Antecedentes

Es un hecho de la causa que –como se dijo sabiamente en sus funerales– doña Olga tenía una memoria mágica. No sólo para recordar absolutamente todas las leyes (le gustaba llamarlas por su número), artículos y reglamentos que habían pasado frente a sus ojos, sino –literalmente– de todos y cada uno de los asuntos en que había intervenido en su dilatada vida profesional: informes en Derecho, juicios, intervenciones administrativas, etc.

Estudiosa como ella sola, me enseñó el valor de los detalles, a leer una y mil veces los escritos. “Terminarlos un día antes, para dejarlos reposar, y luego leerlos con calma, con la mente fresca”. Revisar cada nota a pie de página, no sólo de los escritos propios sino los de la contraparte o incluso de las citas, era algo que no podía dejar pasar. Y tenía razón: muchas veces nos encontramos con jurisprudencia inexistente y autores fantasmas.

En todos los años que trabajé junto a la Sra. Olga, no recuerdo ningún día en que no haya tenido una discusión con ella. De ésas intensas, intelectuales, de algún tema jurídico o uno banal. Incluso en los asuntos aparentemente obvios, ella se las arreglaba para tener un punto de vista diferente. Cuando nos enfrentábamos por temas profesionales, a veces pasábamos días sin conciliar los puntos de vista. Y cuando ya me tenía convencido del suyo, acogía sorpresivamente –y sin decirte nada– tu idea inicial. Tenía esa capacidad de adaptarse a los cambios, pero siguiendo siempre sus métodos: no utilizaba computador y descansaba en sus fieles colaboradoras de oficina, un buen par de tijeras, pegamento, un afilado lápiz grafito y, ciertamente, su prodigioso intelecto.

De una generosidad intelectual incombustible, aún recuerdo el primer informe en Derecho en el que trabajamos juntos –en donde yo escasamente había colaborado con un par de ideas y un puñado de citas– y me dijo “fírmelo Ud. también” (trataba a todo el mundo de Ud.). Con algo de pudor y recelo estampé mi firma al lado de la de ella, al final del grueso documento, y luego de un incómodo silencio me dijo, “así compartimos los errores”. Su mordaz humor era igualmente incombustible.

En el campo político, si bien sus posiciones fueron públicamente conocidas, en privado, nunca le oí ninguna palabra o comentario de menoscabo o agraviante en contra de algún adversario. Sus batallas siempre fueron contra –y a favor– de las ideas, nunca en contra de las personas. Por algo sus colegas senadores de bancadas opuestas le reconocían: “Pero, Olguita, si eres lejos la mejor senadora; ¡sólo falta que te elijan!”, a propósito de su condición de parlamentaria designada por la Corte Suprema como ex integrante de la Contraloría.

Conclusiones.

En consideración a lo anterior, podemos afirmar que doña Olga Feliú de Ortúzar (a ella le gustaba firmar así, y –como alguien dijo– nadie podría decir que no era una mujer independiente) marca un antes y un después en la vida jurídica chilena. No por nada Chambers & Partners la nombró la Senior Statesmen del Derecho Público.
Cuando Ricardo Lagos dice: “Que las instituciones funcionen”, es la sociedad de la institucionalidad de doña Olga Feliú, ésa del Estado del Derecho, de la primacía de la persona humana, del Bien Común, de la servicialidad del Estado, del principio de supremacía constitucional y de la legalidad. En definitiva, de la libertad y la igualdad de la dignidad humana, ya que no obstante estar en todos los detalles de su familia, su actividad gremial y profesional, no dejó ningún día de leer la totalidad del diario, manifestando siempre su preocupación por el Chile actual.
Así, no existen zapatos que llenar o legado que continuar: la Sra. Olga es y será sencillamente irremplazable. En conclusión, estamos hablando de la expresión superlativa de una mujer que, definitivamente, estaba sujeta –gustosa y amablemente– al imperio del Derecho.

Es cuanto puedo informar.

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