La amistad –al igual que el amor– es imposible de definir. Excede los límites que intentan ajustar sus significados. Es un sentimiento que resiste los prejuicios y las clasificaciones. Existen diversas formas de ser amigos y ninguna es mejor que otra. La confianza suele ser la regla de oro, pues solo a los amigos se les permite transitar por nuestros lugares internos, solo ellos conocen los códigos para acceder a nuestras zonas delicadas.

Los amigos y las amigas son la familia de los desadaptados, los incómodos, los huérfanos. Lejos de las reglas convencionales, la amistad es un pacto de protección y cariño que tiene códigos tácitos, sutiles y, a veces, solo cuando es necesario: evidentes. Gastar el tiempo con otro, compartir, estar juntos, divagar, escucharse, aguantar silencios y preguntas, son cuestiones inherentes a la amistad. Así como estar atento a las preocupaciones y la estabilidad del amigo. Los asuntos incómodos no se pueden eludir si uno quiere gozar de la confidencia.

Considero que la amistad es un antídoto contra el narcisismo y una forma de sortear las pulsiones histéricas. Con los amigos uno debería abrirse antes de morir tragado por la angustia. Son capaces de hacer algo inesperado, desde sacar una risa hasta lanzar un reto. La indiferencia no corre, es lo que tensa la libertad para ser con el otro menos reprimido.

La traición, la envidia, los celos y la decepción son las sensaciones que destruyen a los amigos. Están siempre presentes en calidad de miedos. Y cuando surgen, envenenan las relaciones. Puede haber problemas y disyuntivas morales. Implica la escucha atenta y la aceptación de la miseria y el amor entregados sin los protocolos de las parejas. Quizá por eso uno puede ser franco con los amigos. Dan espacio para el cariño y para pensar de a dos, aunque se lleguen a conclusiones opuestas.

En la cultura popular existe una suspicacia hacia aquellos que no tienen amigos. Es una muestra de falta de generosidad, de ejercer la mala onda sin culpa. Los que prescinden de los demás son tratados como soberbios. Poseen un desprestigio increíble del que no se hacen cargo, ya que no entienden por qué es tan importante la amistad. Lo cierto es que no es una obligación tener amigos. Pero sí es una decisión simbólica, como casarse o concebir hijos.

Abundan las especulaciones acerca de las diferencias entre la amistad de los hombres y de las mujeres. Está claro que no es lo mismo cuando el sexo es una variante, una posibilidad. El deseo ronda sin dudas la amistad. Sin embargo, no es lo determinante en el tiempo. La amistad debería soportar esos embates, sobrevivir a ellos. No es fácil. Los niños, los adolescentes y los viejos conciben al amigo de maneras distintas. La artista visual Tracey Emin, en su libro Proximidad del amor se hace cargo de estos trances: “La amistad funciona en distintos niveles. Necesitamos amigos para momentos diferentes, por diferentes razones, diferentes momentos de nuestras vidas. Depender de un amigo y no de otro en un momento no es un acto de traición, sino simplemente algo práctico. Algunas personas no lo ven así. La gente usa la expresión ser abandonado. Que alguien te deje de lado en su conciencia por un tiempo es muy distinto a que te borren de su libreta de teléfonos, su lista de mails y sus celulares. Para mí eso es abandonar a alguien. Y eso lo que estoy a punto de hacer con alguien en este momento”.

La literatura está llena de historias de amistad. Con mencionar el Quijote y Sancho de Cervantes, Bouvard y Pecuchet de Flaubert, y Vladimir y Estragón de Samuel Beckett es fácil percatarse de que el tema ha sido abordado con virtuosismo y emoción. En el cine pasa algo similar. Los cowboys son íconos de un compañerismo que implica cuidar las espaldas y arriesgar la vida por lealtad. Miles de películas de mafiosos y de guerra basan su trama en los vínculos que se generan entre personajes que no son parejas, no obstante, se necesitan, se ayudan, se protegen y se quieren.

Qué difícil se me hace imaginar una vida sin amigos y amigas. Son un oasis, esenciales para subsistir en el descampado que se vuelve la realidad. Sé que cuando mueren se van con una parte de uno, y me quedo con un eco que escucho profundo. Intensidad, refugio, tiempo dedicado a comprenderse. Cultivar la amistad es el desenlace a las inquietudes que nacen con los años.

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