Por Rodrigo Delaveau
Abogado constitucionalista

Es, sin duda, un cliché señalar que la relación entre Chile y Perú va más allá de la visiones geopolíticas, históricas o culturales. Son el intercambio, las inversiones y la migración libre los que probablemente han hecho más por ambos países que los fallos internacionales y –sin duda alguna– que las disputas bélicas. Son las transacciones voluntarias las que crean riqueza en una relación donde (a diferencia de laudos como el de La Haya) ambas partes ganan. Es quizás en el comercio internacional donde las naciones han cambiado más rápido su mentalidad en cuanto a transformarse en economías abiertas, con unas pocas excepciones salpicadas en el mapa, aferradas todavía a un control paternalista del Estado sobre la economía.
Con todo, las bondades del intercambio libre tienen muchos velos por descubrir. Y es que si las transacciones voluntarias entre las naciones son creación mutua de riqueza, ¿por qué ello no habría de reflejarse también entre las personas? Curiosamente, este tema entronca con algo que muchos analistas temen: cómo afectará el fallo del tribunal internacional a la gran comunidad peruana que vive en nuestro país.
Más allá de una alguna fanaticada irracional, no hay razón para pensar que el aporte al crecimiento de parte de los inmigrantes –de todos, no sólo de Perú– pudiese verse afectado. Muchas de las grandes naciones del orbe han sido construidas eminentemente por inmigrantes, como Canadá, Australia y ciertamente Estados Unidos. Es en esa fuerza que traspasa las fronteras donde encontramos el inmejorable empuje de quien ha dejado su país de origen atrás y que desea, a punta de esfuerzo individual, sacar adelante una familia presente o ausente. Nada más beneficioso para una sociedad que un trabajador o un emprendedor honrado, que paga sus impuestos, que respetada la legalidad y no se embriaga con el discurso de lucha de clases.
Existen, eso sí, quienes siempre han manifestado su recelo respecto de la inmigración, no siendo monopolio de ningún sector político. Así como en Norteamérica se ha tildado de anti inmigración a la derecha –escudada aparentemente en razones de nacionalismo– al sur del continente se moteja de lo mismo a la izquierda. Este sector, sin embargo, disfraza su discurso de una supuesta protección al trabajador nacional.
Si ambas naciones comenzamos a experimentar los frutos de la libertad de comercio, cabe preguntarse qué nos impide que empecemos a gozar de similares beneficios en materia de libertad de trabajo. El mercado laboral no es esencialmente diferente de otros mercados. Funciona, al igual que el comercio internacional, porque crea relaciones en que ambas partes ganan (win/win). Por el contrario, los esfuerzos –a veces excesivamente reguladores– de los gobiernos a ambos lados de la línea de la Concordia, para crear relaciones de pérdida versus ganancia, no funcionan. Lo que esos esfuerzos conseguirán son escenarios donde ambos pierden.
Es una fantasía –tal como lo eran las economías cerradas y “autoabastecidas”– pensar que sumar nuevas restricciones ineficientes a los mercados laborales, harán de ése un mejor mercado. Hasta ahora esos esfuerzos se han centrado en pretender mejorar la condición de los trabajadores a costa de la de los empleadores, o viceversa: ninguna de ellas tendrá el efecto deseado (como tampoco lo tendría crear reglas en materia de intercambio comercial que permitan ex ante que unos países estén mejor a costa de otros). Como dice Richard Epstein, es muy fácil apretarles un poco la tuerca a los empresarios, y bastante más difícil a los trabajadores, considerando que los empleadores tienen incentivos para minimizar sus pérdidas provocadas por una regulación (como mayores impuestos) y harán lo que tengan que hacer para revertir el efecto adverso de una nueva restricción externa.
Será tiempo entonces, para que ambas naciones aterricen su abrazo a la libertad en materia de intercambio comercial –que tantos beneficios ha traído a Chile y Perú– a temas de inmigración y trabajo, donde la dignidad de la persona sea el eje central. No hay mejor defensa del trabajador que dotarlo de muchas y buenas oportunidades de empleo, sean en Santiago o en Lima, donde las disputas limítrofes tengan el menor impacto en la vida diaria de cada ciudadano esforzado, sea inmigrante o nacional.

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