A pesar de la supuesta llegada de la nueva forma de gobernar, la función del asesor presidencial sigue siendo parecida. Por eso estas líneas: porque viví de cerca esa experiencia. Aquí, unos cuantos consejos para sobrevivir a las pellejerías de la trastienda del poder.

Estimados actuales inquilinos del Segundo Piso de La Moneda:
Es evidente que las cosas han cambiado desde que la Nueva Forma de Gobernar se hizo del Palacio de Gobierno en marzo de 2010. Llegaron nuevos equipos, nuevos apellidos y nuevas maneras. Incluso se puede hablar de una nueva estética. Bajó el promedio de edad y bajó el promedio de kilos. El estilo de traje norteamericano para los asesores UDI, o el más europeo para los vanguardistas de la nueva derecha, reemplazaron al tradicional ambo recto del asesor concertacionista. A La Moneda le dicen The Coin, al Segundo Piso, Second Floor. Dicen incluso que se llena la misa diaria que hacen ahora en La Moneda. Podrían poner un Starbucks en el patio de Los Naranjos y no desentonaría.
Pero a pesar de todo aquello, a pesar de todos los cambios, la función del asesor presidencial sigue siendo parecida. Por eso estas líneas: porque viví de cerca esa experiencia. Y cuando de lejos se observa el fuego cruzado que arde sobre vuestras cabezas, uno no puede sino entenderlos y tratar de alertar.
Ser asesor no es fácil y, muchas veces, es una labor muy ingrata. Es cierto, no acarrea la veleidosa exposición pública que posee un cargo ministerial. Pero, por lo mismo, como nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que ahí se hace, ni mucho menos el contenido de la asesoría específica, surgen los mitos. Se tejen mil historias acerca de su rol. Se cree que participan en todas las operaciones de gobierno. Y lo cierto es que no todo pasa por aquellas oficinas del Segundo Piso, pero no importa. Ese es el mito y no se puede revelar la verdad. He ahí el motivo de este memo: cómo sobrevivir a las intrigas de palacio desde el anonimato del Second Floor.

1. Morir con las botas puestas
Al asesor se le puede culpar de todo, porque el buen asesor nunca se defenderá. Debe morir con las botas puestas. No se exponga públicamente. Si el presidente lo respalda, que lo demuestre en las reuniones de gabinete, no por los diarios. La prensa es al asesor como Las Urracas al futbolista: puede ser entretenido un rato, pero a la larga puede terminar afectando a la carrera. Sobre todo: no se meta en los líos de su partido. Al menos, no públicamente. Su interlocutor nunca sabrá si usted llama por iniciativa propia o por instrucción del Jefe. Es lo que debe haber sentido Carlos Larraín en su momento. Es lo que ronda la cabeza de Allamand ahora que quiere ser candidato. Ossandón se la tiene jurada a los asesores del Segundo Piso. La UDI no los puede ver ni en pintura. ¿Qué debe hacer usted? No se defienda. Agáchese. La pega es ayudar, asistir con profesionalismo y proteger al presidente. El gobierno es una pelea de 15 rounds y de lo que se trata, como Rocky, es de permanecer en pie cuando tocan el campanazo final. ¿Quiere meterse en algo? Hágalo, pero desde la arista intelectual. Organizar un think-tank puede ser buena idea.

2. El éxito del presidente es su propio éxito
No existe asesor exitoso de un Presidente fracasado. Al menos, yo no lo recuerdo. Fíjese que hasta Kissinger, que escribió un mamotreto de política internacional, salió rasguñado de la presidencia de Nixon. ¿Cómo se mide el éxito de un presidente, o, al menos, su no-fracaso? Hay distintas métricas. Puede perfectamente ser la aprobación en encuestas de opinión. Puede ser la capacidad de reelegir a su sucesor. Puede ser la aprobación de buenas políticas públicas, el crecimiento económico, el bienestar general. Pueden ser hechos simbólicos de alta relevancia. Usted elija una. Pero hágalo. Trate de imaginar la manera en que un historiador del 2050 –un Frías Valenzuela del futuro– va a resumir la presidencia de Piñera. Gánese una línea en ese texto. Ayude a que el día a día no nuble lo que pueda ser la medida del triunfo de mediano y largo plazo de su jefe.
No se aflija, lo entendemos. Imagino lo difícil de lidiar con la personalidad del mandatario. Sugerirle que reduzca su aparición en los medios debe ser como pedirle a Figuretti que no se cruce por la cámara. Pero felicitaciones, lo están logrando.

3. Ayude a que el presidente mande siempre
A medida que se acerquen las elecciones, verá cómo los amigos de antes ahora son menos amigos. Verá que se ponen menos afectuosos, que se ríen menos con sus chistes. Que no importe aquello. Usted sabe que, como pocos, tiene el privilegio de estársela jugando para dejar un brochazo, una línea, en los libros de historia. Entretanto, preocúpese de que el jefe gobierne en toda plenitud. Ojo, que tiene una dificultad adicional: los tres presidenciables del sector están hoy sentados en el mismo gabinete. Pues bien: que el presidente mande ahí. Que ellos no se manden solos. Los plazos los pone el presidente y no los ministros. Ellos se irán cuando el presidente diga que se van. Si la presencia de ellos en los actos e inauguraciones está empañando la presencia del mandatario, sáquelos de inmediato. Y claro, apueste por el ganador. Con criterio, pero apueste.

4. Después de usted no viene el diluvio
La Moneda entrega perspectiva histórica. No se las dé de winner con nadie. Si sube en las encuestas, bien. Si elige a su sucesor, bien también. Pero no le cante los goles a la barra rival. Eso no se usa en esta liga. Tampoco enlode para atrás. Se dará cuenta de que después de su paso por esta casa usted habrá madurado una enormidad. El blanco y negro en la política será parte de su pasado.
Truly yours,
Un ex asesor.

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