Funeral Hugo Chávez. Foto EFE

La partida del líder venezolano deja un vacío de poder en la izquierda latinoamericana y no está claro quién será el responsable de llenarlo. Hugo Chávez aparece en escena a fines de los noventa para ocupar el espacio político de un debilitado Fidel Castro. Ambos pactan con ganancia mutua. El venezolano recibe la bendición ideológica del revolucionario original y el cubano recibe un generoso subsidio petrolero que le ayuda a respirar tras el difícil período que siguió a la caída de la URSS. Así, a punta de temperamento propio y recursos naturales, Chávez toma el bastón de mando eclipsando en el escenario a otras formas más moderadas de la izquierda regional.

Los liderazgos de Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador se despliegan justamente bajo la órbita de influencia chavista. La pregunta es si acaso alguno de ellos cuenta con la fortaleza política necesaria para suceder al difunto presidente venezolano. Para hacerse acreedor de tamaña posición, Morales cuenta a su favor con el relato reivindicacionista indígena y el testimonio de enfrentamiento a EEUU por la cuestión de la hoja de coca. Sin embargo, proviene de un país muy pobre que no tiene posibilidades de auxiliar a sus vecinos y compañeros ideológicos. Correa se encuentra en una situación expectante por el tremendo espaldarazo electoral que lo acaba de poner al frente del gobierno ecuatoriano por cuatro años más. Rafael, como fue llamado durante la campaña, es también más elocuente y carismático que su colega Evo. Y si bien Ecuador está experimentando cierta bonanza petrolera, es poco probable que el mandatario destine esos ingresos a extender su esfera de influencia externa antes de seguir expandiendo el gasto y la inversión pública interna. El pragmatismo correísta se diferencia en ese sentido del utopismo chavista.

Fuera de Bolivia y Ecuador hay poco donde buscar. La Nicaragua de Ortega también recibía aportes venezolanos en el marco de cooperación del ALBA. Su líder, por lo demás, está bastante debilitado políticamente. También se ve difícil que Cristina Fernández pueda asumir ese rol de conducción de la izquierda regional. Suficientes problemas tiene en el frente local y es poco probable que esa majamama que es el peronismo pueda servir de guía doctrinaria alguna. ¿Dónde queda Pepe Mujica? Nadie duda de su compromiso con los valores igualitaristas, pero las características del personaje contradicen la imagen de un líder sediento por tejer redes de poder continental. Es uno de aquellos casos donde la ascendencia moral no equivale a autoridad política. Finalmente, los socialismos renovados de Brasil –con Dilma Rousseff-, México –con Peña Nieto- y Chile –en el eventual regreso de Michelle Bachelet- juegan en una frecuencia centrista que no satisface el paladar de la retórica revolucionaria panamericanista.

En este contexto sólo queda a salvo la posibilidad de que Nicolás Maduro, vicepresidente de Venezuela y delfín explícito de Hugo Chávez, gane la contienda electoral que tiene por delante –probablemente contra el mismo Henrique Capriles- y continúe utilizando los recursos del petróleo para mantener a flote la ilusión bolivariana. Aunque carece de la estridencia florida de su antecesor, el liderazgo opaco y burocrático de Maduro puede gobernar un buen tiempo girando contra la cuenta corriente de la memoria chavista. Tal como lo hizo Stalin respecto del recuerdo de Lenin, dirían algunos. No es una cuenta infinita. Los petrodólares tampoco. Pero quizás alcanzan hasta que aparezca un nuevo profeta que vuelva a navegar por las venas abiertas de la América Latina.

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