Escritor

Partida. De pronto se apuran los diagnósticos que señalan que la derecha ya ganó las próximas elecciones presidenciales. Lo cierto es que obtuvo poco más que la coalición del gobierno en las municipales. Las personas que van a votar suelen estar en otra frecuencia, más cerca del sentido de oportunidad y de las emociones, que de los dictados de la razón. Y si consideramos la importancia social de la horizontalidad en el trato, empezamos a ver al menos una cuestión que a Lagos y Piñera no les viene bien. Tengo la sensación de que el carácter de los candidatos será la clave que mueva la balanza en muchos hogares a la hora de decidirse a votar. La credibilidad seguirá siendo el factor gravitante, no el afán de orden, la preparación, ni el programa. A los ciudadanos les importa más creer en alguien que los pueda comprender, que los pergaminos. Y, en ese aspecto, ni Piñera ni Lagos están muy bien posicionados. Hablan parados en un podio invisible, se les nota el orgullo de ser quienes son, y la falta de urgencias cotidianas en sus vidas. Qué lejos están de los exigidos, de los que se sienten engañados.

Salida en falso. Las palabras de Piñera después de las municipales fueron las de un presidente electo. Habló sin tapujos de entrar a picar la obra gruesa del actual gobierno. Sin duda se trata de palabras ansiosas, que revelan el pobre relato que la derecha ha fraguado en estos años. Las expectativas de futuro que propone equivalen a un insólito volver atrás. ¿A cambio de qué se van a echar abajo las reformas? ¿Cuáles son sus ideas para revertir la gratuidad y mejorar la educación? ¿Cómo se va a reactivar la economía y aumentar la jubilaciones y los sueldos? Si sus planes son una suerte de revancha contra lo implementado por este gobierno, es posible que no avance demasiado. ¿O pretende ganar por una especie de default político de la Nueva Mayoría?
Impotencia. Los dirigentes y políticos saben que es difícil satisfacer las demandas y esperanzas de la clase media. Cualquiera sea el gobierno que venga, la posibilidad que tiene de mejorar sustancialmente las pensiones es baja. Lo mismo si se trata de reducir los problemas de atención en salud. Las mejorías siempre van a ser acotadas, y en algunos casos imperceptibles. La frustración que genera este estado de insatisfacción continuo, lejos de desaparecer, se va acumulando.

Las demandas que muchos consideran urgentes, no son escuchadas, y menos atendidas con premura. La lentitud del Estado es insufrible y lleva a la desesperación a ciudadanos que viven en el mundo de la velocidad y la tecnología. De ahí viene parte del desprestigio de los políticos. Nadie quiere moverse por autoridades que hablan desde la comodidad, con otros tiempos y otros sueldos que el resto. Muchos ciudadanos se sienten solos, sin horizonte ni protección. No votaron por escepticismo, aunque puede que en el futuro se muestren proclives a quien incomode más a las elites.

Engañar no cuesta nada. ¿Dónde están los estafadores y corruptos? Desde Garay y Chang hasta los empresarios y políticos involucrados en casos de cohecho y delitos tributarios, todos gozan de los privilegios de estar fuera de la cárcel, pese al daño que le han producido a las instituciones y a las personas. Residen en sus mansiones y fundos, castigados como reyes. La diferencia entre estar fuera o dentro de la cárcel es sideral para cualquiera. Es fácil darse cuenta de que el nivel de derechos humanos y comodidades que hay en las cárceles está por debajo de lo tolerable. Por cierto que en la cárcel están encerradas personas peligrosas, pero también consumidores de drogas y vendedores de artículos piratas.

Los ricos y los niños. Las fantasías de los niños las cumplen los ricos. Eso es lo que se ve, al menos. Los ricos andan en helicópteros, hacen el servicio militar voluntario, compran suvenires caros para ciertas ocasiones, tienen autos de carrera, navegan en veleros de lujo, practican el alpinismo y el rodeo con valentía. Y, como si fuera poco, el antiguo juego del Metrópolis lo llevan a la realidad con sus inversiones inmobiliarias. Cualquier niño querría hacer esas cosas. No es casualidad esta semejanza. Es un síntoma del tipo de pulsiones y placeres que mueven a los millonarios, de la cultura que poseen. •••

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