Cientista político, investigador, Fundación para el Progreso

jmasoliver

A propósito de la «estupenda» —como probablemente dijeron los asesores— idea del gobierno de hacer un documental que relate lo que será al concluir (como si fuéramos a querer recordarlo) conviene decir algunas cosas.

Supongamos que el documental tratase sobre lo «bueno» de este gobierno (de todas formas, hay que otorgar el beneficio de la duda: en una de esas, la documentalista tiene una epifanía de sinceridad y elabora un documental del tipo «Desastres naturales» o «Mil formas de morir»). En ese caso, a la pieza audiovisual se le podrá catalogar de propaganda dado que tendría un alcance proselitista. Pues bien, emprender una política de propaganda parece ser la estrategia favorita cuando los ánimos de la coalición gobernante están bajos. Por un lado, alimenta el ego del oficialismo; por otro, moviliza a los fieles y les entrega una pauta discursiva para «defender el legado». Pero, en las democracias contemporáneas, con una sociedad civil atenta, activa y vigilante como la que el mundo está presenciando, la propaganda es una falta de tino político. He aquí las razones:

Primero, este tipo de actividades representa un gasto innecesario o, al menos, de mal gusto. Se asume que, en una situación de crisis económica, existen recursos que el gobierno gastará con el fin de autocomplacerse en formato multimedia. Aunque 40 millones suene poco en comparación con el gobierno anterior, recordemos que aún falta por «licitar» la musicalización de la obra, el diseño gráfico y otros aspectos que no saldrán gratis, por lo que ese valor puede crecer fácilmente.

Segundo, hacer propaganda cuando el gobierno tiene tasas de desaprobación tan altas no tiene sentido. La propaganda se hace para popularizar el gobierno, pero si es impopular, acabará más criticado y más impopular. Como la ciudadanía observa que es para levantar el ego de los gobernantes, más crítica será de la pieza documental.

Y, tercero, abre un flanco más para la crítica opositora. Aunque sabemos que Piñera tenía cierta propensión a la grandilocuencia y a ser el centro de mesa de la vida política del país, las oposiciones siempre cuentan con que la opinión pública tenga menos memoria reciente de la que realmente tiene.

Hoy la ciudadanía está pidiendo con fuerza una nueva forma de gobierno, una institucionalidad mucho más cercana y más transparente, a medida de las vivencias de cada ciudadano, sin intervenir en sus variados modos de vida e iniciativas sociales. En un formato político de lejanía como el actual, la propaganda es entendida por la clase política como el único medio para vincularse a la ciudadanía, lo cual es un tremendo error. Es evidente que la ciudadanía no quiere autocomplacencia propagandística. Por el contrario, quiere un gobierno sobrio y acotado, un gobierno que no pierda el tiempo en mirarse al espejo, sino en cuidar la prosperidad que los ciudadanos —a partir de su actividad social y empresarial— generan para el país.

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