Queda claro que más allá de las fondas y la chicha, septiembre en Chile sigue siendo un mes de reflexión histórica. Este año, empezamos un poco temprano, gracias a la corta pero célebre pasada por el Ministerio de Cultura de Mauricio Rojas.

Al criticar el Museo de la Memoria, Rojas nos hizo un favor, porque dejó en evidencia la profunda incomodidad de un sector de la derecha con la forma en que se ha institucionalizado el relato de nuestro pasado reciente. Como Trump en EE.UU., Rojas nos ayudó a comprender que seguimos sin resolver asuntos que son cruciales para la convivencia cívica, pero que gracias a dinámicas políticas o simplemente a la buena crianza, pensamos que se habían más o menos resuelto, por lo menos en la esfera pública.  

Una vez que Rojas abriera la caja de Pandora, otros personajes de su sector no perdieron el tiempo en expresar lo que han pensado hace tiempo. La presidenta de la UDI, por ejemplo, se fue de tesis, señalando que “para que se produzca un golpe de Estado se requiere que haya una degradación del sistema democrático previo y eso no ocurre por casualidad y eso pasa porque la izquierda radicalizó el país.”

¿Cuál es el problema principal según Jacqueline Van Rysselberghe, Rojas y otros? La falta de contexto. “Tiene que estar representado,” dijo la senadora, “el dolor de las víctimas de las violaciones de los derechos humanos, pero también el contexto a través del cual se llegó a ellas”.

La historiadora Sofía Correa lamenta que el Museo de la Memoria “no pareciera admitir contextualización histórica”.

La respuesta desde el progresismo fue inmediato y duro (tanto así que el ministro Rojas ni siquiera alcanzó a instalarse en su despacho ministerial). Raúl Zurita, cuyo dolor solo fue superado por su elocuencia durante ese fin de semana de furia, resumió la postura de la izquierda. Para su sector, “el asesinato de un ser humano no tiene contexto”.

Es evidente que se trata de relatos en conflicto, dos verdades. Es evidente que la izquierda teme que la introducción de contexto le quite protagonismo al evento transcendental de su identidad. También es evidente que la derecha usa ‘contexto’ para quitarle importancia, o incluso justificar, el horror. Si lo que vino antes fue casi o igual de desastroso, se piensa, ‘nosotros’ no somos tan malos.  

Curiosamente, en medio de todo el debate, algunos en la izquierda se apoyan en precisamente el mismo argumento. Karina Oliva de Poder Ciudadano sostiene que es “complejo analizar tan ligeramente con ojos chilenos los conflictos de otros países. Es necesaria una mirada global.” Cuando se le pregunta a su compañera, la diputada Claudia Mix, sobre los abusos a los derechos humanos en Venezuela y Nicaragua, contesta, “Son realidades políticas complejas y en crisis”.

Para Daniel Jadue, las críticas de Heraldo Muñoz a Maduro por las violaciones de su régimen a los derechos humanos no surgen de un compromiso del estado chileno a defender los derechos humanos en el orden internacional, sino “a la subordinación de la política exterior y, en particular, de Heraldo Muñoz a la política norteamericana”.

O sea, contexto.

La verdad es que el contexto siempre importa. No es una excusa, es una plataforma para la comprensión y el conocimiento. Según el académico Leandro Echt, el contexto no es ni más ni menos que un ecosistema complejo que impacta sobre los procesos de toma-decisión en base a interacciones de diversos actores. Contexto considera la importancia de las instituciones, la cultura, los procesos de gestión, los actores.

Contexto nos permite entender por qué las movilizaciones sociales en Egipto, Turquía, España, Nueva York y Santiago en 2011 parecían estar relacionadas, pero eran en realidad muy distintas. Comprender contextos distintos permitió que Barack Obama no repitiera los errores de Irak en Siria. Reconociendo el cambio de contexto, tanto nacional como internacional, le permitió a una buena parte de la izquierda chilena participar en el plebiscito de 1988, y ser parte en cinco de los siete gobiernos post-autoritarios.

El contexto no es nunca una excusa. Pero sin contexto no hay análisis, y sin análisis, los errores se repiten. Justo lo que el Museo de Memoria desea evitar.