Como pacientes desahuciados que se aferran a la vida y quieren infundir entusiasmo a sus seres queridos, los ministros del Interior de Bachelet han luchado más allá de lo prudente. Sus épicos -pero inútiles- esfuerzos por ejercer poder producen más compasión que respeto entre sus aliados y adversarios.

 

Aunque los optimistas todavía esperan que las cosas mejoren, el tercer gabinete de Bachelet cumplió sus primeros 100 días en medio de una crisis política y sin que el nuevo titular de Interior haya sido capaz de asumir el control del timón. El fallido intento de despegue del tercer gabinete confirma las sospechas sobre la inutilidad de realizar nuevos cambios de ministros en lo que resta de este gobierno. Toda vez que políticos con personalidades tan distintas como Andrés Zaldívar, Belisario Velasco y Edmundo Pérez Yoma terminaron sufriendo del mismo síndrome de debilidad y marginalización, podemos concluir con certeza en que la gran falla estructural política de este gobierno radica en el sillón presidencial.

Luego de que su llegada alimentara esperanzas de orden, autoridad y liderazgo político, el desempeño de Pérez Yoma, después de tres meses en el cargo, no puede ser evaluado satisfactoriamente. De hecho, le pasó lo mismo que al gobierno de Bachelet. Empezó con entusiasmo, pero las expectativas de éxito se diluyeron demasiado pronto. Al cabo de tres meses, Pérez Yoma se ha terminado amoldando al estilo débil y ausente de los anteriores ministros del Interior. Incapaz de construir una relación de confianza y trabajo con Bachelet, pasó de ser un ministro inicialmente empoderado a convertirse en un actor secundario de la política cotidiana. Su reciente discurso convocando a los partidos a un gran acuerdo para la reforma del Estado reflejó su creciente marginalización. En vez de anunciar el acuerdo junto a los representantes de los partidos, Pérez Yoma convocó a un gran pacto frente a una audiencia empresarial.

Su nombramiento había producido altas expectativas. En buena medida, porque Bachelet estaba de vacaciones, Pérez Yoma pareció asumir un papel mucho más activo en la conducción política en los meses de enero y febrero. No obstante, apenas la presidenta regresó de su extenso descanso estival, Pérez Yoma perdió fuerza. Al decidir defender a su ministra de Educación Yasna Provoste frente a la acusación constitucional de la Alianza, Bachelet desoyó los consejos de su ministro del Interior. La derrota de Pérez Yoma fue de público conocimiento. Después que el titular de Interior pareció abierto a discutir una rebaja temporal del IVA, la presidenta cerró filas con su ministro de Hacienda Andrés Velasco. Cuando sus consejos son ignorados y sus posturas derrotadas, un titular de Interior no tiene mucho más que hacer en el gobierno.

Afortunadamente para Bachelet, Pérez Yoma no parece dispuesto a renunciar. El titular de Interior tiene una agenda política que llega más allá de marzo de 2010. Pérez Yoma quiere facilitar el regreso de un DC a La Moneda. Por ello, aunque su poder se ha reducido significativamente, es improbable que abandone el gabinete. El ministro del Interior aceptará seguir por la misma dolorosa vía de debilitamiento sistemático de los dos ministros que le precedieron. Como pacientes desahuciados que se aferran a la vida y quieren infundir entusiasmo a sus seres queridos, los ministros del Interior de Bachelet han luchado más allá de lo que parece prudente. Sus épicos –pero esencialmente inútiles– esfuerzos por ejercer poder hasta el final producen más compasión que respeto entre sus aliados y adversarios.

Pérez Yoma aún no está en una posición de debilidad extrema como la que llegó a tener Belisario Velasco a fines de 2007. Pero el momento de más poder político del titular de Interior ya pasó. Ahora, Pérez Yoma ha entrado a la misma pendiente de declinación de poder que terminó por consumir las carreras de sus predecesores. Su voluntarioso discurso en ICARE llamando a una reforma política fue mucho más evidencia de su decreciente poder que demostración de que el titular de Interior está al mando del timón. Más que poner nuevas propuestas sobre la mesa, el gobierno debería abocarse a lograr la reforma que permita la elección de los gobiernos regionales en octubre de 2008. Si esa reforma no pasa pronto, tendremos que esperar hasta 2012.

Después de haber probado infructuosamente con tres personas muy distintas como jefes de gabinetes, Bachelet no debiera seguir intentándolo. Este gobierno no va a ser más de lo que ha sido. El discreto legado de Bachelet no le permitirá entrar a la galería de los grandes mandatarios. Si bien ya se ganó su lugar en la historia como la primera mujer en llegar a La Moneda, Bachelet sumará más errores que aciertos en su hoja de vida. Incluso por sobre las protestas estudiantiles de 2006 y la ya legendaria suma de errores de diseño e implementación del Transantiago, la incapacidad rampante del gobierno paracontrolar la agenda política y anticiparse a los problemas liderará la lista de desaciertos de esta administración. Si bien su legado también sumará aciertos, como la tímida pero necesaria reforma previsional y otros componentes de la red de protección social, el suyo será el menos exitoso de los cuatro gobiernos concertacionistas.

Afortunadamente para todos, el gobierno de Bachelet ya prepara las maletas. Es verdad que el discurso del 21 de mayo será el más difícil de su cuatrienio. Ya no podrá enumerar una lista de promesas, como el primer año. Tampoco podrá usar la carta del perdón por lo del Transantiago, como en el segundo. Pero apenas comience el invierno, las coaliciones y la opinión pública incrementalmente pondrán más atención a la elección municipal que a las iniciativas de palacio. Porque además la Concertación ha perdido la mayoría en ambas cámaras, la capacidad legislativa del gobierno también se verá sustancialmente mermada.

Aunque difícilmente pueda reclamar un cada día más difícil triunfo concertacionista en las elecciones municipales como propio, Bachelet seguirá gozando de niveles de aprobación aceptablemente altos. Ningún hombre con resultados tan discretos en La Moneda se beneficiaría de ese efecto de solidaridad y simpatía que despierta la bien intencionada pero inexperta mandataria. Apenas se cuenten los votos de las municipales de octubre se desatará la carrera presidencial. La primera presidenta de Chile se desvanecerá ante la creciente influencia de los aspirantes presidenciales. Si bien el palacio de gobierno siempre deja de ser influyente cuando se acercan las elecciones presidenciales, en esta ocasión La Moneda ni siquiera tendrá capacidad para influir en el nombre del abanderado presidencial de la coalición oficialista.

Por eso mismo, ya no existen las razones que otrora justificaban la presencia de un ministro del Interior con poder político, capacidad de toma de decisiones y decisiva influencia sobre el ejecutivo. Cuando La Moneda tiene poco que decir sobre el nombre del abanderado presidencial de su coalición y el liderazgo presidencial difícilmente pueda representar un caudal devotos para el candidato oficial, no se precisa de un ministro del Interior fuerte.

Cuando fue nombrado, Edmundo Pérez Yoma sabía que enfrentaba un desafío difícil. Sus dos predecesores habían fallado en el intento por tomar el control de un barco que prometía llevar a Chile a aguas más participativas, más incluyentes, de más desarrollo y mejor red de protección social. Pero a diferencia de Zaldívar y Belisario Velasco, Pérez Yoma entró cuando el propio gobierno reconocía que necesitaba un hombre fuerte en La Moneda. Llamado a liderar el “segundo tiempo”, Pérez Yoma llegó a un gobierno que preparaba la salida. De acuerdo a lo que la propia Presidenta Bachelet cándidamente confidenció al asumir, el diseño de su gobierno suponía que las principales realizaciones ocurrirían en los dos primeros años. Por eso, Pérez Yoma no tenía la presión de liderar grandes avances, como sí afectó a Andrés Zaldívar, y tampoco entró en medio de una crisis, como Belisario Velasco, que llegó a Interior cuando los estudiantes secundarios –que ni siquiera tenían edad para votar– parecían tener arrinconado al gobierno.

Pérez Yoma sólo necesitaba ejercer poder para liderar un cierre ordenado del gobierno. Al nombrarlo, Bachelet reconoció que debía cederle autoridad y capacidad de mando. Pérez Yoma actuó en consecuencia durante los dos primeros meses. Luego, sorpresivamente, Bachelet quiso volver a tomar las riendas. Lo hizo al decidir que defendería a Provoste. En vez de tensionar las cosas hasta el punto de poner su renuncia sobre la mesa en caso de que Bachelet no pidiera la renuncia de Provoste, Pérez Yoma prefirió aceptar su derrota. Allí perdió el poder y comenzó su lento pero inequívoco declinar. Ahora se viene una película que ya vimos dos veces en este corto gobierno. Pero ahora no hay tiempo –ni convicción– para intentar cambiar el curso de esta administración. Por eso, resulta improbable que se levanten voces pidiendo un nuevo cambio de gabinete. Este gabinete hizo honor al dicho de “el tercero es el vencido”. No porque haya logrado cumplir sus objetivos, sino porque se acaba el período, no hay voluntad en los partidos, no hay más reemplazantes en la banca y tampoco parece haber ánimo para intentar escribir un final distinto a la historia de este gobierno que, como Pérez Yoma al llegar a La Moneda, parecía tan lleno de ilusiones y tan bien encaminado a dejar un legado rebosante de éxitos y logros.

 

Patricio Navia es académico del Centro de Estudios Latinoamericanos de New York University y de la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad Diego Portales.

 

 

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