En la edición anterior de Capital y bajo el título “La alerta terrorista” dimos cuenta del daño a la imagen internacional del país que estaban produciendo las esquirlas de los atentados explosivos (hasta entonces sin víctimas) que se venían verificando desde hace meses en el país. Prueba de ello, consignaba el reportaje, eran las advertencias que las embajadas de varias naciones, entre ellas Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Canadá y Nueva Zelandia, admitían estar haciendo a sus ciudadanos en caso de visitar Chile.

Eso, hasta antes del ataque terrorista de hace unos días.

El pasado lunes 8 de septiembre se produjo un hecho cuya onda expansiva no sólo sembró miedo y destrucción a nivel local, con 14 personas inocentes heridas, sino que socavó aún más la imagen del país. Lo que hasta entonces eran advertencias en la línea de que “los anarquistas estarían ampliando el alcance de sus blancos aceptables y deseando dañar a civiles”, ese lunes cobraron la forma de una alarmante realidad.

Una realidad que interpela y exige reagrupar las fuerzas políticas y sociales en un nivel previo al de las legítimas diferencias ideológicas. Enfrentar estas dinámicas criminales es por cierto un asunto complejo, uno que nunca debe perder su condición de tema de Estado. Los heridos en aquel ataque explosivo no eran enemigos políticos de los autores del atentado, eran ciudadanos normales que muy probablemente tienen entre sí distintas visiones de país. Si algo simbolizan esas personas es a la sociedad como un todo y ésta, también como un todo, es la que debe responder con toda la energía que amerita la gravedad de los hechos.

En ese sentido, no deja de ser valiosa la forma en que el país se ha plantado frente a estos acontecimientos. Más allá de las deficiencias que se están tratando de corregir en la Ley Antiterrorista o de las necesidades que estos hechos develan en materia de sistemas de inteligencia policial para prevenir y perseguir estas amenazas, el grueso de la clase política ha dado una señal robusta que merece ser reconocida.

El clima político de los últimos meses, con más de alguna declaración destemplada o cargada de odiosidad, agradece este tipo de anclajes que confirman que los puntos en común son más de los que la retórica política permite percibir y que el trabajo en común, la búsqueda de acuerdos, forjan una realidad asentada en bases más sólidas.

Tras los atentados se ha planteado la necesidad de salir activamente al exterior a promover la imagen de Chile. Pues bien, gran parte de la reputación de nuestro país tiene que ver con lo señalado: una sociedad que es capaz movilizarse en la dirección del progreso a través del diálogo y la unión de fuerzas frente a las amenazas y la adversidad. •••

0 0 votes
Article Rating