Por Matías Rivas
Escritor

No he parado de escuchar mencionada la austeridad en distintos ámbitos y con acepciones diversas. Es un vocablo muy peculiar y no demasiado común en la literatura. Es curiosa la afición que tiene cierta clase alta de antigua data que le da un uso estético.

Desde que tengo uso de razón que vengo escuchando la palabra austeridad. Mi madre siempre se ha vanagloriado de los valores que ella ve en esta palabra: sobriedad, prudencia y contención. Para ella, la austeridad es la perspectiva acertada para tener una vida decente y sin ostentación. Después empecé a oír la palabra austeridad asociada a la estrechez material escogida. Eso se lo escuché a los curas. Recuerdo que decían que era mejor andar en la vida “ligero de equipaje” para enfrentar el destino. Fundían la austeridad con el estoicismo. La austeridad significaba una forma de resistir a las tentaciones materiales. La austeridad era una inclinación por lo espiritual en vez de lo terrenal y placentero. En ese mismo tiempo, en plena crisis económica, leí en un diario que se venía un período de austeridad. Esta vez, la palabra cobraba una dimensión negativa, pues escondía la miseria que venía, los despidos masivos, el miedo y la falta de expectativas.
No he parado de escuchar mencionada la austeridad en distintos ámbitos y con acepciones diversas. Es un vocablo muy peculiar y no demasiado común en la literatura. Es curiosa la afición que tiene cierta clase alta de antigua data que le da un uso estético. Para ellos lo refinado es siempre austero, simple y elocuente, lejos de los ornamentos del barroco. Lo preciso, lo impecable y lo limpio son palabras cercanas a la austeridad en su versión más cuica. Que nada tiene que ver con lo minimalista, sino con conservar solo lo mejor del pasado –como un par de muebles heredados y una losa antigua– en ambientes serios y blancos, cómodos y sin lujos. La estética que emana de la austeridad es neurótica, ordenada, higiénica. Es la belleza tenue y clásica de las vírgenes. A lo que se suma, la trascendencia del peso del tiempo sobre los objetos, que es la indispensable prueba de calidad. Detrás de esta estética, lo que hay es clasismo: solo algunos pueden ver en lo simple lo esencial. La mayoría consumista preferiría los excesos por falta de educación y gusto, por hambre de luces, de disfrutar lo que no han tenido. Lo popular sería entonces lo excesivo; lejos de lo justo y necesario que desean los que están satisfechos.
La austeridad no es buena ni mala. Su alcance depende de las circunstancias, del talento de quien la adopta para expresarse. Lo recargado y lo extremo tampoco son positivos o negativos. Salvo que adoptemos ante estos conceptos una filosofía que los discrimina o los exalta. Sin que nadie lo pensara, la austeridad volvió a estar en la escena pública. Quién lo iba a creer. Una decepción prematura. Antes de los tres meses de gobierno, sus ministros advierten que hay menos plata. La movida política es evidente: bajar las expectativas que había sobre cómo fluiría el dinero con Piñera.
Más allá de si viene o no la austeridad, llama la atención que sea promovida por un conjunto de ministros millonarios vestidos con ternos a la última moda. Es más, según mi memoria la austeridad es informada, en general, por personas que desconocen las apreturas de dinero. Los dirigentes máximos, los directores, los que poseen el poder son los que decretan que llegó el período de estrechez en el que se van a perder beneficios y trabajos. Hay un tono de voz que viene incorporado a la pronunciación de este discurso. Es un tono destinado a menguar los ánimos, a poner a los demás en el paradigma del miedo ante lo imprevisto.
El peso católico, con su represión, la falta de complacencia, están ocultos tras la llamada austeridad. Es evidente, sobre todo, porque no es una palabra dicha ni usada en el habla común. Está restringida al grupo de los privilegiados, quienes la ocupan con supuesta elegancia. También existen avaros que utilizan la austeridad para soslayar su sordidez.
Quizá estoy equivocado, pero para mí austeridad está ligada al sacrificio, a penurias, al frío, a la mala comida, a las frases cortas que traen emociones cohibidas. Solo veo en el arte y la literatura cómo deslumbra la economía de recursos. En otros planos de la realidad, la administración de la escasez es una desgracia revelada por unos pocos que nunca pierden. Considero urgente revisar el concepto de austeridad. Han abusado de él. Su sentido es cada vez más confuso y escurridizo.

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