Para no fracasar como país, Chile necesita un acuerdo entre trabajadores, empresarios y gobierno para de esa manera, atacar los factores que ocasionan una distribución poco equitativa de los ingresos. Una tarea que requiere consenso, responsabilidad y convicción.

Apareció la CASEN y los resultados mostraron avances en pobreza y desigualdad. Que la pobreza está mal medida, que la desigualdad llega a sus mínimos históricos si comparamos en base a ingresos monetarios, que lanzaron los resultados porque la CEP está en terreno, ministros defendiendo resultados, ex ministras atacándolo. La discusión actual nos deja con un sabor amargo porque, una vez más, estamos dejando pasar una oportunidad para poder discutir políticas públicas de manera seria y responsable.
La encuesta CASEN nos vuelve a mostrar la gran diferencia que existe entre los ingresos del decil superior de ingresos y los ingresos del decil inferior. Los resultados arrojan una brecha de 35,6 veces. Cifra muy alta. Es cierto que bajó bastante respecto a 2009 –la medición anterior–, pero también que la cifra de ese año salió totalmente de la tendencia que venía mostrando dicho indicador. La realidad es que, sin contar lo de 2009, esta es la cifra más alta desde 1990.
Si esto lo llevamos al porcentaje relativo que tiene en el ingreso nacional cada uno de los deciles, encontramos que –por una parte– el 10% más rico recibe en promedio alrededor del 40% del ingreso total (desde 1990 a la fecha), mientras que el más pobre recibe cerca del 2%. Imagine que Ud. está invitado a un evento al cual asisten 10 personas y en la mesa hay una torta con 10 pedazos. Esto quiere decir que sóilo una persona se come 4 de los 10 pedazos y que los 6 trozos restantes deben ser repartidos entre 9 personas. Ud. es el último en servirse y le toca el pedazo original, pero que fue partido a su vez en 10 partes y se come solo dos pedacitos de torta.
El premio Nobel en economía J. Stiglitz acaba de publicar el libro The price of inequality, en el cual –más allá de suponer que la inequidad es algo natural en nuestras vidas y en nuestro sistema de libre mercado– él se pregunta por qué pasa esto y si es una buena cosa. ¿Está funcionando el mercado de manera razonable o hay algunos que se están aprovechando de él utilizando el poder? ¿La sociedad está mejor o peor con desigualdad?
Aquellos escasos defensores de la desigualdad argumentan que los pobres y la clase media no tienen nada de qué quejarse. Si bien reciben un pedazo más chico de la torta, cómo ésta va creciendo, el tamaño de torta que están comiendo es relativamente más grande. Puede ser, siempre y cuando creamos en una teoría del chorreo que, cuando se somete a exámenes, pareciera no ser del todo cierta. Ahora bien, está demostrado que altos niveles de desigualdad llevan a desbalances en los poderes políticos: los de arriba usan su peso económico para moldear la política de manera de entregarles mayor poder económico al mismo grupo. Sin tener evidencia totalmente clara, se puede intuir que los resultados de nuestros procesos políticos no siempre reflejan los intereses de todos los chilenos y chilenas.
Si la desigualdad es importante, ¿qué podemos hacer? A principios de la mitad del siglo pasado, varios países europeos fueron capaces de disminuir la desigualdad de ingresos a través de la distribución. Lo anterior fue resultado de decisiones de política pública en la dirección correcta. En términos generales, la disminución en la brecha de ingresos fue provocada por impuestos y transferencias. En otras palabras, para tener una distribución del ingreso más equitativa no es necesario hacer grandes reformas agrarias o esperar décadas de crecimiento económico.
En la actualidad, los resultados nos llevan a conclusiones similares. El coeficiente de Gini europeo (0,46 aprox.) es similar al latinoamericano (0,52 aprox.). Pero si incorporamos en el análisis la estructura tributaria y el gasto social, observamos una gran diferencia (0,31 versus 0,5). En Europa, el gasto social es el gran responsable de la disminución en la desigualdad de ingresos. Pero los impuestos también cumplen un rol fundamental. Permiten realizar las transferencias y, sobre todo, explican casi un tercio de la caída en el coeficiente de Gini.
Se trata entonces de una discusión que no es sólo técnica, sino política. La estructura fiscal es una expresión de lo que quieren los ciudadanos de un país. Y, en democracia, eso lo determina la mayoría. Tal como señala uno de los informes de la OECD, este debate es importante no sólo para el desarrollo económico, sino también para la sustentabilidad democrática.
En esta misma línea, lo que hagamos en educación, en inversión en tecnología y en infraestructura es fundamental, tanto como discutir una reforma tributaria que mire los vacíos en nuestro marco legal y que cierre el exceso de loopholes. Igualmente es necesario tener mayor claridad en la regulación, de forma de nivelar la cancha y que todos juguemos bajo las mismas reglas.
Se hace imperativo comenzar a construir las bases para una sociedad más equitativa y solidaria, menos individualista y más integrada. No podemos esperar a que las políticas públicas se encarguen de todo. Necesitamos como nunca de un acuerdo social tripartito entre trabajadores, empresarios y gobierno, y de esta forma, atacar los factores que ocasionan una distribución desigual. Esa tarea requiere consenso social. Pero también conlleva esfuerzos y sacrificios. Después de todo, equidad y gobernabilidad son condiciones de primer orden en la economía.

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