Sin duda hay similitudes: el sistema de partidos chileno, tal como tomó forma durante la transición, gracias a una supuesta democracia de los acuerdos, ha comenzado a parecerse al sistema bipartidista venezolano, fijado (o calcificado) en una democracia pactada en 1958. Con el paso del tiempo, ambos sistemas fueron dejando fuera importantes actores, tradicionales o emergentes, cuya frustración fue buscando modelos y vías extrainstitucionales. Como consecuencia, no es difícil concluir que Chile seguiría el camino de Venezuela, con una izquierda radicalizada, implementando una asamblea constituyente a su pinta y una Constitución que instalaría reglas de juego favorables para garantizar su continuidad en el poder. La precipitosa pérdida de confianza y legitimidad en las actuales instituciones, y especialmente en el Congreso y los partidos que lo conforman, producto del escándalo sobre el financiamiento político, sólo sirve para subrayar los paralelos.

Agreguemos el hecho de que el sistema fue financiado por décadas por la riqueza de un producto de exportación en particular. Las tensiones se agudizaron cuando cayó el valor de ese producto en los mercados internacionales, creando presiones adicionales desde el punto de vista redistributivo.

Sistema de partidos cerrado, sobredependencia en un producto en particular, creciente ilegitimidad, frustración, izquierda radicalizada, y finalmente, asunción de un presidente populista. Lo anterior sería el análisis simple, pero errado. Porque le falta un elemento importante de la historia.

Lo que ocurrió en Venezuela efectivamente tuvo mucho que ver con riqueza mal distribuida y la ira de los sectores excluidos. Hubo, sin duda, una izquierdización de aquellos elementos que en un principio sólo aspiraban a reemplazar un sistema que no daba para más. No obstante, durante todo el período también hubo irresponsabilidad y abandono por parte de los partidos y votantes de centro y derecha. Primero, no pudieron o no estuvieron dispuestos a reconocer los cambios que estaba viviendo el país, de manera que no entendieron la necesidad de actualizar el sistema político, ni adaptarse al nuevo, dejando la cancha abierta para que se la tomara un outsider populista como Chávez. Luego, una vez encaminada la revolución bolivariana, una combinación de clasismo y flojera hizo que consistentemente subvaloraran las habilidades políticas de Chávez y su entorno. Cuando la dejadez se convirtió en preocupación era demasiado tarde, y el sector cayó en peleas y división interna.

Es cosa de ver cómo fueron abandonando el juego político. La participación electoral en las elecciones nacionales de 1998, que llevaron a Hugo Chávez al poder, fue muy baja. El año siguiente, en comicios realizados para elegir a los representantes a la asamblea constituyente que diseñaría la Constitución Bolivariana, la participación fue menos del 50%. Esa asamblea, cuya composición casi enteramente chavista se debió en parte al descuido de la oposición, se autoadjudicó el derecho de despedir jueces, llevando a la reestructuración total del Poder Judicial. Eventualmente la asamblea también le quitó poderes al Congreso, le prohibió el derecho a reunirse y, con la aprobación de la nueva carta, lo reemplazó con uno unicameral y muy limitado en poderes. Esos poderes fueron transferidos a la presidencia.

La oposición no fue capaz de responder mientras la nueva institucionalidad se la fueron tomando los que tenían la iniciativa. No fue hasta que Leopoldo López apareció en el escenario que lograron volver al juego, ahora con las mismas reglas, y por primera vez realmente amenazando al régimen chavista. No es casualidad, por lo tanto, que hoy se encuentre en la cárcel.

La historia de Venezuela en los últimos 20 años no es solamente la de una revolución socialista que, apoyada por un financiamiento supuestamente ilimitado, iba a revivir el sueño de Fidel y del Che. Es también el relato de un sistema de partidos que no supo adaptarse a nuevas realidades, incluso cuando éstas estaban cambiando la naturaleza de la política. Acostumbrados a sus espacios de poder y comodidad, siguieron despreocupados hasta que fue demasiado tarde. En vez de reorganizarse y repensar principios, la oposición se taimó, cayendo en división interna, y defendiendo lo indefendible. La izquierdización de ese país no fue algo inevitable, sino una reacción a demandas concretas que no encontraron respuesta en otro espacio político. Por eso es tan necesaria una real y profunda renovación de la derecha en Chile. •••

0 0 votes
Article Rating