Es tentador pensar que, si solo el Estado chileno hiciera algún gesto de reconocimiento, implementara más políticas sociales y descentralizara más el poder político, se podría avanzar hacia una resolución razonable en la Araucanía, o por lo menos un statu quo más aceptable para todos los involucrados. Ejemplos desde la experiencia comparada abundan –Canadá, Australia, Nueva Zelandia–, aunque incluso esos casos están repletos de problemas, tragedias e insatisfacciones. Sin duda que sería un gran paso si Chile fuera capaz de implementar políticas parecidas a las de esos países, pero ahora solo podemos tratar de avanzar. Es ahí donde tal vez habría que buscar ejemplos distintos, en otras regiones del mundo. Aunque suene contraintuitivo, tal vez incluso loco, un ejemplo es el Medio Oriente.

El asesinato de Camilo Catrillanca no es el primer caso de un activista indígena que muere en circunstancias turbias. Tampoco fue el último. El 2018 se cerró con la muerte de Juan de Dios Mendoza, lonko de Raquem Pillán, un caso que aún se investiga. Estos casos, y el pésimo manejo por parte de Carabineros y el propio gobierno, han logrado desviar el importante, aunque milimétrico, progreso que había logrado el ministro Alfredo Moreno, cuyo proceso de diálogo logró reunir a actores que nunca antes habían conversado. Incluso, en algún momento, Moreno se mostró dispuesto a conversar con la Coordinadora Arauco Malleco, o con cualquier grupo que actúe sin violencia.

El paralelo no es difícil de ver; un proceso lleno de sospechas y desconfianzas, donde ambos lados se sienten victimizados, pero que avanza lentamente, amenazado por un ataque, un asesinato, una bomba. Es lo que vivió el “proceso de paz” entre Israel y los palestinos durante veinte años.

¿Cómo puede ser ese un modelo a seguir si el proceso de paz está muerto?

Es que ese proceso fracasó precisamente porque se llegó tan cerca a un acuerdo que ambos lados perdieron el foco: olvidaron cuál era el principal objetivo. Si bien logar la paz definitiva era el objetivo de largo plazo, el punto principal era otro, la canalización del conflicto. Los procesos de paz pueden o no llevar a la paz, pero lo que siempre hacen, mientras funcionan, es canalizar el conflicto desde la violencia hacia el dialogo y ojalá, la política.

Repasando la historia del proceso de paz de los 90, se recuerdan varias instancias en que este pudo haberse paralizado. Después del asesinato del Primer Ministro Yizhak Rabin, hubo una pausa, y también, unos años más tarde, cuando un bombazo mató a 45 personas en un bus en Jerusalén. En ese entonces, Binyamin Netanyahu anunció varios congelamientos en las conversaciones. Sin embargo, en 1997 y 1998 se firmaron dos acuerdos adicionales. Durante los últimos días de la presidencia de Bill Clinton se realizó la cumbre de Taba, en que, según ambos lados, se llegó más cerca que nunca a una solución definitiva al conflicto. No se logró. Aún así, bajo otro gobierno israelí, esta vez bajo el liderazgo de Ariel Sharon, se negoció el retiro de Israel de Gaza, proceso que se realizó en 2005. Con eso empezó otro ciclo de violencia que, junto con actitudes más beligerantes de todos los líderes involucrados, ha entorpecido más progreso formal. Durante todo este período hubo atentados por un lado, y construcción de asentamientos por el otro. Los líderes comprendieron que lo importante era conversar. Incluso hoy en día, con un proceso de paz prácticamente abandonado, existe cooperación formal e informal entre la Autoridad Palestina e Israel en materias como seguridad, agua  y comercio. El comercio bilateral equivale a unos US$2 mil millones al año.

El punto aquí no es querer pintar todo de rosas. La situación es crítica para millones. Es cosa de ver las noticias todos los días. Los críticos dirán que este tipo de relación, avanzar en negociaciones sin tomar en cuenta el problema principal, es normalizar una situación inaceptable, que lo importante es mantener la presión para visibilizar la reivindicación histórica. Es entendible querer dar señales de protesta cuando Carabineros actúa como actuó, o cuando el gobierno cambia sus explicaciones a cada rato.

Pero no hay que perder el foco. Lo que demuestra la experiencia comparada es que es el abandono del proceso y el retorno a “la política por otras vías”, para parafrasear a Clausewitz, es lo que promueve el statu quo. Los mayores avances se han lograron a través del diálogo. Las negociaciones son en sí un reconocimiento de que se debe avanzar, cambiar, y llegar a un punto B. Ese punto puede estar cerca o lejos, pero mientras tanto, por lo menos desde el punto de vista histórico-comparado, lo que mejor ha funcionado es conversar, aunque duela.

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