En sus inicios, Ian McEwan escribió el libro de cuentos Primer amor, últimos ritos, que además de revelarnos tempranamente a un autor muy interesante, le valió el apodo de “McAbro”, por la crudeza de las historias; que incluyen, entre otras cosas, un caso de incesto.

Sin embargo, en el volumen En las nubes, escrito muchos años después, McEwan cambia totalmente de registro, pues el texto parece escrito desde la inocencia. Peter Fortune es un niño un poco soñador y solitario que vive con su familia en un barrio londinense. Algunos lo catalogan de difícil por su personalidad más bien introvertida. El punto de vista de ese infante es el que como lectores vamos conociendo y gradualmente, sin darnos cuenta, resulta que nos encontramos inmersos en su mundo.

La obra está compuesta por una serie de relatos breves que tienen como protagonista a Peter y uno podría aventurarse a decir que el conjunto de ellos configura una novela de gran lucidez e imaginación. Una novela sobre la niñez, sobre sus mitos y sus temores. La sensación del lector es que estos relatos pueden leerse como historias para chicos, pero al mismo tiempo la complejidad de los personajes y situaciones nos llevan perfectamente a catalogarlos como literatura de adultos.

En El gato, Peter va en ayuda del viejo felino de su casa en su difícil y tradicional enfrentamiento con la mascota del vecino, más joven y fuerte, que amenaza su dominio en los muros y tejados del vecindario. Pero este apoyo al animal se realiza de una manera impensada, tan ingeniosa, que probablemente sólo pudo discurrirla alguien de diez años.

En La crema disolvente, en cambio, volvemos al joven McEwan de Primer amor, últimos ritos, por lo extravagante y fuerte que resulta la historia. En El matón, Peter desarma al agresivo líder del curso a punta de reflexión y fuerza mental, no física; en una variante de la clásica disputa por la supremacía en un grupo de preadolescentes. En El ladrón, el muchacho trata de desenmascarar a un maleante que asalta sucesivamente las casas del barrio y realiza pequeños robos. El delincuente, finalmente descubierto por Peter no sin antes experimentar miedo y ansiedad, resulta ser alguien verdaderamente sorprendente, lo más alejado del estereotipo que pudiéramos imaginar.

En El bebé, nuestro protagonista se ve transformado por arte de magia en alguien mucho menor: el pequeño hijo de su tía Laura; y así ve por un tiempo el mundo desde esa altura. Por el contrario en El adulto observa con curiosidad y cierto desdén el mundo de los mayores durante una temporada de veraneo en la playa; hasta que un día, tan repentinamente como en La metamorfosis de Kafka, amanece convertido en uno de ellos. Sólo le gusta la posibilidad de besar a Gwendoline en su extraña experiencia.

Sutil y delicado, ingenioso y a veces inesperado; el libro de relatos En las nubes, sin la fuerza de las piezas mayores de Ian MacEwan, no desentona en el conjunto de la obra del muy buen escritor inglés. Ya en sus sesenta, junto a Julian Barnes y Martin Amis, sigue brindándonos periódicamente nuevas e interesantes creaciones. El cuarto integrante del dream team de las letras británicas, Kazuo Ishiguro, ha publicado en forma más esporádica pero igualmente meritoria.

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