La importancia de saber palpar los sentimientos es equivalente a conocer una cosa tan claramente como si se tocara. Emplear el sentido del tacto, lo saben los ciegos, es clave para poder orientarse en la oscuridad.

Hoy, en distintas materias, es ineludible aprender a tomar el pulso. Medir las pulsaciones es un método rápido y sencillo para valorar el estado de un lesionado.

Por lo mismo, para reconectar a la ciudadanía con quienes toman las decisiones se necesita saber dónde medir y qué medir. Para esto hay que palpar sin presionar demasiado, ya que los latidos de la prosperidad material hacen difícil percibir los latidos del corazón. Es aconsejable, también, no utilizar el dedo pulgar, porque se confunden los latidos del paciente con los de uno (los propios intereses). Tampoco se deben poner los dedos índices y medio sobre allí donde hay grasa (lo que la gente tiene) sino que conviene palpar allí donde sólo hay piel (lo que las personas sienten, padecen y anhelan ser).

Como dice el director del Senseable City Lab del MIT, Carlo Ratti, para ganar una carrera de Fórmula 1 ya no basta con juntar un muy buen motor con un excelente piloto; se requiere –además– que el Ferrari esté provisto de 300 censores que, en la trastienda y en tiempo real, un grupo de colaboradores vaya monitoreando.

Gracias a las nuevas tecnologías, los bits o pulsaciones hoy disponibles para ser auscultadas son infinitas. Al igual que en las escuderías de autos de alta competencia, existe la capacidad suficiente para procesar esas dilataciones y contracciones que desprenden, por ejemplo, los medios tradicionales online, como blogs, redes sociales y telefonía móvil.

En Babilonia, la única manera de conectar con esas pulsaciones era mediante un censo. Hoy resulta paradójico, como señalan los creadores de CitiSent –una empresa chilena que recolecta y analiza en tiempo real las percepciones ciudadanas– que vivamos en una sociedad rica en datos sociales, pero pobre en soluciones informadas sobre los temas que realmente nos aquejan o inspiran.

A pesar de este sinsentido, es auspicioso que hoy empiecen a palparse los sentimientos ciudadanos. La mayor relevancia que está tomando la medición de los aspectos subjetivos es muy importante porque anuncia –al poner al ser humano al centro del desarrollo– un giro en la dirección contraria a la que estamos acostumbrados. En consecuencia, empezamos a poner atención a lo micro.

Esta ascendente preocupación por lo cualitativo se refleja, por ejemplo, en el que la encuesta Casen haya incluido preguntas orientadas a medir los niveles de felicidad de los chilenos; del mismo modo que lo ha hecho el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para Chile en su reciente informe. Este último concluye que la equidad, la seguridad, el tener proyecto de vida y el poder ejercer vínculos con quienes nos rodean serían las claves para tener una vida más satisfactoria.

Conocer estos sentimientos tan simples y tener los datos que los avalen es relevante a la hora de decidir por cuál camino queremos transitar como país. Una política diseñada para promover la equidad en nuestras ciudades podría ser muy diferente de una que maximice el crecimiento económico y utilice la ciudad solamente como un medio para alcanzar ese fin.

En este sentido es incomprensible que los que se dicen acérrimos defensores de la equidad sean al mismo tiempo ciegos al hecho demostrable de que no es sólo mediante la restructuración del escenario social como se logra la igualdad, sino que también se alcanza mediante el rediseño del escenario físico. Es en las zonas urbanas donde el resentimiento (la negación de la equidad) respira, se nutre y reproduce. De ahí la importancia de aprender a palpar, como si tomáramos el pulso, las distintas sensibilidades que coexisten en la ciudad. •••

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