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El incorregible Guy Debord
Escritor Veo sumergida en el horizonte la figura y obra de Guy Debord. Es probable que su nombre no lo hayan escuchado antes, pese a que sus ideas tienen más vigencia que nunca. Guy Debord fue un escritor y cineasta francés, teórico político y literario, fundador de la última vanguardia: la Internacional Situacionista. Pero, por […]
- 9 Diciembre, 2016
Escritor
Veo sumergida en el horizonte la figura y obra de Guy Debord. Es probable que su nombre no lo hayan escuchado antes, pese a que sus ideas tienen más vigencia que nunca. Guy Debord fue un escritor y cineasta francés, teórico político y literario, fundador de la última vanguardia: la Internacional Situacionista. Pero, por sobre todo, Debord es autor de un libro clave, La sociedad del espectáculo, publicado en 1967 con profunda repercusión. Tal fue su influencia que su obra llegó a ser como un factor de subversión. Se dice, incluso, que fue el detonante de los sucesos de Mayo del 68 en Francia. Negar que se trate de un libro insurrecto es una torpeza habitual que intenta ocultar la potencia y capacidad de Debord para seducir a sus lectores. Diversos pasajes y planteamientos de La sociedad del espectáculo tratan de las modernas fórmulas de domesticación que tiene el poder. En las primeras páginas se lee: “La sociedad que reposa en la industria moderna no es espectacular fortuita o superficialmente: es fundamentalmente espectaculista. En el espectáculo, imagen de la economía reinante, el fin no es nada y el desarrollo lo es todo. El espectáculo no conduce a ninguna parte, salvo a sí mismo”.
Debord era un tipo extravagante que vivió en un estado de permanente clandestinidad voluntaria. Nació en 1931 y se suicidó en 1994. Era regordete, fumador, alcohólico, erudito y promiscuo. Se recluía en un bar y se rodeaba de “la peor gente”. Ocultó su biografía para borrar sus pistas. Se sentía perseguido, lo que era verdad y fantasía. Debord era un sujeto complejo, influido por la lectura de Marx, por el filósofo Georg Lukács y por las ingentes cantidades de libros que consumía. Entre sus preceptos se pueden enumerar varios que son replicados sin mediación alguna en la actualidad, en particular por ciertos jóvenes. Debord jamás trabajó, básicamente para no colaborar con una sociedad que despreciaba.
Creía en la necesidad de alterar el orden público o establecido mediante la creación de situaciones que interfieran con lo establecido. Determinó lo que debemos entender por “deriva”, que no es un paseo ni un viaje, sino una forma de vagar por la ciudad siguiendo un mapa sentimental. Viró la filosofía hacia la crítica de la vida cotidiana. Entre sus pautas, la superación del arte era crucial. Debord quería desmantelar la economía y la política con el lenguaje de la poesía y la visualidad. Su desprecio por la prensa y por los expertos en comunicaciones se explica como el reverso de su opción por el silencio y el retiro ante las expectativas. Debord y sus cómplices definieron estrategias para socavar los principios de la moral bienpensante. Avaló el plagio como una manera de escribir, señaló que la apropiación de textos e imágenes sin citarlos era deseable, e hizo de la tergiversación de material ajeno un procedimiento de escritura y una poética del cine. Lo suyo era la resistencia a la academia, al sistema del arte y a la burocracia del conocimiento. Fue consecuente hasta arriesgar su vida y la de sus cercanos: es imposible olvidar que su editor y mecenas, Gérard Lebovici, fue asesinado en extrañas circunstancias. Debord se vio involucrado en el crimen, puesto que lo culparon sus adversarios. A ellos respondió con un libro, en el que pulveriza las imputaciones e infundios que se le hicieron.
¿Qué tiene que ver Guy Debord con lo que nos pasa?, sería la pregunta atinada.
Mucho, si miramos alrededor. La amalgama de política y televisión es la representación más evidente. De Trump a Guillier, son muchos los fenómenos que podemos explicar con lo que Debord indica. El complot que denuncia hace sentido, al menos a ciertas fracciones políticas. Su hipótesis de que las instituciones y el poder son fabricantes de espectáculos para someter a los individuos es perfecta para los tiempos que corren. De ahí que sea rara su ausencia. El arte es otra región donde se puede rastrear su influjo. Debord terminó siendo un autor requerido por el pensamiento marginal, nómade, no obstante lo cual los expertos tendrían que conocerlo y estudiarlo a fondo. Sus libros circulan en librerías, en formato PDF por la web o en fotocopias. Sus películas están en Youtube y son revisitadas por los que desean convertir al cine en una experiencia lejana a la diversión. En su libro Rastros de carmín, el crítico Greil Marcus alude a Debord como pionero de nociones que el punk y los movimientos más puntudos instalarían después. En sus elusivos textos autobiográficos, Panegírico y Esa mala fama, Debord reconoce: “Una combinación de circunstancias ha marcado casi todo lo que he hecho con cierto aire de conspiración”.
Leer a Debord es una obligación para quienes desean comprender “el gesto más radical”. Cuando vemos que el tránsito se detiene en la Alameda porque unos jóvenes se ponen a jugar un partido de fútbol en hora peak, las explicaciones posibles están en los principios situacionistas. Debord es un autor del que emergen sentencias memorables e intuiciones dignas de investigar. Visitar sus libros es pertinente como antídoto para romper nuestro desconcierto ante las derivadas del arte, el cine y la política.