Doctor en Ciencia Política, académico de la Universidad de Chile

A diferencia de la izquierda, cuyos partidos y sectores no lograron unirse detrás de su abanderado, la derecha, desde los “liberales” hasta los más conservadores – es decir, de Kast a Kast – se unieron con un solo objetivo. Entendieron algo que siempre le cuesta comprender al mundo progresista: el principal adversario está afuera, no adentro. Con los resultados del 17 de diciembre, con la mayor cantidad de votos de cualquier presidente electo desde 1993, Sebastián Piñera tal vez se transforme en algo que nunca ha sido: el verdadero líder de la derecha chilena. Como casi siempre en su carrera, Piñera es el gran ganador.

Como el especulador que es, el presidente electo sabe que durante los primeros meses de su segundo gobierno su capital político estará más alto que nunca. Por esa razón, en los próximos cuatro años tendrá la histórica oportunidad de modernizar la derecha. Entenderá que se sobreestimó el desafío interno de José Antonio Kast, quien, si bien logró más votos de lo esperado, no representa más que un 10% del electorado, un porcentaje que Piñera se demostró capaz de atraer de otros sectores. El aumento en apoyo en segunda vuelta, tal vez votos de la DC, tal vez algunos del Frente Amplio, y de votantes que no votaron en primera vuelta, pero que quisieron mandar un mensaje, debilita la amenaza de futuros JAKs.

Ese apoyo le da espaldas al presidente electo para repensar su sector, acoger el liberalismo social de Evópoli, adoptar los principios de mesura y cambio gradual de los democratacristianos desencantados, y volver al camino de políticas públicas competentes de la Concertación histórica. Esa fuerza obliga a la nueva derecha a reconocer que la ciudadanía exige dignidad y respeto. Le permite repensar el modelo no desde las predicciones catastróficas ideologizadas, sino desde el frío análisis de sus problemas reales; la falta de competencia, la poca tolerancia por el riesgo, la subinversión en innovación, la escasa imaginación en cuanto a la diversificación, y sí, la porfiada y corrosiva desigualdad.

Una nueva derecha, guiada por el pragmatismo piñerista, no rechazaría todas las demandas sociales por principio, sino que reconocería que muchas surgen del propio éxito del modelo. Piñera se equivocaría en pensar que el rechazo contundente a la Nueva Mayoría significa que los problemas a los cuales ella se dirigió no existen. El nuevo presidente cometería un error en frenar el proceso constitucional. Ahora tiene la oportunidad de hacerla suya, canalizándola hacia un lugar aceptable para la mayoría, legitimando el sistema político para esta nueva etapa de nuestro desarrollo.

La derecha ganó, el Frente Amplio tuvo un éxito inesperado, e incluso la DC, como partido bisagra, de repente se encuentra con un poder parlamentario que supera sus propios números. Es la Nueva Mayoría la que no solamente perdió, sino que se ve perdida. Para salir de su bosque y volver a encontrarse con sí misma y con su electorado –para sobrevivir– tendrá que evaluar los verdaderos costos de haber abandonado el centro político, no solamente en esta campaña, sino durante los últimos cuatro años. Preocupada de la amenaza desde su flanco izquierdo que representaba el Frente Amplio, la Concertación se cambió de ropa y de nombre. Adoptó discursos ajenos para compensar su propio agotamiento programático. La estrategia tal vez hubiera funcionado bajo el alero de la popularidad de Michelle Bachelet, si esta no hubiera sido torpedeada prematuramente por escándalos familiares. Al final, parece que las encuestas que señalaban el desencanto con las reformas no se equivocaron tanto.

El problema para la NM es que el proceso de aprendizaje pasa por resolver divisiones internas partidarias. No sería la primera vez: en los 80, el Partido Socialista vivió una dolorosa división para poder renovarse. Ese proceso se realizó bajo condiciones mucho más adversas, pero sin la presión de un calendario electoral. Una dilatada y punzante renovación de los partidos de la NM no hará más que facilitar la consolidación de la derecha piñerista, después del cual no será imposible imaginarse una segunda vuelta en cuatro años más entre los candidatos Boric y Felipe Kast.

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