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Jorge Burgos rompió el silencio para decir básicamente tres cosas: que el proyecto ideológico de la Nueva Mayoría debiese terminar al completar Michelle Bachelet su segundo período –es decir, prácticamente el próximo año; que no es buena idea tener a los comunistas en el gobierno, al menos no con el grado de influencia del que gozan; y que la agenda de la centroizquierda de futuro tiene que ser menos voluntarista y más realista respecto de las posibilidades del país.

Respecto de lo primero, Burgos no está diciendo un disparate. El proyecto ideológico de la Nueva Mayoría nace en la alquimia de los movimientos sociales que atormentaron a Piñera y la incombustible popularidad -personal e intransferible- de la candidata. Las condiciones del próximo ciclo electoral serán distintas. Esta vez no hay una figura carismática cuya capacidad expansiva permita cobijar a tantas tribus distintas bajo el mismo paraguas. Por su parte, las reformas emblemáticas que el programa de gobierno absorbió de la calle han generado altos costos políticos y no se han traducido necesariamente en inyecciones de aprobación ciudadana. Por supuesto, siempre se puede sacar un conejo del sombrero. Dos marchas más contra el sistema de capitalización individual y no habría que sorprenderse si algun parlamentario plantea que derribar la herencia previsional de la dictadura debe constituir el pilar programático de la Nueva Mayoría 2.0. Pero en términos generales, es evidente que hay que darle una vuelta al asunto. Las encuestas son engañosas, pero nunca tan engañosas como para pensar que un 19% de aprobación esconde un contundente apoyo a la gestión del gobierno. En resumen, la Nueva Mayoría ha funcionado reguleque. Tiene bastante sentido preguntarse si vale la pena continuar la relación o explorar un divorcio.

En segundo lugar, Burgos no será el primero ni el último democratacristiano en hacerles el quite a los comunistas. Es historia antigua. Lo dijeron incluso varios prohombres falangistas en el umbral del retorno de Bachelet. La voz del Gute todavía resuena con advertencias. Nadie puede decir que no lo intentaron. El testimonio de Burgos es ex post: se acostó con ellos y amaneció mojado. La legendaria disciplina del PC, dijo, es cosa de pasado. El terror del ex ministro es que sus camaradas quieran participar en una nueva primaria donde gane el candidato de los comunistas -que no tienen un pelo de tontos y apuestan a ganador (en la primaria pasada resultaba evidente que José Antonio Gómez representaba mejor sus convicciones doctrinarias, pero el partido de Teillier se fue con la invencible Michelle). En ese escenario, piensa Burgos, la DC sigue encorvando su influencia. ¿Por qué sus camaradas querrían participar en esas condiciones? Porque no sólo de convicciones vive el democratacristiano. El aparato del estado es un fruto maduro que alimenta las necesidades materiales.

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Finalmente, en la tesis de la gradualidad, la moderación y los grandes acuerdos aparece el Burgos noventero, nostálgico de una Concertación de la cual sus pares abjuraron. Hay que retomar el crecimiento, recuerda. Hay que enrielar este tren que perdió la dirección. No repitió la teoría de Lagos sobre la crisis institucional, pero presentó una visión casi tan sombría. De Lagos se dijo que le había puesto la lápida a Bachelet. Similarmente, de Burgos se critica su sentido de la lealtad: ¿Cómo puede decir que Chile está descarrilado si hace unas semanas era el ministro más importante de La Moneda? Pero es una crítica algo injusta. Como ministro realizó los esfuerzos que estimó necesarios para detener la ansiedad adolescente y atenuar el ímpetu retroexcavador de sus socios. Es probable, en ese sentido, que la verdadera piedra en el zapato de la Nueva Mayoría haya sido Burgos y no el PC. Dicho de otra manera, que siempre hayan sido los comunistas los que interpretaron mejor la partitura programática y que hayan sido los Burgos del oficialismo los que remaron para el otro lado. Burgos podrá defenderse diciendo que remó para el lado correcto, pensando en Chile. Pero ése es otro asunto. Si mapeamos el código genético de la Nueva Mayoría, no sería sorpresivo que el ADN político de Guillermo Teillier arrojara una mayor coincidencia que el ADN político de Jorge Burgos.

El drama de Burgos, en cualquier caso, es el drama de parte importante de la DC. Fueron relevantes cuando la centroizquierda se componía –como bien recordó Burgos- de un elemento socialcristiano y un elemento socialdemócrata. Esos contornos ideológicos se han difuminado y complejizado. Será difícil volver atrás. Salvo que el hombre sea Lagos. Con Lagos no resulta tan absurda la idea porque el personaje en sí mismo constituye una vuelta al pasado. Si no es Lagos, la DC sólo participa en una primaria si tiene un nombre capaz de ganarle a Isabel Allende. Bancarse otros cuatro años de comparsa lloriqueando por la influencia del PC, es masoquista. Como decía Bridget Fonda en Singles (1992) de Cameron Crowe, “estar solo, tiene su dignidad”.

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