Economista

Es curioso que la utopía del marxismo sea una sociedad sin Estado, que ello sea el resultado –según afirman– de la eliminación de la propiedad privada y por ende de las clases sociales. Jamás han estado ni cerca y han gobernado dictatorialmente por décadas en algunos países. Paradojalmente, la derecha liberal aspira a una utopía de autorregulación, también sin Estado.

Lo insólito es que la izquierda propone fortalecer con todo el Estado, para luego eliminarlo, lo que obviamente nunca ocurre ya que va contra la naturaleza humana y las reglas esenciales del poder. La respuesta que proponen es que formarán un “hombre nuevo”. Pero ¿de dónde sale este nuevo hombre? ¿Cómo lo podría engendrar al hombre viejo, violento, egoísta y malo? Más aun, la izquierda ha promovido históricamente las revoluciones por las armas, ¿cómo se deshacen de la violencia que los llevó al poder? En fin, solo pueden funcionar en la práctica como dictaduras hereditarias, y bien les haría leer un poco de psicología profunda para entender algo más del ser humano. En los hechos, además siempre empobrecen las sociedades que dirigen.

La izquierda se especializa en la venta de los sueños, como si no hubieran restricciones: puras ilusiones. La derecha llega después de las farras y se hace cargo de las realidades que son siempre duras e imperfectas. Así parece que se mueve la historia hasta aquí. Qué fácil es ofrecer educación gratuita universal, pero que es imposible para Chile en este estado de desarrollo, manteniendo la calidad. Qué fácil prometer una Constitución que mágicamente resuelve todos los problemas del país para siempre. Algo que no tiene asidero con la realidad. Qué fácil es ofrecer pensiones mayores, bonos por doquier, miles de nuevas camas de hospitales, equilibrio fiscal, cuidados especiales a los adultos mayores, a los niños desvalidos, al medioambiente, a los animales, etc., todo al mismo tiempo y de manera eficaz. Pero qué difícil hacerlo. La realidad es compleja y eso significa que cada movimiento, acción o política tiene consecuencias diversas en otros distintos espacios de la sociedad. El Frente Amplio cree que puede subir impuestos por U$14.000 millones y la economía seguirá invirtiendo y creciendo igual.

En suma, cuando se comparan realidades con utopías siempre pierden las realidades. La comparación debe ser entre realidades alternativas, cada cual con sus pros y contras. La izquierda cree que sus propuestas utópicas son reales, y como es obvio que no son posibles, siempre culpan a otros de su fracaso y recurren a la violencia. Sea donde sea que experimentan sus ideas, estas fracasan. No tienen un solo caso de éxito que mostrar como referencia.

¿Será entonces que la derecha no tiene sueños?

Obvio que sí los tiene, y a veces muy parecidos a los de la izquierda como parte de la cultura occidental. Sueños realmente distintos son quizás los de Oriente lejano o de algunas religiones en particular. El socialismo no tiene nada de espiritualidad, es más bien ontológicamente materialista y de hecho ha tratado de suprimir las religiones ahí donde se ha intentado. Es el “opio de los pueblos”, según predican.

Capitalismo y socialismo finalmente son dos ismos que difieren fundamentalmente en la forma de administración en la búsqueda del mayor bienestar y realización de las personas. Unos proponen hacerlo de manera centralizada y dirigida sobre la base del poder total, la otra a partir de la libertad humana, su creatividad y esfuerzo. Es decir, la gran diferencia es cómo se podrían lograr, no el sueño. La derecha liberal promete igualdad de oportunidades; la izquierda, igualdad de resultados, lo que genera en la práctica una reducción masiva del esfuerzo y por lo tanto de los resultados.

La derecha liberal cree en la competencia y el emprendimiento, y aborrece el monopolio y los carteles, y para eso son las regulaciones y sanciones. El Estado empresario, en cambio, es una forma de monopolio esencial, ya que pasa a ser juez y parte y difícilmente se controlan o sancionan los propios errores. La derecha liberal sueña en una sociedad en que cada cual se pueda comprar la vivienda que desee, no la que le entrega el Estado. La derecha liberal sueña con una educación diversa y de calidad, de acceso universal, no en una educación estatal homogénea, doctrinaria y finalmente castrante. La derecha cree en la importancia del esfuerzo y responsabilidad personal en la preocupación por su vejez, apoyada por el Estado ahí donde fallan las personas.

¿Suena a utopías? Claro que sí y son cosas muy difíciles de lograr, pero son los sueños, los grandes deseos societales. Estos sueños claramente no son patrimonio de la izquierda. La diferencia es que la derecha liberal no vende la utopía, sino lo que es posible en cada período de la historia. La izquierda en cambio promete las utopías, y sus resultados son generalmente peores al punto de partida. Solo recordemos el Transantiago. La izquierda confunde nivel del gasto, con resultados. El populismo ofrece el paraíso terrenal.

El virus y el remedio

La salud y la educación nunca han tenido más recursos que en los últimos cuatro años, pero la calidad ha ido hacia atrás, y las trabas para lograrla en el futuro han aumentado. La derecha cree en los derechos, pero igualmente en las responsabilidades. Este gobierno se ha endeudado groseramente para pagar gastos corrientes, el inicio del fin de cualquier economía.

El tema de la educación es especialmente serio. La izquierda cree (dogma) que la educación pública, solo por ser tal, es mejor que la privada confundiendo así fines y medios. Pública, gratuita y de calidad, en esa secuencia, hace que nunca se llegue a la calidad, y por cierto jamás a la diversidad que es clave en la edad del conocimiento. La izquierda cree que hay que subsidiar la oferta (dogma), no a las personas concretas que tienen la necesidad. Por eso siempre se desvían parte de los recursos a los más ricos, lo que es innecesario. El resultado es obvio, cae la calidad, ya que los recursos nunca alcanzan. Les gusta subsidiar a la oferta porque eso les da el control de las instituciones y les quita libertad a las personas. Para la izquierda, las personas son inteligentes para elegir al presidente de la República, pero curiosamente no lo son para elegir el colegio de los hijos, lo que es una enorme contradicción.

El sueño de la derecha es sin duda alguna, una educación de calidad para todos. También lo es un sistema de libre elección en la salud para todos. Si para ello se requieren instituciones públicas y privadas es indiferente, siempre que sean de calidad y accesibles. La derecha premia el esfuerzo, la izquierda lo castiga quitando los patines y haciendo tómbolas. En sum, iguala siempre hacia abajo, ya que hacia arriba es imposible por la propia naturaleza humana; pero claro, para la izquierda, el hombre nuevo lo logrará. Finalmente, reclaman para sí una superioridad moral que nunca han tenido.
En resumidas cuentas, somos todos quienes elegimos a los gobernantes. Cada país entonces tiene el gobierno que se merece. En mi opinión, merecemos uno mucho mejor que el que hemos visto en estos cuatro años.

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