Cuidar la estabilidad macroeconómica, reformar el mercado laboral y no dejar que los bancos engorden más de la cuenta son elementos a los que el gobierno no puede quitar el ojo de encima.


“(…) Antes que esta década concluya, Chile habrá alcanzado el desarrollo y superado la pobreza”, fue una de las frases más recordadas del presidente Piñera en su primera cuenta pública, el 21 de mayo de 2010. El mandatario hablaba de un anhelo compartido por sus antecesores y, por supuesto, todos los chilenos y chilenas. Sin embargo, se trata de un tema amplio, etéreo y complejo. La señora Juanita le preguntaría algo tan simple como lo siguiente: ¿cómo lo hacemos Presidente?

El desarrollo tiene que ver con aumentar el ingreso per cápita del país, con mejoras en la calidad de vida de la ciudadanía, con reducir la pobreza y generar igualdad de oportunidades. Tiene relación con el crecimiento, pero con equidad. Con productividad y competitividad. Chile, dentro del contexto latinoamericano, es un país al que muchos quieren imitar. Por ejemplo, en temas de competitividad, según el World Economic Forum, somos el país mejor posicionado de América latina. Sin embargo, el mismo estudio revela que Chile ha ido perdiendo competitividad respecto de otros países de la región. En otras palabras, al hacer un análisis más fino de los datos, es posible percibir que la mayoría de las brechas que había entre Chile y sus vecinos se han ido achicando. Esto quiere decir que, aun cuando seguimos siendo más competitivos en términos relativos, los otros países se están acercando a nuestra posición.

Uno de los grandes activos de Chile en las últimas décadas ha sido la estabilidad macroeconómica. La institucionalidad existente, el Banco Central y el comportamiento del gobierno, entre otros factores, han logrado que las cuentas estén en orden. Chile además ha destacado en una región inestable, con altos niveles de populismo y países con las finanzas públicas desordenadas. En América latina estábamos acostumbrados a gobiernos que gastaban mucho en épocas de boom y tenían fuertes contracciones cuando la economía no andaba bien. A diferencia del resto, Chile tenía una tradición contra cíclica que vio su consolidación en la regla fiscal (balance estructural).

Pero en la actualidad, la mayoría de los países de América latina lograron ordenar sus cuentas fiscales mientras Chile debate la relevancia o no de una regla fiscal. Lo cierto es que mientras eso sucede estamos en una situación en que por primera vez desde el retorno de la democracia, con excepción de 1997 y 2009, tenemos una política fiscal pro cíclica –gastar más en años buenos–. La historia y la evidencia enseñan que la política fiscal es un arma muy poderosa y que hay que cuidarla. Tener estabilidad macroeconómica es crucial no sólo para ser más competitivos, sino también para llegar al anhelado desarrollo.

Por otra parte, no sólo tenemos activos. También exhibimos pasivos, como nuestro querido mercado laboral y la necesidad de reformarlo. Varios hablan de la falta de flexibilidad, de los problemas que generan las indemnizaciones por años de servicio, de las restricciones de las salas cuna, de querer tener más seguridad, mayor libertad para formar sindicatos, mejoras en las condiciones, etc. No se ha avanzado mucho en este último tiempo. La agenda del gobierno está enfocada en programas de capacitación que no prenden lo suficiente y el proyecto en que está poniendo las fichas es uno heredado del gobierno anterior. La gran interrogante entonces es en qué se puede avanzar.

A pesar de que en esta materia hay una gran labor realizada por la comisión Trabajo y Equidad, hay tres aspectos que veo con preocupación: (i) el actual boom económico requiere de mayor flexibilidad y adaptabilidad para poder aprovecharlo como corresponde. En esto necesitamos que tanto las empresas como los trabajadores logren pactar un acuerdo y que el gobierno flexibilice algunas de las normas; (ii) estamos con un problema de stock de capital humano en algunas áreas, pero principalmente en el sector de la minería; (iii) necesitamos más mujeres en el mercado laboral, sobre todo las que provienen de los primeros quintiles.

Por último, también llama la atención –considerando que el sistema bancario superó bien la crisis con muestras de solidez– que el desarrollo del mercado financiero sea un espacio en donde nuestros compañeros de continente nos estén “pillando”. Algunas cosas pueden explicar este hecho: la sensación de estar frente a un sector capturado con altas rentabilidades, un sistema sólido que no se refleja en tasas más bajas y el exceso de aversión al riesgo por parte del sistema. Está bien que los bancos “estén gorditos”; eso da estabilidad; pero hay que tener cuidado en que la gordura no se transforme en obesidad. Además, tenemos una bolsa con pocos incentivos a cambios. Lo anterior genera un sistema en donde sólo algunos tienen acceso y donde las Pymes son afectadas.

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