica –y sobre eso sabe muchísimo– realizó proyecciones sobre el futuro económico del mundo en el año 2040. Su trabajo Capitalism and democracy in 2040: Forecasts and speculations analiza las tendencias mundiales para armar un cuadro probable –aunque como el título lo indica, especulativo– sobre cómo se verá el mundo en poco más de tres décadas (el trabajo se puede ver en http://www.nber.org/papers/ w13184.pdf).

Según los cálculos de Fogel, en 2040 China tendrá un 40% del PIB mundial, India un 12%, los Estados Unidos un 14%, y Japón un 2%. Esto representa cambios enormes sobre la situación actual. Hoy en día los porcentajes son, China 11%, India 5%, Estados Unidos 22% y Japón 6%.

Pero lo verdaderamente fascinante de este trabajo no es que plantee un surgimiento espectacular en China e India. Eso ya lo sospechábamos. Lo fascinante, y preocupante a la vez, es la completa ausencia de América latina en el análisis. Las dos palabras aparecen solo una vez en el estudio, cuando se indica que, junto con África y otros países menores, nuestra región forma parte de una categoría llamada “otros”. Y en las proyecciones de Fogel estos “otros” ven su participación en el PIB mundial caer de un 28% en el 2000 a solo un 16% en el año 2040.

Durante los últimos años los economistas han hecho enormes esfuerzos para entender por qué algunos países tienen más éxito que otros. Los resultados de estas investigaciones han develado una serie de regularidades históricas sobre el proceso de crecimiento económico. Las más importantes son dos. Primero, los países exitosos han implementado políticas económicas que fomentan la libre competencia, o lo que William Baumol y sus colaboradores han llamado el “capitalismo innovador”. La legislación, reglamentos y ordenanzas deben, entre otras cosas, facilitar la creación de nuevas empresas y emprendimientos, permitir el rápido contrato –y despido, si fuera necesario– de personal, minimizar los trámites requeridos para acceder al financiamiento, defender a los consumidores de las prácticas monopólicas, evitar el proteccionismo y asegurar que los puertos y las aduanas funcionen eficientemente.

La segunda regularidad histórica es que los países exitosos han desarrollado (o adoptado) instituciones fuertes que protegen los derechos de propiedad y que, de esa manera, impulsan la innovación, los aumentos de eficiencia, la creatividad y la productividad. Clave entre estas instituciones son un sistema jurídico independiente, el Estado de derecho, la ausencia de corrupción, los controles políticos sobre la discreción burocrática y un sistema democrático sólido que asegure la igualdad ante la ley y la protección de todos los ciudadanos.

Resulta que en estas dos categorías los países de América latina lo hacen mal. A pesar de las reformas de los años 90, la región sigue siendo una de las más proteccionistas, monopólicas, ineficientes y rígidas del mundo entero. Información sobre prácticas de negocios recopilada por el Banco Mundial, y sobre fortaleza de las instituciones obtenidas por la misma entidad, por el Fraser Institute de Canadá y Transparency International indican que, con la solitaria excepción de Chile, América latina está en los peores lugares del mundo.

Si a esto le sumamos el pésimo desempeño de la región en temas educacionales –de lo que ni Chile se salva– el cuadro de largo plazo no es alentador. Es difícil, entonces, estar en desacuerdo con las deprimentes proyecciones de Robert Fogel.

En 2003, el banco de inversiones Goldman Sachs publicó un estudio similar al de Fogel, Dreaming with BRICs, donde analizó el potencial económico de cuatro países emergentes: Brasil, Rusia, India y China. La pregunta era dónde estarían estos países en el año 2050. ¿Habrán alcanzado a las potencias actuales? Según los resultados obtenidos por los analistas de la prestigiosa firma de inversiones, China e India descollarán, y Rusia no lo hará nada de mal. Pero dentro del grupo el que se quedará rezagado será Brasil.

Eso no es todo. La realidad ha sido aun peor que las proyecciones. En los cuatro años que han pasado desde la publicación del informe BRICs, China, India y Rusia han crecido mucho más rápido que lo presupuestado; Brasil, en contraste, lo ha hecho mucho más lentamente.

En el último capítulo de El mundo es plano, Thomas Friedman cuenta que el computador que utilizó para escribir el libro tenía partes y piezas provenientes de todos los países del sudeste asiático. Los componentes más sofisticados, como el micro procesador, fueron manufacturados en Corea, y los más simples en países más pobres como Tailandia. El mensaje de esta historia no es que los Tigres del Asia producen bienes tecnológicamente avanzados. Eso ya lo sabíamos. Lo nuevo es que en el mundo globalizado los productos sofisticados requieren de una cadena de suministro regional. Ningún país puede ser competitivo en todos los componentes y piezas, lo que obliga al productor a comprarlo en diversos lugares. Pero no se trata de lugares cualesquiera; son países que se encuentran dentro de un cierto radio geográfico, lo que permite minimizar los costos que impone la distancia.

Este concepto de cadena de suministro regional plantea un importante desafío para nuestro país. Si en términos relativos el resto de América latina se queda atrás, ¿será posible para Chile moverse hacia la producción de productos de mayor valor agregado por sí solo? ¿Podrá desafiar la regla de redes regionales eficientes? Todas preguntas importantes; todas inquietantes.

 

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