El pasado 5 de mayo se votó en Gran Bretaña un proyecto para cambiar el sistema electoral. El modelo actual es el clásico “quien tiene más votos gana”, aunque se trate sólo de una mayoría relativa. La propuesta, en cambio, postulaba el “voto alternativo”, con el cual cada elector debe rankear a los candidatos en el orden de su preferencia (1, 2, 3, etc.) La idea detrás de este mecanismo es que el candidato vencedor –recordemos que se trata de distritos uninominales- sea finalmente aquel que logre la mayoría absoluta de primeras preferencias y que, en caso de no conseguirlo, vaya sumando sus segundas y terceras preferencias sucesivamente hasta alcanzar el umbral del 50% + 1. ¿El resultado del referéndum? Un aplastante 68% contra 32% a favor de la opción NO al cambio de sistema. Los principales perdedores de la jornada fueron los liberal-demócratas, los más visibles promotores de la reforma. Por si fuera poco, el efecto se extendió a las votaciones locales que tuvieron lugar el mismo día y le significaron al partido de Nick Clegg pérdidas emblemáticas y un descenso del apoyo a nivel nacional. Y aunque nadie ha salido a desafiar públicamente el liderazgo interno del propio Clegg, es un secreto a voces que su posición es delicada. Las lecturas de lo sucedido son básicamente dos. Una de las más recurrentes es que los electores quisieron castigar a los lib-dems por su desempeño en el gobierno de coalición. Se ha dicho incluso que Clegg se transformó en un salvavidas de plomo para la propuesta del “voto alternativo”, la que se habría contagiado de la impopularidad del viceprimer ministro. La otra interpretación es más sencilla: los ciudadanos rechazaron la reforma en su propio mérito porque no les parecía mejor que el sistema actual. El “voto alternativo” les habría resultado demasiado complejo Así, como buenos británicos, habrían escogido preservar el status quo. El primer ministro David Cameron sale fortalecido de esta escaramuza. Su partido obtuvo, además, una buena cosecha en las elecciones concurrentes. El precio, sin embargo, parece alto. Cameron se la jugó por la opción NO, siendo que había prometido a sus aliados libdems que tomaría distancia de la refriega y no se involucraría personalmente en la campaña. Para peor, en ésta arreciaron los ataques personales contra Clegg. A ratos parecía chiste cruel: los conservadores acusando a Clegg de “no cumplir promesas” cuando no puede cumplirlas justamente por estar gobernando con ellos. Como suele ocurrir tras estos episodios, las relaciones entre ambos partidos oficialistas quedaron muy deterioradas. En jerga jurídica, se dice que uno de los elementos constitutivos de toda sociedad es el affectio societatis, el deseo de unirse y permanecer unidos en el tiempo. En algunos casos dicho afecto se manifiesta en la creación de fuertes vínculos sociales. En otros, es apenas el necesario para no buscarse otro socio. Este último pareciera ser el caso de la coalición que gobierna el Reino Unido y que se apresta a celebrar su primer año en el poder. Sólo que esta vez el ánimo no está para apagar velitas ni para que la pareja Cameron & Clegg haga una de sus sonrientes apariciones estilo matrimonio gay. Como señaló un influyente ministro lib-dem, en adelante la relación será “estrictamente de negocios”. En el verdadero mundo de los negocios no existe ningún problema con esta expresión, pero en la vida política esta frase dice mucho. Da cuenta de dos actores que desconfían mutuamente de las intenciones del otro. El mismo ministro señala que la creación de la coalición tenía por objeto sacar al país de la crisis económica. Así, mientras la labor principal que motivó la alianza no esté concluida, todavía quedarían razones para la convivencia. En lenguaje doméstico, no habrá seducción en el dormitorio, pero ambos tienen que ir a dejar a los niños al colegio. Durante mucho tiempo se especuló en Chile respecto del futuro de la Concertación una vez que ésta dejara el poder. No pocos apostaron a su derrumbe. Erraron, parece. Mientras haya binominal, son muchos los negocios electorales que conviene emprender en coalición. Pero además, después de tantos años, algún cariño por las experiencias compartidas se tiene que haber generado en el seno de lo que Patricio Navia llamó “la gran familia concertacionista”. Sería interesante explorar en qué estado se encuentra el affectio societatis político de la oposición. En el oficialismo chileno, aunque la UDI y RN se sigan mirando feo, la realidad no es tan diversa. Además del binominal, es un largo pasado vinculado al régimen de Pinochet más 20 años de oposición conjunta lo que funciona como adhesivo afectivo suficiente. Los lib-dems británicos, en cambio, no comparten mucho más que un interés estratégico con sus socios conservadores: a Clegg le interesa demostrar que es factible gobernar en coalición, entendiendo que el destino de su partido es operar como bisagra del sistema entre derechas e izquierdas. Hoy su apuesta pende de un hilo. La falta de affectio societatis puede terminar por clausurar el experimento incluso antes de comenzar a ver sus frutos.

  • 19 Mayo, 2011

El pasado 5 de mayo se votó en Gran Bretaña un proyecto para cambiar el sistema electoral. El modelo actual es el clásico “quien tiene más votos gana”, aunque se trate sólo de una mayoría relativa. La propuesta, en cambio, postulaba el “voto alternativo”, con el cual cada elector debe rankear a los candidatos en el orden de su preferencia (1, 2, 3, etc.) La idea detrás de este mecanismo es que el candidato vencedor –recordemos que se trata de distritos uninominales- sea finalmente aquel que logre la mayoría absoluta de primeras preferencias y que, en caso de no conseguirlo, vaya sumando sus segundas y terceras preferencias sucesivamente hasta alcanzar el umbral del 50% + 1. ¿El resultado del referéndum? Un aplastante 68% contra 32% a favor de la opción NO al cambio de sistema. Los principales perdedores de la jornada fueron los liberal-demócratas, los más visibles promotores de la reforma. Por si fuera poco, el efecto se extendió a las votaciones locales que tuvieron lugar el mismo día y le significaron al partido de Nick Clegg pérdidas emblemáticas y un descenso del apoyo a nivel nacional. Y aunque nadie ha salido a desafiar públicamente el liderazgo interno del propio Clegg, es un secreto a voces que su posición es delicada. Las lecturas de lo sucedido son básicamente dos. Una de las más recurrentes es que los electores quisieron castigar a los lib-dems por su desempeño en el gobierno de coalición. Se ha dicho incluso que Clegg se transformó en un salvavidas de plomo para la propuesta del “voto alternativo”, la que se habría contagiado de la impopularidad del viceprimer ministro. La otra interpretación es más sencilla: los ciudadanos rechazaron la reforma en su propio mérito porque no les parecía mejor que el sistema actual. El “voto alternativo” les habría resultado demasiado complejo Así, como buenos británicos, habrían escogido preservar el status quo. El primer ministro David Cameron sale fortalecido de esta escaramuza. Su partido obtuvo, además, una buena cosecha en las elecciones concurrentes. El precio, sin embargo, parece alto. Cameron se la jugó por la opción NO, siendo que había prometido a sus aliados libdems que tomaría distancia de la refriega y no se involucraría personalmente en la campaña. Para peor, en ésta arreciaron los ataques personales contra Clegg. A ratos parecía chiste cruel: los conservadores acusando a Clegg de “no cumplir promesas” cuando no puede cumplirlas justamente por estar gobernando con ellos. Como suele ocurrir tras estos episodios, las relaciones entre ambos partidos oficialistas quedaron muy deterioradas. En jerga jurídica, se dice que uno de los elementos constitutivos de toda sociedad es el affectio societatis, el deseo de unirse y permanecer unidos en el tiempo. En algunos casos dicho afecto se manifiesta en la creación de fuertes vínculos sociales. En otros, es apenas el necesario para no buscarse otro socio. Este último pareciera ser el caso de la coalición que gobierna el Reino Unido y que se apresta a celebrar su primer año en el poder. Sólo que esta vez el ánimo no está para apagar velitas ni para que la pareja Cameron & Clegg haga una de sus sonrientes apariciones estilo matrimonio gay. Como señaló un influyente ministro lib-dem, en adelante la relación será “estrictamente de negocios”. En el verdadero mundo de los negocios no existe ningún problema con esta expresión, pero en la vida política esta frase dice mucho. Da cuenta de dos actores que desconfían mutuamente de las intenciones del otro. El mismo ministro señala que la creación de la coalición tenía por objeto sacar al país de la crisis económica. Así, mientras la labor principal que motivó la alianza no esté concluida, todavía quedarían razones para la convivencia. En lenguaje doméstico, no habrá seducción en el dormitorio, pero ambos tienen que ir a dejar a los niños al colegio. Durante mucho tiempo se especuló en Chile respecto del futuro de la Concertación una vez que ésta dejara el poder. No pocos apostaron a su derrumbe. Erraron, parece. Mientras haya binominal, son muchos los negocios electorales que conviene emprender en coalición. Pero además, después de tantos años, algún cariño por las experiencias compartidas se tiene que haber generado en el seno de lo que Patricio Navia llamó “la gran familia concertacionista”. Sería interesante explorar en qué estado se encuentra el affectio societatis político de la oposición. En el oficialismo chileno, aunque la UDI y RN se sigan mirando feo, la realidad no es tan diversa. Además del binominal, es un largo pasado vinculado al régimen de Pinochet más 20 años de oposición conjunta lo que funciona como adhesivo afectivo suficiente. Los lib-dems británicos, en cambio, no comparten mucho más que un interés estratégico con sus socios conservadores: a Clegg le interesa demostrar que es factible gobernar en coalición, entendiendo que el destino de su partido es operar como bisagra del sistema entre derechas e izquierdas. Hoy su apuesta pende de un hilo. La falta de affectio societatis puede terminar por clausurar el experimento incluso antes de comenzar a ver sus frutos.

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