Roberto Sapag
Director Revista Capital

El 2014 ha sido un año intenso y los días que quedan para su cierre prometen no tener otra tónica. Las agendas política, económica y, algo menos, la social, han estado recargadas a reventar por meses, y no hay actor en esta historia que no esté acusando en su día a día el golpe del feroz ritmo de la actualidad.

La presidenta de la República no es una excepción y, quizás, es la explicación. En la entrevista que concedió a Capital y que ilustra nuestra portada confiesa que no hay día laboral (y convengamos que ese cargo, laborales son los siete días de la semana) en que su actividad no comience temprano en la madrugada, alrededor de las 5 de la mañana, y en que las actividades no cedan hasta bien tarde en la noche. Es cierto que muchas obligaciones emanan de las formalidades y obligaciones del cargo, pero lo cierto es que el demoledor ritmo en el fondo surge del sello que ella le ha impreso a este segundo mandato.

Dice que tiene claro que su mandato son sólo cuatro años y sabe que la tarea que tiene trazada es descomunal. Descomunal porque, a no equivocarse, ella no ha cambiado un ápice su convicción de que su mandato es hacer transformaciones estructurales “ineludibles” en el país.

Guste o disguste, ése ha sido el guión de su gobierno y hoy, varios puntos más abajo en las encuestas, ello sigue siendo igual. En Enade y antes y después de las últimas encuestas la presidenta y sus voceros han dicho sin margen de duda que hay una agenda y que se cumplirá… Podrán acomodarse personajes en función de las necesidades de la trama o de los puntos de rating, podrán ajustarse algunos capítulos de la historia, pero la línea gruesa argumental de la obra sigue siendo la misma.

Esa certeza, que para algunos es la madre de todas las incertidumbres, es una que aún no ha sido correctamente asimilada por dinámica política, en donde la esgrima de declaraciones y las frases para la galería ensucian un debate que a estas alturas parece ingenuo pretender que no se dará. De lado y lado se echa de menos una mayor disposición al trabajo mancomunado, pero uno de veras.

Claro, porque así como el presidente del Banco Central ha advertido que lo peor para un país son las grandes reformas aprobadas por márgenes estrechos, también es nocivo para un país ir por la vida aprobando grandes reformas con mayorías que no son tales, en donde todos se ponen en la foto del consenso, pero a la salida reniegan de lo firmado, asegurando que lo hicieron porque era el mal menor. Acuerdos de ese tipo hablan mal de los políticos y, por cierto, en los hechos no despejan las incertidumbres, sino que las dejan como permanentemente pendientes. •••

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