Como decía Winston Churchill, “una nación que trata de ser próspera a punta de impuestos es como un hombre tratando de levantarse dentro de un balde tirando de las manillas”.


En la cultura estadounidense, las bromas –equivalentes a nuestro día de los inocentes– se realizan en el mes de abril. Sin embargo, nosotros tenemos nuestra propia versión del April’s Fool: el pago de impuestos. Somos tontos porque nos acordamos de ellos sólo en este mes, como si el resto del año no existieran.

Reza el dicho popular que lo único cierto en la vida son la muerte y los impuestos. Eso sí, la diferencia entre ambos es que la muerte sólo te llega una vez. Y es que para muchas culturas que asignan un alto valor al trabajo duro como el medio más concreto para surgir en la vida, el tema de los impuestos constituye un área sensible: básicamente, pagar impuestos consiste en el proceso de pasar de vivir del trabajo propio a que otros vivan del trabajo ajeno.

Volviendo al país del norte, la guerra de independencia de los Estados Unidos se originó –precisamente– por los impuestos, dado que como colonias pagaban tributos a la corona inglesa, no obstante carecer de representación en el parlamento británico, lo que se denominó Taxation without representation. Ya como nación independiente, los impuestos en Estados Unidos siempre son un tema central del debate. Por esto existe un alto grado de escrutinio público de los ciudadanos hacia los gobernantes. Estos sienten la obligación de rendir cuentas a la sociedad, porque hay perfecta conciencia de que el dinero “pertenece”, en última instancia, a quien lo genera y no a quien lo cobra.

Sin embargo, en Chile parecemos estar en las antípodas de esta situación. Por alguna razón existe la conciencia de que nadie paga impuestos o, peor aún, que los pagan otros. A través de la historia diversos gobiernos han legislado casi como queriendo ocultar este hecho, “no vaya ser que los incautos ciudadanos se den cuenta de que –efectivamente– pagan contribuciones, y empiecen a exigir de sus gobernantes mejores resultados de las políticas públicas”. Este sarcasmo no es exageración: varias veces han fracaso en el Congreso proyectos de ley que tenían como objetivo algo tan simple como la obligación de separar, en la boleta de compra, cuánto se paga por el producto adquirido y cuánto va al Estado por concepto de esa compra. Pero no, no vaya a ser que la gente tome conciencia de que el 19% de todo lo que compra es para el Estado. Esto no sólo se traduce en dinero. ¿Ha calculado alguna vez cuántos días al año “trabaja” para el fisco? Se sorprenderá.

De ahí que a veces no le tomemos el peso a este enorme poder que tiene el Estado: aferrar una parte del dinero que con mucho esfuerzo ganan los chilenos producto de su trabajo honesto, estemos o no de acuerdo con los fines para lo cual se utiliza. Por esa razón, la Constitución prohibe crear tributos sin ley, poniéndole límites muy claros a la inercia expansiva del Estado sobre este respecto, los que deben precisarse y acotarse en todo momento. ¿Muestras de esta inercia? Sin ir más lejos, la recaudación tributaria aumentó 30% el año pasado y no obstante se anunció recientemente que se van a usar más recursos públicos –provenientes de nosotros mismos– para fiscalizarnos más y, con eso, aumentar la recaudación.


Otro tanto sucede en nuestro Congreso, donde se discute un proyecto de ley que permitirá constituir sociedades comerciales de manera muchísimo más rápida que hoy: todo bien hasta ahí, con la salvedad de que se pretende que el registro de estas sociedades las lleve el propio Servicio de Impuestos Internos, órgano encargado de recaudar tributos, como si el emprendimiento sólo sirviera para que el Estado le cobre impuestos. Lo cierto es que es difícil encontrar una circular del SII que –en caso de duda– interprete una norma legal a favor del contribuyente.

Hay claridad en que no podemos desarrollarnos como país si no tenemos tributos: nadie debe eludir esta importante obligación, y no cabe sino reconocer el buen papel del SII al respecto. Pero el arte de cobrar impuestos no puede consistir en desplumar al ganso de modo de obtener el mayor número de plumas con el menor número de gritos. Sólo pedimos como ciudadanos tener conciencia de su pago para poder exigir al Estado con el mismo celo con que éste nos cobra impuestos. Como decía Winston Churchill, “una nación que trata de ser próspera a punta de impuestos es como un hombre tratando de levantarse dentro de un balde tirando de las manillas”.

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