Director Revista Capital

Una simple búsqueda web sobre la inteligencia artificial, de ésas que procesan billones de datos en fracciones de segundos y que para más remate se realizan por millones cada segundo, arroja en la cara un hatajo de resultados de encabezado estremecedor.

Títulos como “Inteligencia artificial de Facebook aprende a regatear” o “Cómo quitarle el trabajo a un robot”, son sólo botones de muestra bien superficiales de los miles de artículos, ensayos y reflexiones en torno a los insospechados alcances de este tema que hace rato nos pasó volando por el lado.

En el pasado, cuando los avances tecnológicos crearon sistemas mecánicos que nos superaron en fuerza y luego en habilidad, nadie sospechó que a poco andar la humanidad desataría unas pulsiones algorítmicas que nos iban a superar en inteligencia para muy luego, dicen, adquirir conciencia.

El problema de todo esto es que el asunto ya no es ciencia ficción. Está pasando y lo está haciendo compulsivamente en una infinidad de lugares (desde sofisticados laboratorios de corporaciones hasta garajes de computines) a una velocidad que escapa a nuestra capacidad de comprensión y que quizás únicamente los ejemplares de esta nueva especie de seres de silicio será capaz de asir.

El impacto profundo de esta transformación resulta casi imposible de dimensionar. De hecho, muy probablemente hoy los humanos ya estamos rezagados en la gestión de esta revolución en materia de datos privados y vida íntima. Es más, tal vez, suponer que algo como eso (vida privada) existe, podría ya ser una ingenuidad. Si tiene dudas, pregúntese por ejemplo quién puede estar mirándolo ahora detrás de ese pequeño punto (la cámara) que decora el marco de su laptop mientras lee esto. Y lo peor: tal vez no sea una persona, sino un sistema que procesa y gestiona de manera rentable los datos que obtiene de usted.

Y hacia delante, a la vuelta de la esquina en realidad, muy probablemente irrumpirán con una fuerza incontenible otros temas de importancia vital en la agenda política. Hablamos, por de pronto, de algo que ya se atisba en propuestas de gravar con impuestos y contribuciones sociales a los robots que sustituyen el trabajo humano.

Ya con eso basta para hacerse una idea de lo que está en juego, sin entrar a pensar siquiera en los avances científicos que multiplican expectativas de vida y trabajan en la genética y la biología para desarrollar seres amortales y capacidades superiores al promedio, por mencionar sólo un par de cuestiones más o menos sobrias, ya que hay otras áreas de investigación que a algunos les parecerá poco serio que las consignemos, aunque eso no significa que no existan.

En fin, se trata de cambios vertiginosos y que producen vértigo… y para los cuales hoy por hoy se ve poca preparación por estos confines de la Tierra.

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