Académico de la Escuela de Gobierno UAI

El ex precandidato presidencial acusó al bacheletismo de haberse “comprado toda demanda de cuanto grupo de presión se cruzó en su camino”; dijo que la gestión de La Moneda se parecía a un “no-gobierno”, pues abdicaba del crucial deber de liderar; cuestionó el fundamento técnico de las reformas, así como su recurrente improvisación; se lanzó a la yugular del proyecto emblemático de educación universitaria gratuita, de la reforma laboral en camino e incluso de las expectativas de recaudación de la tributaria; finalmente, señaló que el anuncio presidencial de un proceso constituyente marcaba un “récord de liviandad en la política nacional”. En resumen, conminó al oficialismo a abandonar el programa si no querían convertirse en un riesgoso columpio populista que no merece ser calificado de “centro-izquierda”.

Desde la Nueva Mayoría le dispararon duro. Algunos señalaron que Velasco no tenía autoridad moral para opinar de la coyuntura,  toda vez que no ha aclarado su situación en el escándalo del financiamiento irregular que ha azotado a moros y cristianos. Otros prefirieron hacerse cargo del contenido político de sus palabras y lo felicitaron por salir del clóset: Velasco sería un confeso derechista. El presidente del PPD, Jaime Quintana, fue un paso más allá: dijo que el economista se situaba a la derecha de Andrés Allamand y que su motivación era ser aceptado en las primarias de la Alianza. El diputado Osvaldo Andrade (PS) comentó que la derecha ya tenía 3 candidatos: Velasco, Allamand y Ossandón. El senador Ignacio Walker (DC) escribió que su amigo Andrés había adoptado el “lenguaje de la derecha” en el debate tributario, educacional, laboral y constitucional. Aprovechó de recordarle que se trataba de una posición “legítima pero incoherente”, pues como perdedor en las primarias de la Nueva Mayoría su deber de lealtad política está con el Gobierno, como lo han padecido casi como un sacrificio los democratacristianos.

¿Qué dijo la derecha? No lo recibieron con los brazos abiertos. El presidente de RN, diputado Cristián Monckeberg, dijo que “sobre su cadáver” iba a permitir que “personas que vienen de otros sectores intenten representar al nuestro”. Agregó que Velasco tenía un “marcado sello de izquierda, aunque hoy día no está muy claro hacia dónde va”. El senador Allamand se salió del libreto partidario y le ofreció al líder de Fuerza Pública una suerte de pacto amplio para derrotar a la izquierda en las próximas presidenciales, lo que a su vez fue interpretado por Monckeberg como una “indisciplina”.
¿Quién quiere entonces a Andrés Velasco? A estas alturas parece claro que su domicilio coyuntural está en la oposición. No sólo cree que las ideas del Gobierno están siendo mal ejecutadas –ese juicio lo pueden compartir varios al interior de la NM– sino que son malas ideas y punto. Después de la encerrona que (siente) le hicieron desde La Moneda, también se ha desvanecido la afectio societatis que mantiene unidos a los grupos humanos. No hay duda: quien fuera hombre fuerte del primer mandato de Bachelet, hoy está fuera de los contornos ideológico-afectivos de la coalición gobernante.

Pero ser oposición no significa automáticamente ser de derecha. El Partido Comunista fue oposición a la Concertación durante veinte años. En rigor, partidos como el PRO de Marco Enríquez y movimientos como el de Gabriel Boric también están lejos del oficialismo y plantean muchas de sus batallas desde una posición antagónica. Lo que ocurre es que los dirigentes de la NM tienen problemas para interpretar el espectro político como un cuadro complejo. La herencia del plebiscito de 1988 todavía pesa como clivaje cultural: o eres del NO, o eres del SÍ. No hay posiciones intermedias. En su estructura mental duopólica, al abandonarlos a ellos, Velasco “se fue a la derecha”.

Por cierto, se podría argumentar que las posiciones ideológicas expresadas por el académico de Harvard corresponden a lo que se entiende políticamente por derecha –aunque él insista en declararse de centroizquierda–. Pero la derecha chilena está bastante más a la derecha de Andrés Velasco. En prácticamente ninguno de los debates mencionados la Alianza tiene posturas más progresistas. Coincidencias existen en las materias económico-sociales, pero hay un océano de diferencia en las cuestiones valórico-morales. Velasco tiene una fibra liberal que bajo otras condiciones históricas podría caber en un proyecto amplio de centroderecha. Pero en ningún modo bajo las actuales. La derecha chilena ha renunciado a interpretar a ese mundo. La reacción de Monckeberg retrata esa vocación de minoría. Por eso la respuesta de Velasco vía Twitter es sincera: “NO tajante a coaliciones con sectores conservadores. La tarea es fortalecer el centro político”.

Es evidente que su carrera política quedó dañada tras las esquirlas del caso Penta. Una explicación verosímil y satisfactoria aún no ha llegado. Pero también es claro que una porción importante de la ciudadanía comulga con las ideas que suscribe: las de un liberalismo igualitario, democrático y pluralista, con énfasis en el crecimiento económico y serio en el manejo de las platas públicas, esencialmente antipopulista y semitecnocrático. Si eso es la derecha, entonces habría que alegrarse de tener una derecha tan civilizada. No creo que sea el caso. No todavía. •••

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